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El abuelo Enrique.

ISAURA OCAÑA

El asoleadero se veía distinto por la noche, la fogata le daba un aire tétrico, pero todavía conservaba el olor a café de la cosecha de ayer. Esa noche el cielo estaba en calma, las estrellas brillaban, el aire soplaba misterioso, parecía haber más ojos aparte de los que rodeaban la fogata. Las canciones habían terminado hacía rato, en ese momento sólo mirábamos los restos de comida que quedaban, a ver si aún había algo que saborear. El abuelo Enrique llevaba un rato mirando el fuego, probablemente preparando la historia de aquella noche. Todos pensábamos que sería una historia de vaqueros como las otras, pero no fue así.


- Esta vez voy a contar una historia que sucedió aquí mismo, en el rancho. - La voz del abuelo era grave, su expresión se hacía lúgubre con las llamas del fuego iluminando su cara. - Han pasado unos cuantos años desde entonces. En aquel momento mi hijo Gonzalo tenía unos 4 o 5 años de edad y no podía dormir bien por la noche. Despertaba gritando en medio de la oscuridad. Estaba asustado del hombre que lo visitaba en la noche.


El abuelo se detuvo un momento y miró hacia un punto distante, sus ojos parecían fijarse en el potrero que se situaba a lo lejos. El terreno del abuelo siempre ha sido grande. Se puede ver la siembra en una parte, el potrero, las vacas y hasta un riachuelo que pasa cerca de ahí. Al visitar al abuelo, era seguro comer naranjas de los árboles alrededor, pero como era un hombre duro de carácter, que además había sobrevivido a la Revolución, tratábamos de no hacerlo enojar. Sólo tomábamos lo que teníamos permitido. El abuelo era un hombre grande. Cuando hablaba no podías dejar de prestarle atención porque era imponente y a veces, un poco cruel. Regresó la mirada a la fogata y continuó.


- Gonzalo despertaba muy asustado a mitad de la noche. Después de días de seguir con la misma cantaleta, decidí esperar y entrar en la madrugada al cuarto.- Su voz se hacía más baja y todos comenzábamos a observar alrededor. Atrás de nosotros, la casa se veía oscura.- Al llegar la madrugada, Gonzalo gritó aterrorizado y esa fue la señal para ir de inmediato. Tomé mi pistola cargada y fui tan rápido como pude a la habitación, pisando con cuidado, tratando de no hacer ruido al pasar. Pensé que me encontraría con alguna persona tratando de robarme en la casa.


“Cuando llegué al cuarto de Gonzalo, jamás imaginé encontrarme a un aparecido de verdad. Entonces, me puse frente a él y apuntándole con la pistola le pregunté: “¿Qué quiere aquí? ¿Por qué viene a molestar a mi hijo? Responda”. El hombre estaba ahí frente a la cama vestido de vaquero, no parecía haber rastro de que estuviera vivo. Aquel espectro se volteó para mirarme y dijo: “Yo solo quiero sepultura digna. Hace tiempo me robaron y me mataron, pero me dejaron ahí tirado. Lo único que pido es una sepultura digna”. -El abuelo hacía una voz más aguda mientras nos contaba lo que el aparecido había dicho. Nos miraba sin realmente hacerlo, sus ojos parecían ver sobre nosotros en dirección a la casa. Como si algo pasara, pero ninguno se atrevió a voltear a atrás.- Cuando dijo eso, sin bajar el arma, le contesté: “Está bien. Le daré su sepultura digna, pero deje de molestar a mi hijo por las noches y lárguese de aquí. ¿Dónde están sus restos? ¿Dónde tengo que buscar?” Me guió en la oscuridad hacia el lugar.”


El abuelo parecía estar disfrutando de la historia y los demás no podíamos dejar de escucharlo, aunque sabíamos perfectamente que con el abuelo a veces convenía no saber todos los detalles. Era inevitable parar oreja desde el inicio hasta el final. Te podías arrepentir después, pero en ese momento era en lo que menos pensabas.


- Me llevó fuera de la casa y cruzamos el terreno hasta llegar al potrero, ahí se detuvo y me dijo: “Aquí es donde me tiraron”. Yo prometí sacarlo y darle sepultura digna con la condición de que se fuera y nos dejara tranquilos. Después de decir aquello, se desvaneció. – El abuelo se escuchaba misterioso. Nos miraba como si ya lo hubiera visto todo. Cosa difícil de dudar, pero también de creer.- A la mañana siguiente, fui al potrero con unos hombres y nos pusimos a escarbar en el lugar donde dijo que estaban sus restos. Cavamos y ahí estaban. Ya era puro hueso. A saber cuánto tiempo llevaba ahí.


“Hicimos un hoyo en un cementerio y ahí echamos sus huesos. Hasta una cruz le pusimos al difunto. Después de eso no se volvió a aparecer por aquí, aunque esa no fue la última vez que pasó algo así y no dudo que vuelva a pasar.- Su mirada fue del potrero a la casa y pareció quedarse fija en algún lugar de ella por mucho tiempo. Luego regresó a mirarnos. - Esas historias las dejaremos para otro día. Ya es momento de dormir.”


El abuelo era cruel. Después de la historia, ninguno quería irse a la cama y algunos aprovecharon para ir al baño, ya que la letrina se encontraba ahí afuera sin otra luz más que la de la lámpara de mano. El abuelo Enrique nos apresuraba para ir a la casa y yo no sabía si esa noche era mejor aguantarse las ganas de orinar, llevar una botella o salir con la lámpara e intentar no morir de miedo en el intento. Conociendo al abuelo, la última era la mejor opción. No sabía a qué le tenía más miedo, si al abuelo o a los aparecidos.


 

Estudiante de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Veracruzana y cuenta con carrera técnica en Contabilidad. Es originaria de Xalapa, Veracruz; vive en la ciudad desde su nacimiento. Protagonizó la obra de teatro “Ciahuameztli Nenequi Icihuca” (“La Señora Luna sigue caminando”), monólogo escrito por Ana Iris Nolasco, el cual se presentó el 08 de marzo de 2016. Escribió guion para TeleUV y participó en la realización del Spot de la FILU 2018.

Es apasionada por las artes; la lectura y la escritura la han acompañado a lo largo de su vida. Escribe teatro, cuento y ensayo.

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