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El Diablo borracho y enamorado

VLADIMIR ACOSTA PROM


Cuando el Diablo salió a pasear eran las dos de la madrugada; estaba borracho como era costumbre de noche y estaba enamorado, como era de esperarse en primavera.


Había luna llena y el resplandor dejaba ver sus cuernos mutilados por toda una existencia tortuosa. Caminaba tambaleándose, con los ojos desorbitados por el frenesí del alcohol y la locura del amor que lo poseía.


Caminaba por la avenida principal, ya había poca gente a esas horas y la que se alcanzaba a ver estaba igual de embebida que él. Era una noche de fiesta en el pueblo, la gente solía salir disfrazada en noches así, y el Diablo aprovechaba para salir sin disfraz.


Junto a él pasó caminando un grupo de muchachos; jóvenes, inexpertos, también borrachos, eufóricos y canturreando canciones. Iban disfrazados de quien sabe qué; con capas negras, cuernos, colas y trinches. Ignoraron al Diablo y éste los ignoró; ni se conocían ni se querían conocer. ¿Quién querría conocer al Diablo en persona? Nadie, o por lo menos nadie en sus cinco sentidos. Pero como dije, esos muchachos estaban borrachos, y si hubieran sabido que el ser que pasaba a su lado vestido como un diablo, caminando con pasos flojos e imprecisos, y deambulando con pinta de vagabundo, era en realidad el mismísimo Diablo, hubieran aprovechado esa valentía que brinda el alcohol para hacerle una petición; una muy extraña y difícil de conceder.


Y si el Diablo, esa noche, en vez de estar briago de amor etílico, hubiera estado en su sano juicio, hubiera reconocido a esos muchachos, y a uno de ellos en particular, y hubiera sabido lo que él anhelaba y el Diablo se lo hubiera podido conseguir, con mucha facilidad y a muy bajo precio. A fin de cuentas, el Diablo tiene todo al alcance de sus garras y ni toda la fama ni todo el dinero del mundo es difícil de conseguir para él, lo único que pide a cambio es un poquito de tu alma; completamente y para toda la eternidad. Sin embargo, esa noche al Diablo no le importaba el alma de Efraín ni sus ridículas peticiones. Pero sin duda le hubiera importado de haberle reconocido, porque el Diablo sabía, a ciencia cierta y con la total certeza que dan los poderes de videncia, que Efraín sería aquel que desposaría a María diez años después. Y el Diablo no hubiera dudado ni un segundo apropiarse de esa alma fresca, que sabía resultaría ser un estorbo después.


Nada pasó y todos siguieron su camino. Los muchachos se fueron recto en dirección al siguiente bar y el Diablo dobló a la izquierda en la vereda empedrada, después siguió hasta el callejón de la fontana y por esa misma fuente trepó hasta el balcón de una de las casas, ahí se sentó en el barandal a contemplar a la niña que dormía dentro del cuarto. La miró suavemente con sus ojos enamorados (de esa manera que nunca miran los diablos), le cantó una serenata muda para no despertarla y, con movimientos bruscos y tambaleándose de borracho, se metió en sus sueños -no con la intención de perturbarlos, ni de poseerla, tampoco con la intención de hacer su voluntad; tan sólo quería una probadita de sus dulces sueños, de su infinito candor juvenil, de su inocencia onírica en la que siempre que podía se colaba y de su amor incondicional del que sólo era un espectador y no podría ser parte jamás-.


Y es que el Diablo le hubiera vendido su alma a cualquier otro diablo a cambio de poder tener el amor de María, pero ese amor no era para él, y mucho menos lo sería después.


 

Nacido en Xalapa,Veracruz en 1989. Libra de signo zodiacal y de equilibrado talante. Amante de la naturaleza, ejercedor de la justicia, practicante de la pintura y la música, enamorado de las musas que rigen el arte. Artista libre que insiste en fluir. Escritor de cuentos, poemas, canciones y plegarias. Influenciado notablemente en su forma de escribir y de percibir el mundo por escritores como Lovecraft, Herman Hesse y García Márquez.


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