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El Sonido del Cristal II

ARTURO GUTIÉRREZ

Desesperada bajaste las escaleras ahora sin temor alguno. Tu casa se encontraba en pie y, aunque su interior era un desastre, había que reorganizar prioridades. Fuiste a la parte de atrás del edificio, justo antes de encontrar estacionamiento. Ahí buscaste al viejo velador que no aparecía, el edificio estaba completamente vacío. Saliste al camellón y ahí reconociste al viejo. Le preguntaste sin dudar “¡Joven! ¿Se sintió muy feo?” Y al ver su mueca ya esperabas el contenido de la respuesta. “¡Ay señorita! Si hubiera estado aquí no la contaba. Terrible. Yo creí que ya habíamos valido” dijo el señor arreglándose el bigote una y otra vez.


La pregunta del millón, no la habías hecho por temor a la respuesta, así que la guardaste hasta ese momento "¿Ha visto a mi madre?" El señor frunció el ceño, como si no recordara nada, o si nada estuviera claro. "Sí señorita. Estaba batallando con su perro y su gato.” Empezaste a abrir los ojos. Poco a poco y de manera preocupante. Fue entonces cuando una señora tiró la última gota. "Sí, una señora con un perrito café chiquito sin correa. Lo iba persiguiendo hasta la Fuente." Sin pensarlo saliste corriendo hacia la Fuente de la Cibeles. Mares de gente se encontraba charlando entre sí. Comenzaste a preguntar desesperada si habían visto a una señora con la descripción de tu madre persiguiendo a un perro con las características del tuyo. La respuesta fue afirmativa varias veces y siguieron señalando el camino por varias cuadras más. Finalmente un chavo se te acercó y te dijo: "Sí, yo lo traté de agarrar y corrió. Se metió dentro de ese edificio.” Dijo señalando un edificio destartalado, acordonado y con militares en la entrada. Trataste de entrar por el estacionamiento pero un policía te detuvo del brazo. Te dijo que podría caer en cualquier momento. Aún así decidiste acercarte. Gritaste el nombre de tu perro varias veces. Silencio absoluto. Sentías el vacío en el estómago. Te preguntabas un millón de cosas cada segundo. ‘¿Por qué tu mamá no estaba en el punto de reunión? ¿Habría entrado también con el perro? ¿Le habrá pasado algo al entrar? ¿Le habrá pasado algo en las banquetas que todavía recibían pedazos de concreto caído?’


Tu cabeza daba mil vueltas hasta que entró la primera llamada a tu celular. Era tú papá “¿Ya hablaste con tu ma?, ya localicé a tus hermanos y ahora a ti, pero nadie sabe de tu mamá.” Con calma le dijiste que habías entrado a la casa y que no parecía tener daños mayores más que grietas y fachada destruida. Le dijiste que pronto le marcarías, cuando estuvieran todos reunidos. Porque lo estarían. Entró la segunda llamada, era tu hermano. Habías olvidado marcarle para decirle que todo estaba en orden con la casa. Entre lágrimas te agradeció por estar ahí. Tú sólo colgaste. Seguías preocupada. Entró la tercera y cuarta llamada, eran de una persona muy querida que te marcaba entre lágrimas, asustada. Le decías que todo iba a estar bien, que no se preocupara. Que su familia seguro estaba tranquila, que la zona donde vivían no era de riesgo sísmico. Sintió verdad y calidez en tus palabras, te agradeció y colgó. Recibiste una última llamada, de un número conocido pero no guardado. No atendiste.


Al voltear a ver a la gente, entre lágrimas y cánticos de tristeza. Abrazos desconsolados, un último vuelco al estómago. Mientras se caía el edificio de atrás, el sonido del cristal retumbaba primero en tus oídos. Lograste visualizar una cabellera china y oscura a lo lejos, con un perro entre sus brazos. Una cabellera que te devolvió la vida. Respiraste. Sonreíste.


 

Estudió Matemáticas Aplicadas en el ITAM con estudios parciales en la UNAM y la Universidad de Estocolmo. Ha sido profesor de Matemáticas en nivel superior y medio superior en varias instituciones públicas y privadas. Actualmente se dedica al deporte, desempeñándose como atleta profesional y entrenador de triatlón. Sin duda, reconoce el deporte, la escritura y literatura como formas intrínsecas humanas de expresión artística.

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