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Eso también era violencia.

Actualizado: 26 sept 2019

MELISSA MONTAÑO PÉREZ


Este texto iba a ser la conclusión de un experimento que consistía en entrevistar a muchas personas para saber qué era lo primero que pensaban cuando escuchaban el término violencia. Comencé entrevistando únicamente a las mujeres - no sé por qué razón - y me detuve cuando noté que el texto empezaba a parecer una apología feminista. Me propuse entrevistar a una más y después de ella, me dedicaría a entrevistar a los hombres. Algunas mujeres habían respondido con una palabra, un sinónimo de violencia; otras, con una noticia sobre algún feminicidio. La última entrevistada respondió asociando la violencia con un doloroso recuerdo que no cabría en una o dos líneas de un párrafo. Abandoné el experimento y le cedí el lápiz y el papel. Este texto es su memoria.


Lo primero que viene a mi mente cuando escucho el término violencia no es otro término; no tengo una definición formal ni sustentada por el diccionario de lo que la violencia es. No pienso en alguna noticia trágica en la que alguien haya sido víctima de un acto de agresión, ni me exalto al saber que las mujeres sufrimos mucho de este tipo de interacción, principalmente con los hombres, aunque me consta que así es. Lo primero que viene a mi mente es un recuerdo de mi infancia. Tenía 6 años, estaba sentada en la sala de mi casa desde donde podía ver el cuarto de mis padres. Yo estaba usando un disfraz de ovejita porque bailaría en un festival navideño. Mi madre no podría asistir al festival por su trabajo, pero al final sí asistió. Mi padre la obligó.


Desde el sillón en el que estaba sentada, pude ver a mi padre entrando en su recámara, tomar a mi mamá, quien estaba envuelta en una toalla de baño y aventarla a la cama, la cual yo ya no podía ver desde donde estaba. Cerca de la puerta del cuarto lo vi a él y el movimiento brusco con el que hizo a mi madre desaparecer de mi vista. Le gritó que tenía la obligación de irme a ver al festival y no sé qué otras cosas más. Después, mi padre se alejó del marco de la puerta y ya no lo vi más. Había ido hacia mi madre para obligarla a no ir a trabajar esa mañana y que fuera a ver a su hija bailar vestida de ovejita. Yo no vi qué le hizo, pero sé que cuando la alcanzó sobre el colchón la golpeó. Mi madre fue al festival.


Otra mañana, mi madre me estaba vistiendo con el uniforme para ir a la escuela. Papá entró en el cuarto y le ordenó que me dejara vestirme sola, pero ella no le hizo caso. Continuó acomodándome el pantalón hasta que él levantó un zapato del suelo y le preguntó si acaso no lo había escuchado. Ella no respondió pero dejó el pantalón y yo lo tomé. Papá soltó el zapato que había tomado y yo terminé de vestirme sola. Ambos se retiraron de la habitación y yo aprendí que ya tenía la edad suficiente para arreglarme sin ayuda para ir a la escuela. Si ella no hubiera soltado el pantalón, él la hubiera golpeado con el zapato enfrente de mí, porque cuando él se enojaba no le importaba quién estuviera presente, él desahogaría su furia.


Sé que a mi padre no le importaba quién estuviera alrededor cuando estaba dispuesto a golpear a mamá. Lo sé porque cuando yo era aún más pequeña y él no vivía con nosotras, un día pasó por mí para llevarme a pasear y le pidió a ella que nos acompañara. Mamá se negó y eso lo enfureció; así que la tomó por los cabellos y la jaló por el pasillo de nuestra casa. Mi abuela y un hermano de la abuela salieron para detenerlo, pero él no la soltaba. No sé qué sucedió después de eso, pero me parece recordar que fui con él a pasear. Porque muchas veces pudo haber golpeado a mamá, pero a mí nunca me puso una mano encima; siempre lo evitó, quizás porque era su hija, aunque los gritos y la intimidación no faltaron.


