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vaterevista

El salón

CUAUHTÉMOC T. CALDERÓN MARTÍN


Para Mar.


En la casa de la señora Torres se pueden encontrar las antigüedades más ridículas que se consiguen en un bazar. En la sala tiene una alacena llena de vasos que le han regalado como recuerdo en las fiestas, todos acomodados cronológicamente; también tiene otra vitrina con todos los muñequitos que regalan en los chocolates. En el estudio hay un espejo del tamaño de una pared, una pequeña biblioteca con la colección de novelas cortas más grande, un piano de cola y una muñeca de porcelana con un traje de bailarina.


Todas las tardes, la nieta de la señora Torres va a practicar al estudio. Inicialmente, el piano lo habían comprado para que la niña pudiera ensayar con música en vivo, pero la señora Torres no se imaginó lo caro que saldría pagar a un pianista todas las tardes. La solución aparente era utilizar una grabadora, pero el volumen de la música era la causa de constantes peleas. Gracias a los chicharitos mágicos que le vendieron a la señora Torres en una tienda de electrónica, su nieta podía escuchar música desde su celular con el volumen que quisiera sin molestar a nadie.


Durante un año, las cosas parecieron estar bastante bien. La señora Torres podía cocinar algún dulce para compartir con su nieta, sin que la molesta música que le gustaba a su nieta la distrajera. Por las noches, era costumbre que la tele de la sala estuviera prendida y en el estudio se podía escuchar un ligero eco. Cuando eso pasaba, las cuerdas del piano intentaban vibrar lo suficiente como para quitarse el polvo. Había pasado mucho tiempo desde que la muñeca había escuchado un vals, deseaba escuchar una melodía de principio a fin y descansar de la posición en la que fue hecha. Cada vez que la nieta terminaba su ensayo y cerraba la puerta, la madera de la duela se hacía más frígida por la falta de música.


El estudio se fue haciendo cada vez más frío, tanto que una tarde de junio, la señora Torres tuvo que sacar a su nieta al patio para que se calentara un poco porque le dieron severos calambres en las piernas. Se cerró el estudio con llave porque una señora tan anciana como ella temía que el frío se esparciera por toda la casa. Ahora, sin la presencia de cualquier tipo de eco, las cuerdas del piano se tensaron tanto que una noche se convirtieron en polvo. No hubo sonido alguno. Lo que fue creado para hacer música se muere. La tapa, donde estaba la bailarina se congeló, al igual que las teclas y los pedales.


Años más tarde, cuando la nieta de la señora Torres había obtenido la casa como herencia, quitó el seguro de las puertas y volvió a abrir el estudio. El aire de abandono dejó un olor que le recordó las muchas horas de ensayo. El espejo se había tornado gris, el piano estaba lleno de polillas y la muñeca de porcelana estaba en el suelo. La nieta sabía lo importante que era esa bailarina. Todas las tardes de ensayo por la abuela. Recogió toda la porcelana que pudo del suelo y la puso en un plástico para llevarla a componer. Al salir de la casa los restos de la muñeca se comenzaron a derretir al sentir el sol de la tarde.

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