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El sonido del cristal

ARTURO GUTIÉRREZ


Parte 1


Bajaste por las escaleras de piedra del tercer piso de la oficina, te despediste de Ángeles, la de marketing, con una simple seña de manos y asintiendo con la cabeza. Caminaste hasta la entrada pero te detuviste justo antes de abrir la puerta, volteaste a ver a Xavier con quien cruzaste unas palabras acerca de la última venta que tuvieron juntos. Te ofreciste a llevarle un poco de comida pero él rechazó la propuesta respetuosamente. Finalmente quedaste satisfecha con la conversación y regresaste a la entrada.


El viento acarició tu cara al salir. Suspiraste por la increíble sensación de la naturaleza tras salir del incómodo horario de oficina. Volteaste a la izquierda pensando si ir a la fonda a la que siempre vas o bien, dirigirte a la derecha e ir a un restaurante nuevo. Rechazaste esta última porque aún no llegaba la quincena, de todos modos, sabes que adoras la pechuga de pollo asada con la salsa de habanero, por lo que no fue tan difícil tomar esa decisión. Hiciste, por fin, el giro a la izquierda cruzando la calle en diagonal. Fue justo antes de llegar al otro lado de la acera cuando sentiste un ligero mareo. Te detuviste en seco y supiste exactamente qué estaba pasando. Miraste el edificio de enfrente, los estantes de la tienda de autoservicio comenzaban a rebotar por todo el lugar y fue cuando entraste en trance, miraste hacia el cielo y una ventana que se desprendía hizo un salto, amañó con brincar hacia el piso de arriba, pero al final la gravedad hizo lo suyo y comenzó a descender en tu dirección.


Un estruendoso sonido a un par de metros hizo que se te acelerara el corazón. Tu madre fue el primer pensamiento que vino a tu mente. Vives en una casa de 6 pisos, un perro, un gato y tu familia. Repasaste la lista en tu mente: tu hermana trabaja por el Sur, ahí nunca pasa nada. Tus amigos viven por esa misma zona, probablemente no hay ningún percance,pero tu madre. ¡Oh! Tu madre. Tu edificio se encuentra en la Colonia Roma. Sin duda una de las zonas más susceptibles a sismos en la Ciudad de México.


Supiste que iba en serio cuando al pasar un minuto el temblor no paraba y el quinto cristal caía sobre la acera, uno de ellos casi partiendo en dos a una persona. Se detuvo el mundo por alrededor de 1 hora. Y esto es lo que sucede cuando se detiene el mundo.


Corriste a la calle; la gente saliendo de los edificios a toda marcha. La gente se bajó de sus coches, la muchedumbre bloqueaba las calles. Te dirigiste a tu hogar pensando en que era muy pronto para preocuparse. No había que estresarse por nada. Era obvio que las líneas estarían disfuncionales por lo que ni siquiera pensaste usar tu celular. “Estás a 4km” te repetías constantemente, sabías que la opción de ir a ver tu edificio estaba a la mano y, por lo tanto, el ansia no entraba. El estado de calma se confundía con el estado de shock: eran uno sólo. Una merma de emociones que se reflejaron en la calma.


Seguiste hacia la calle Nuevo León y notaste algo muy extraño. La gente gritaba y corría hacia ti, como una ola de espartanos a punto de pelear. Te sentiste en una película y en algún momento lo creíste. Una horda de zombies hambrientos corrían tras de ti. Tú sacabas un sable de fuego y comenzabas a exterminarlos uno por uno. Hasta que el olfato te despertó y reconociste el olor a gas. Volteaste a la izquierda e identificaste la gasolinería. Regresaste a la calle principal con la gente y replanteaste. Al regresar a la calle notaste algo familiar, una horda de gente iba corriendo hacia ti gritando y alardeando sobre el olor a gas. Te diste cuenta que el olor provenía de las tuberías y coladeras. Así que regresaste a la calle Nuevo León pensando que si eso iba a explotar, explotaría toda la cuadra.


