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Elijo no seguir.

Actualizado: 29 ago 2019

MELISSA MONTAÑO PÉREZ


Últimamente mi salud no ha estado bien. Lo sé porque no he dormido más de seis horas en los últimos días y porque los desvelos nunca faltan en mi rutina nocturna. Ya desde hace varios años acostumbraba mantenerme despierta hasta la una de la mañana. No porque quisiera, sino porque me aterraba dormir sola y se me agotaron las razones para pedirle a mamá cada noche que durmiera conmigo. Papá, enojado, aceptaría intercambiar camas conmigo; así, él terminaría durmiendo en una cama individual, forrada con sábanas y cobijas de princesas, mientras yo tomaba el lado derecho de una cama matrimonial, durmiendo plácida entre los brazos de mamá. Las ojeras que aparecieron bajo mis ojos debido a esas noches tormentosas y luego felices, aún no desaparecen. Me pregunto si algún día lo harán.


Últimamente mi salud no ha estado bien. Lo sé porque no he comido ni una verdura en más de dos semanas y porque, desde que tengo memoria, las frutas y las verduras me disgustan, afortunadamente aprendí a comer estas últimas cuando crecí y llegué a mi adolescencia. Ahora que nadie prepara mi comida, ahora que nadie me vigila durante el almuerzo, mis hábitos alimenticios han empeorado y bien podrían etiquetarse como destructivos. Ojalá pudiera decir que en mi plato hay carne, hay huevos, hay pasta, pero frecuentemente lo que hay en mi plato es comida chatarra, comida rápida, comida nociva si se consume en exceso. Y aunque ya he pasado dos noches en el hospital por tal razón, no puedo renunciar a la Coca Cola, a la comida de la calle, a la comida grasosa. Nunca he considerado invertir en un nutriólogo.


Últimamente mi salud no ha estado bien. Lo sé porque no he hecho ejercicio en más de un mes y porque nunca, ni en la infancia, he sido una persona a la que le agraden los deportes. Veo mi cuerpo en el reflejo del espejo y pienso que, pese a mi denigrante dieta basada en comida rápida, mi cuerpo no está tan mal, pero cuando retiro la mirada del espejo y miro abajo, veo mis piernas y mi estómago y noto que están flácidos. Veo la carne que cuelga de mis brazos y me río de la poca vergüenza que tengo y que me permite seguir usando vestidos o blusas sin mangas o sin hombros. Muchas veces he intentado convertir el ejercicio en una de mis actividades frecuentes pero el deseo dura poco. Dos semanas han sido el periodo más largo en el que me paro diariamente frente al televisor, mirando videos de ejercicios en casa. Renuncio enseguida. Nunca he considerado invertir (tiempo y dinero) en un gimnasio.


Últimamente mi salud no ha estado bien. Lo sé porque no duermo, no como ni cuido mi cuerpo bien. Pienso que es cuestión de poco tiempo para que la suma de estos tres descuidos y otros que no he mencionado, arrojen un resultado, no sólo aterrador, sino también mortal. Cuando comencé a considerar esta posibilidad, pude visualizarme en la cama de un hospital, con las delgadas y pequeñas mangueras transparentes pasando líquido hacia mi cuerpo, cerrando los ojos porque tengo sueño mientras mi familia se aterra cada que lo hago y se pregunta si estoy dormida, inconsciente o muerta.


Últimamente he pensado mucho sobre mi salud. Sé que no hay razón o motivo que me convierta en una excepción ante la enfermedad. Por supuesto, no deseo morir de cáncer o pasar mi última noche con vida en la cama del hospital, pero estoy desarmada ante cualquier adversidad y las posibilidades de convalecer pueden permanecer de mi lado tanto como pueden volverse en mi contra. Cada día que pienso en lo que he hecho con mi vida en estos últimos meses, me parece que puedo saludar a la muerte más cerca, al frente y, aunque aún no pueda verla o si quiera escucharla, sé que una batalla se acerca.


Cuando me desmaye en el momento más inoportuno, caminando por la calle o en el autobús; cuando me encuentre sola, sin nadie que pueda atraparme antes de caer al suelo; cuando llamen a la ambulancia y mi familia corra a preguntar cómo me encuentro. En esos momentos, estén preparados. Si el diagnóstico los asusta, los hace llorar, los hace ponerse a orar, estén preparados. No me pidan que sea fuerte, que luche, porque no planeo hacerlo. Algo peor que saber que moriré debido a una enfermedad mortal causada por mis descuidos, es morir diariamente con la mortificación de que no cuento con los recursos para costear los medicamentos y el tratamiento que tan sólo me mantendrán viva más tiempo, alargando el dolor, el sufrimiento, el llanto y la frustración.


No estoy cometiendo suicidio si pido que no me obliguen a luchar contra la muerte; tampoco estoy siendo participe de un caso de eutanasia en el que decidí adelantar mi hora de morir sin haber luchado antes un poco. Tan sólo sé que deseo invertir mis últimos días en mi familia, en mis amigos, en mis libros, en mis películas y en Dios. No pienso que sea egoísta pedir que no me orillen a un tratamiento doloroso y costoso, el cual intensificará mi desesperación cuando piense que no hay de dónde sacar dinero para pagarlo, ni pienso que sea justo que me quieran conmover con argumentos sobre valorar la vida y perseguirla. Perseguí la vida durante 24 años y me cansé de correr una carrera que sólo me acercaba a una meta diferente y sin premio. Últimamente, no he estado bien de salud y sé que la enfermedad me acecha. Cuando ésta me alcance, no me pidan que luche contra ella porque desde hoy elijo no seguir.


 

Nació en Xalapa, Veracruz el 30 de abril de 1995. Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana (UV); sus trabajos de investigación están principalmente encaminados en el área de la lingüística. Ha colaborado como reportera y correctora de estilo en el Departamento de Prensa de la UV, y como columnista para el periódico El Dictamen. Trabajó como asistente ejecutiva para Difusión Cultural UV y también ha colaborado como guionista para obras de teatro presentadas en congresos nacionales y como escritora para diversas publicaciones juveniles.

Se dedica principalmente a la corrección de estilo de manera independiente, colaborando con editoriales fuera del estado, medios impresos de divulgación artística y organizaciones gubernamentales e internacionales como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, con la que colaboró como correctora de estilo en el marco del Día Mundial contra la Trata de Personas.

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