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Aquella noche triste.

Actualizado: 22 ago 2019

MELISSA MONTAÑO PÉREZ

En aquella noche triste, espero que no se acerquen a mi madre para decirle cuánto lo lamentan, ni le den el más sentido de los pésames. Pido que no la abracen para susurrarle al oído algún elogio sobre mí que pudiera llegar a ser mentira. Tampoco le hablen de lo buena persona que era su hija, ni traten de consolarla diciéndole que ahora estoy en un mejor lugar. Mamá sabe desde hoy dónde me encontraré y ambas sabemos que no es el cielo. No velen mi cuerpo mientras se reúnen con algún conocido y comparten sus confesiones sobre la rutina o se quejan sobre el clima; tampoco acompañen a mi familia en aquella noche triste, luego de habernos señalado y juzgado porque siempre fuimos una familia diferente.


En aquella noche triste, cuando mi padre llore mi ausencia y los trate con dureza a causa de su dolor, no lo señalen por su rudeza. No lo miren a lo lejos con lástima por haberme perdido, ni le digan que por alguna razón Dios permitió que eso me pasara. No le digan a mis hermanos que mantengan la fe y confíen en que ahora los cuido desde algún lugar. No murmuren a la distancia contra mi padre sobre aquello en lo que ustedes creen que falló en su papel, ni se espanten cuando vean que él y mi madre lloran separados, sin darse un abrazo.


Cuando se acerquen al féretro, no lo hagan con la curiosa morbosidad de querer ver la marca que dejó la cuerda con la que me aferré al árbol, que me sostuvo hasta que mi respiración cesó. Tampoco se me acerquen, mirando de reojo a mi familia, intentando averiguar quién habrá guardado la última carta que escribí antes de partir, ni quién podrá convertir el rumor en verdad, de que lo que hice fue por el desamor a la vida misma, por un corazón roto que no se podía reparar y con el que no podría seguir.


Las señales siempre estuvieron ahí, a la vista de todos, mediante imágenes, palabras, gestos. Pero nadie se atrevía a creer que, lo que todos ellos implicaron, fuera un reflejo y un aviso de lo que habría de ocurrir conmigo pronto. Ahora que he consumado un doloroso proceso de degradación, se sorprenden y se asustan. Llenas están sus mentes de reclamos y en sus pensamientos, me juzgan. Algunos se preguntan por qué, otros afirman que nunca tuve las razones suficientes para hacerlo, pero ninguno de ustedes, mientras estuve a su lado, se dio cuenta de que, precisamente, la ausencia de un motivo fue lo que me orilló a tomar esta decisión.


Así que en aquella noche triste, cuando acompañen a mi madre y a mi familia, no se acerquen a ella para decirle cuánto lo lamentan, ni le den el más sentido de los pésames. Pido que no la abracen para susurrarle al oído algún elogio sobre mí que pudiera llegar a ser mentira. Tampoco le hablen de lo buena persona que era su hija, porque yo sé muy bien que no lo fui; no traten de consolarla diciéndole que ahora estoy en un mejor lugar, porque no estaré en ningún lado. Al expirar, mis pensamientos y mi alma expiraron también. Mamá sabe desde hoy dónde me encontraré y ambas sabemos que no es el cielo.


En aquella noche triste, no velen mi cuerpo mientras se reúnen con algún conocido y comparten sus confesiones sobre la rutina o se quejan sobre el clima. Desocupen sus lugares y váyanse a casa. No me despidan con un llanto forzado y una tristeza fingida. No se obliguen a ustedes mismos a abrazar a mis seres queridos. Sé que en sus mentes profundizan acerca del castigo que le espera a quien renuncia a su vida y busca la muerte prematura, y pueden compadecerse de mí ahora que yo también seré castigada por suicidio. Ojalá puedan perdonarme aunque, en realidad, jamás me atrevería a pedirles perdón. Deseo ser despedida únicamente por las personas que sufren este adiós, por las que lloran por mí, por aquellas que hablarán de esta noche y en sus corazones la recordarán como la noche triste.


 

Nació en Xalapa, Veracruz el 30 de abril de 1995. Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana (UV); sus trabajos de investigación están principalmente encaminados en el área de la lingüística. Ha colaborado como reportera y correctora de estilo en el Departamento de Prensa de la UV, y como columnista para el periódico El Dictamen. Trabajó como asistente ejecutiva para Difusión Cultural UV y también ha colaborado como guionista para obras de teatro presentadas en congresos nacionales y como escritora para diversas publicaciones juveniles.

Se dedica principalmente a la corrección de estilo de manera independiente, colaborando con editoriales fuera del estado, medios impresos de divulgación artística y organizaciones gubernamentales e internacionales como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, con la que colaboró como correctora de estilo en el marco del Día Mundial contra la Trata de Personas.

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