Al cruzar la primera calle escuchaste una explosión y la sangre se heló por todo tu cuerpo. Una bola de humo y fuego salió de un edificio. Justo ibas pasando por la gasolinería y toda la gente comenzó a correr despavorida por toda la avenida, como leones enjaulados, de cautiverio, que por primera vez conocen la libertad. Viste avestruces, cebras y otros animales. De hecho algunos tigres y jabalíes lograron pasarte por un lado embistiéndote y sólo alcanzaste a empujarlos con un brazo porque intentabas cruzar a toda costa, todavía pensando en tu edificio.


Pasados 10 minutos de carrera, comenzaste a visualizar en qué kilómetro irías, son 4 kilómetros a tu casa y llevas 10 minutos corriendo, comenzaste a hacer las cuentas y decidiste que aproximadamente llevabas dos. Aumentaste el paso porque querías llegar antes de los 20 minutos, así que aumentaste la cadencia de tus piernas. Al mirar a tu izquierda reconociste a Kipchoge, el keniano, te sorprendiste al ver que podías aguantar su ritmo y apretaste el paso. Te encontrabas en un estadio con una pista de tartán. Era la final de los 5,000 metros planos e ibas punteando. Podías visualizar el listón a lo lejos cuando de pronto un hombre de zapatos boleados y corbata verde te preguntó que hacia donde ibas. Respondiste que a la Roma. Hizo una cara de angustia. Tuviste la misma cortesía de preguntarle. Corrían a la misma velocidad. “Mi novia está en la Torre de Reforma” contestó. Le dijiste que era un edificio muy seguro, que no tenía de qué preocuparse. Te sonrió. Llegaron a Álvaro Obregón y se despidieron deseándose suerte. Pensaste que ya faltaba poco, menos de un kilómetro. Comenzaba el ansia. Entró una llamada, la primera. Tu hermano estaba del otro lado, con mucha angustia y preocupación, le dijiste serenamente que ya estabas llegando, que no se preocupara ya que pronto sabrías como estaba su madre.


Llegaste a la calle del edificio. El edificio seguía en pie, con algunos daños notables, pero en pie. Poco a poco fuiste entrando a la zona de guerra. Las lámparas de techo seguían columpiando, parpadeando y quedándose sin luz poco a poco. Toda la fachada se desplomaba poco a poco. Las bombas habían destruido toda la cuadra excepto ese edificio. Tomaste tu rifle AK-47 y te acomodaste el casco verde. Comenzaste a subir las escaleras. Le mandaste señas a tu compañero de que estaba libre para pasar. Subieron al primer piso. Destrucción. Las puertas estaban en el piso. El comando entró detrás de ti. Apuntabas con tu arma cada vez que entrabas a una habitación. Estaba desierto. Se repitió la historia en el segundo y tercer piso. Llegando al cuarto piso todo fue distinto, como si no hubiera sucedido nada. Por fin llegaste a tu puerta.


Se encontraba entreabierta por lo que sólo tuviste que empujarla con los dedos. No había nada que hubiera sobrevivido. Todo lo que se pudo haber caído, se cayó. Gritaste para saber si tu madre o tus animales se encontraban adentro. No había señal alguna. Revisaste los cuartos. Como si los hubieran saqueado. Saliste del edificio y te dirigiste al rendevous que habías acordado con tu familia en caso de emergencia. Pasaron 15 minutos y no había nadie. Decidiste salir a buscarlos.


 

Estudió Matemáticas Aplicadas en el ITAM con estudios parciales en la UNAM y la Universidad de Estocolmo. Ha sido profesor de Matemáticas en nivel superior y medio superior en varias instituciones públicas y privadas. Actualmente se dedica al deporte, desempeñándose como atleta profesional y entrenador de triatlón. Sin duda, reconoce el deporte, la escritura y literatura como formas intrínsecas humanas de expresión artística.

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