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De amor y otras confesiones

ARTURO GUTIÉRREZ


“No me pregunten quién soy, ni me pidan que siga siendo el mismo”

Michel Foucault

Sentado frente a la televisión, comiendo flan napolitano, viendo historias en Instagram. Así pasé mi cumpleaños número 25. Me llamo Juan José Ramadás García, Juanjo está bien. Llegué a mi hogar después de trabajar, comí y fui al cine; regresé a mi casa y dormí junto a mi esposa. ¿No les parece curioso cómo puede cambiar la vida en tan poco tiempo? ¿Es realmente poco el tiempo que ha pasado? ¿Qué es lo que ha pasado?¿Ha pasado realmente? ¿El tiempo pasa cuando no hay amor? ¿O sigue siendo lo mismo todo el tiempo? ¿Está mal pensar que sin amor no hay vida? Y no me refiero a sólo un tipo de amor, sino a todas sus presentaciones. No sé cómo ha sucedido para ti, pero he tratado de descifrar lo que el amor ha sido para mí.

Tenía 18 años cuando entré al ITAM. Recuerdo esa emoción por entrar a la universidad, tal como recuerdo lo que comí esta mañana. Hmmm, espera, no lo recuerdo bien en ese caso. En fin, recuerdo la sensación de ansiedad, las manos sudorosas, las fantasías mentales y los anhelos sin sentido. Lo que pasaba por mi mente no eran más que deseos adquiridos a través del tiempo, personas e influencias mediáticas a la que había sido expuesto toda mi vida. Recuerdo la primera clase, el primer amigo, el primer examen y la primer novia. Recuerdo la primera sonrisa, la primera lágrima, la primera diarrea y el primer vómito. Recuerdo la primera fiesta, el primer diez y el primer cumpleaños. Recuerdo eso. Eso y nada más.


“¿Qué te pasa? ¿Cómo que quieres entrar a la universidad? Es horrible.” me había dicho una ex-novia. No sabía qué tan acertada era esa frase. O más bien, la frase era errónea mas no su pensamiento. No todos odian la universidad, no todos odian la primaria, ni sus trabajos, ni a sus parejas. Pero todos, sí, incluyéndote, odiaron la parte de sus vidas en la que más aprendieron. Y si todavía no lo haces, es porque todavía no has aprendido.


Sonó el timbre, los dejé pasar uno a uno. Fueron llegando más o menos puntual. El preámbulo incómodo se hacía presente, hasta que los hacía pasar a la sala a sentarse, de ahí iba a la cocina y seguía preparando lo que tenía en mente: kipé y arroz con fideo. Ese platillo, tradición en mi familia, era lo que cada uno de nosotros deseaba: era un manjar exquisito, un delicatesen, una maravilla, glorioso, hermoso, excelso, ¡puramente bello! Mi madre me había ayudado a prepararlo.


Nos sentamos en círculo. La plática comenzó a fluir de manera natural. Poco a poco la conversación se fue soltando, personas que no se conocían entre sí, que no tenían nada que ver la una y la otra. El único punto en común era yo. Quien me conoce a mí, a Juanjo, sabrá que nunca he sido ese líder, esa persona que conversa con todos, que se lleva con todos. No, no ha sido lo mío; no en esta vida. Y sucedió lo de esperarse: él acaparó la atención. Mi mejor amigo, un hombre de temple brillante, una labia envidiable, gestos y manías cuidadas y detalladas. Mientras él entretenía a la audiencia en cuestión, yo los miraba a todos y cada uno de ellos. Me preguntaba si ese sentimiento que sentía en ese momento era real. La idea de pertenecer, el amor, la amistad, la cercanía, el calor. ¿Acaso tiene que ser bilateral para ser real? ¿O basta con sentirlo? ¿Es suficiente creer que existe? ¿O hay que demandar pruebas de su existencia? En ningún momento lo hice, ni lo haré. Pero quizá debería hacerlo más seguido.


En fin, al finalizar la comida, antes de despedirlos, alrededor de las 9 o 10pm (sí, mis fiestas comenzaban temprano y terminaban temprano, nunca he sido fan de las “reus” o de las “pedas” y mucho menos de las “pedas en mi casa”), los junté a todos en la antesala. Todos se miraban entre ellos. Una conferencia jamás fue mi estilo. Siempre he preferido decir cosas del corazón aparte, en privado, como si nunca hubiera pasado, escondido y guardado, pues entre menos gente se entere, más valor siento que tiene. Oh, vaya, qué equivocado estaba. “Amigos, ustedes están aquí porque son las personas más cercanas a mí. Me hace muy feliz que estén conmigo y que me hayan acompañado. Cada uno de ustedes está aquí por una razón muy especial. Cada uno de ustedes”, la respuesta fue un “Aww” generalizado, que a mi gusto destruía cada una de las palabras que había pronunciado y por eso en mi interior dije “por eso no digo las cosas en público”. Se despidieron. Salieron por la puerta de madera. Soledad.


Cuando dejé el ITAM, la mayoría me dio la espalda. La gente no lo entendió, y probablemente aún no lo entiendan. Haces algo en contra de lo usual, de lo normal, algo diferente, arriesgado, al parecer sin sentido. De pronto te volviste loco, cambiaste, no piensas bien, haces las cosas sin pensar e incluso eres un estúpido. Eres errático, eres demente y poco elocuente. El miedo es una cosa muy extraña, pareciera que la locura es contagiosa. Vaya que lo es.


Hoy, me encuentro acostado, a dos días de mi cumpleaños número 25. A 7 años de ese acontecimiento tan finamente particular en mi vida y de gran aprendizaje. El amor es difícil. No es difícil de mantener, no, lo que es difícil es querer mantenerlo. Los seres humanos somos cambiantes, inestables, poco constantes, estamos vivos y pretendemos quedarnos como somos todo el tiempo. Según Ortega y Gasset, eso es lo más despreciable que un ser humano puede tener: pretender querer ser lo que ya se es.


Mi cumpleaños, esta vez, no terminó con un discurso poético, casi romántico. Terminó con planes de trabajo en pareja. No comenzó con un festín costumbrista, sino con palomitas en el cine. Ahí es cuando te das cuenta: no es la forma, es el fondo. Siempre es el fondo. He aprendido a decir lo que siento: a gritarlo; entre más decibeles mejor, porque no importa el volumen sino lo que estás diciendo, no importa lo que estás diciendo sino lo que estas pensando; y finalmente, no importa lo que estás pensando sino lo que estás sintiendo.


 

Estudió Matemáticas Aplicadas en el ITAM con estudios parciales en la UNAM y la Universidad de Estocolmo. Ha sido profesor de Matemáticas en nivel superior y medio superior en varias instituciones públicas y privadas. Actualmente se dedica al deporte, desempeñándose como atleta profesional y entrenador de triatlón. Sin duda, reconoce el deporte, la escritura y literatura como formas intrínsecas humanas de expresión artística.

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