Cuando comenzó a vivir con nosotros, papá acostumbraba limpiar su nariz - o simular que lo hacía - en mis playeras cuando yo las llevaba puestas. Pasaba junto a mí y ocupaba mi manga para “sonarse”. Una noche, la hermana de mamá, quien era nuestra vecina, vino a pedirnos no sé qué y mientras mamá se lo daba, yo quise hacerle a mi padre la misma broma que él me había hecho antes muchas veces. Para mi sorpresa, cuando lo hice él enfureció en una forma desmedida y comenzó a gritarme enfrente de mi tía. Me reclamó por haber ensuciado la camisa que volvería a usar al día siguiente y aunque mamá le recordó que él me hacía lo mismo siempre, él no se detuvo. Ese día me rompió el corazón, pero fue la última vez que mi padre me humilló así. Yo tenía 8 años.


La noche en que mi madre lo echó definitivamente de la casa, fue un sábado en el que ella y yo volvimos tarde por haber ido a la fiesta de una amiga de la iglesia. Para aquel entonces, ellos ya no dormían juntos, él dormía en mi cama y yo dormía con mamá. Entramos a la casa y él se levantó de la cama, fue hacia nosotras y comenzó a gritarme y regañarme por no haber respondido el celular, luego me ordenó que se lo diera. Mamá no lo permitió y eso, como siempre, lo enfureció. Se aproximó a ella y la tomó del cuello, la recargó sobre la ventana y ella comenzó a golpear con el puño sobre el vidrio; eso hizo que él la soltara. Papá volteó a verme y me preguntó “¿Esto es lo que querías?” y fue hacia mí. Ella lo detuvo y me empujó fuera de la casa. Todavía me pregunto qué habría hecho mi padre si ella no lo detenía. ¿Me habría pegado por primera vez?


Nunca logró ponerme una mano encima y me atrevo a decir que nunca lo deseó. Muchas de las veces que agredió a mi madre, no lo hizo frente a mí; principalmente la agredía física y psicológicamente antes de que yo naciera. Cuando me disfracé de borreguita, cuando aprendí a vestirme yo solita, la pared de su recámara que tapaba su cama y el tomar el pantalón y ponérmelo sin ayuda evitaron que viera directamente cómo la golpeaba, pero siempre vi su intención y la furia con la que se acercaba a ella, como acechándola. Le gustaba intimidarla, inyectarle miedo, y yo veía todo eso. Eso también es violencia.


Si me preguntas qué es lo primero que viene a mi mente cuando escucho la palabra violencia, sé que no es otro término; no tengo una definición formal ni sustentada por el diccionario de lo que la violencia es. No pienso en alguna noticia trágica en la que alguien haya sido víctima de un acto de agresión, ni me exalto al saber que las mujeres sufrimos mucho de este tipo de interacción, principalmente con los hombres y me consta que así es. Lo primero que viene a mi mente son los recuerdos de mi padre y mi madre, uno sometiendo a la otra. Si le preguntas a mi madre qué es lo primero que viene a su mente cuando escucha la palabra violencia, ella responde: “Tu padre”.


 

Nació en Xalapa, Veracruz el 30 de abril de 1995. Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana (UV); sus trabajos de investigación están principalmente encaminados en el área de la lingüística. Ha colaborado como reportera y correctora de estilo en el Departamento de Prensa de la UV, y como columnista para el periódico El Dictamen. Trabajó como asistente ejecutiva para Difusión Cultural UV y también ha colaborado como guionista para obras de teatro presentadas en congresos nacionales y como escritora para diversas publicaciones juveniles.

Se dedica principalmente a la corrección de estilo de manera independiente, colaborando con editoriales fuera del estado, medios impresos de divulgación artística y organizaciones gubernamentales e internacionales como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, con la que colaboró como correctora de estilo en el marco del Día Mundial contra la Trata de Personas.

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