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Disparos

MAURICIO URIBARRI

Centelleó el primer disparo. No fue ruidoso en demasía, y así serán los que están por venir. La cantidad es extremadamente impredecible, pero depende totalmente de mi persona. Se acabarán en el momento en que yo quiera. Solo tengo que mantenerme inmóvil, erguido y con los brazos rectos a los costados. Pero no puedo cerrar los ojos, debo mantenerlos abiertos y dirigir mi mirada a cada uno de ellos.


Hasta ahora no me había puesto a pensar en mis logros, y en lo que he pasado para elevarme hasta esta posición. Pero desde que empezaron los destellos, lo único que me queda por hacer es analizarlos, o imaginar con gran pesar las cosas que podría estar viviendo en este momento, en otro lugar. Me decidí por lo primero.


Nací en un pueblo, no es importante mencionar en cual, eso no afectará los resultados. Nunca fui sobresaliente y no representé una esperanza para nadie, ni siquiera para mis padres, así que a mí tampoco me preocupó si desilusionaba a alguien. Para ellos solo existía Carolina, mi hermana a la que todo le salía bien. Tenía modales finos, era la primera en su clase y siempre se mostraba agradecida, era de espíritu alegre y era bastante hermosa. Lástima que enfermó. Su destino y el mío cambiaron de forma radical. Por miedo a contagiarse sus amigas se alejaron de ella y su cama se convirtió en su perpetua compañera. Yo no sentí nada y a raíz de eso me di cuenta de mi fuerza, ese acontecimiento formó mi carácter, ese que me ha guiado hasta hoy.


Ahora que he establecido que fui concebido mediocre por el Creador, podemos entender que mi desarrollo fue también mediocre. Pero fue por decisión propia. Esa es mi máxima cualidad, me mantengo firme en mis decisiones y no retrocedo. Mis estudios fueron como el agua, incoloros, inodoros e insípidos. No aprendí nada y no aprendieron nada de mí. A la edad de 16 años ya destacaba mi altanería y me perfilaba como uno de los grandes pillos de entre mis conocidos. Recuerdo un día de verano, mis padres ya no me daban dinero, pues destinaban gran parte a doctores y medicinas para Carolina, y yo lo necesitaba para financiar mis vicios precoces. Decidí que yo solo podía hacerme de un poco de dinero. Ahora me arrepiento, porque la señora R. era una buena persona, vivía cerca en una casa pequeña de color café, con la pintura raspada y con un techo de lámina. No tenía por qué haber entrado a su casa al mediodía de un domingo, cuando ella se encontraba en misa, y tampoco haberle robado gran parte de sus pertenencias; pero lo hice. El dinero no me duró mucho, lo convertí rápidamente en vino. Después de eso, me fui a probar suerte a la capital.


Disparo.


En la capital conocí a S. Yo andaba por las calles tratando de ganarme la vida. Fui el señor de la basura, barrendero, chofer y un pepenador permanente. En ese momento no era nada, cuando lo encontré en la calle. Estaba muy ebrio y lo acababan de asaltar, me quede cuidándolo hasta que se le pasó la borrachera. Por su vestimenta me di cuenta de que era parte del ejército. De tez morena, ojos pequeños, nariz grande y corte de casquete, el capitán S. se convirtió en mi mejor amigo. Empezamos a vivir juntos y me puso de su chofer. En las calles se respiraba un ambiente pesado, el gobierno iba perdiendo fuerza y se esperaba un gran motín. Todos los días me contaba las noticias del régimen, me consideraba su confidente. Una noche cuando volvíamos a la casa me confirmó lo que se escuchaba en los murmullos de la calle. Habría un golpe de Estado.


Fue cuestión de meses para que ocurriera, la Republica sucumbió ante el ejército y el general Del Toro se convirtió en el primer dictador desde hace muchos siglos.


Disparo.


Me casé con la peor mujer que encontré, la más sucia, la más vulgar, incluso fea físicamente, y la que menos me ofrecía. Nunca entendí porque lo hice. Había pasado 1 año desde que murió Carolina, y motivado por eso mi padre también. Regresé a vivir con mi madre, y fue ahí, en el pueblo de mi juventud, donde la conocí. Una mujer espantosa que trabajaba en el peor bar del pueblo, el bar que yo más frecuentaba. Ahora que lo pienso, eso fue lo único que nos unía, el cariño al ambiente vomitivo que se encerraba en las cantinas de mala muerte. Nos fuimos a vivir juntos a una pocilga, que tenía un solo cuarto y una cama tan pequeña en donde solo cabía ella, pues era bastante gorda. No teníamos mesa, usábamos un pedazo de la puerta rota del baño y la acomodábamos en el piso para comer sobre ella. Exprimí a mi madre de una manera tan cruel, quitándole la poca herencia que mi padre nos dejó, pero no la hice valer. Me había resignado a vivir en la porquería hasta que un día todo cambió.


Es relevante resaltar la importancia de dos aspectos: la relación de amistad y la formación empírica de mi carácter fiero, para no escatimar en actos viles para lograr mis cometidos. Estos dos han sido mis más grandes artífices para conseguir lo conseguido.


Dos, tres disparos más.


Sí, es cierto que todo empezó gracias a S. Confió en mí y me sacó del anonimato. Antes de S. era un don nadie, el me abrió las puertas del paraíso, de la vida que hasta ahora he llevado, desde el día en que me llamó y pase a ser el Director de Gobierno de la dictadura. Había pasado un año y medio desde que me fui de su casa. Me incomoda un poco que mi logro principal se deba a otra persona, pero yo me he sabido mantener todos estos años, y quien lo diría de un tipo como yo. Débil físicamente y de expresión aburrida, no aparento ser alguien especial. Pero lo soy, no me da pena decirlo, lo he demostrado.


He hecho tanto por el régimen. Llevé la represión a un nuevo nivel; ¡yo soy la represión! He atado de manos y pies a los malditos D.Q. cuando nos han querido derribar. Antes de mi llegada mostraban resistencia, ahora no asoman la nariz. Incluso los del régimen me tienen envidia, hablan a mis espaldas y me apodan La niñita de oro del Presidente. Pero en el fondo saben que soy el hombre fuerte de la dictadura. Sin mí, este barco se iría directo al abismo, y solo yo podría sacarlos de esa oscuridad y alejarlos del maldito olor a muertos.


Acepté esta nueva vida, me desprendí de mi mujer y con ella de mi pasado. La abandoné en la podredumbre, aquella que me estaba consumiendo. Pero ella no me importa, ahora soy un nuevo ser. Voy de querida en querida, de botella en botella, de bacanal en bacanal, y aunque a veces suelo arrepentirme, no dejo de disfrutar de estos placeres orgiásticos. Y ahora; también disfruto dar la orden de robarle la vida a alguien. Nadie puede negar que he sido valiente y he hecho bien mi trabajo. Sino no estaría aquí.

Disparo.


Y sigo aquí. Inmóvil, erguido y con los brazos a los costados. Se escuchan murmullos y los disparos continúan, ¿Cuánto tiempo estuve ausente?, y las luces provocadas por estos siguen frente a mi rostro. Pero como dije, la duración de este show depende de mí. Y he decidido que se acabe ahora.


- Amigos míos, ya ha terminado. - dije con mi expresión aburrida- Se acabó la sesión de fotos. Pasaré a tomar protesta.


Hoy me convierto en el nuevo Presidente.

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