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ISAURA OCAÑA


Llevo tiempo repasando lo mismo, estando en la calle, en el trabajo, reunida con mis seres queridos y, en especial, acompañada de la soledad. Cada día me parece más mecánico que el anterior, pero sigo repitiendo la rutina, incluso ahora que abro el cerrojo de mi casa, al pasar por la sala en medio de aquellas paredes húmedas. Sigo pensando en lo mismo cada vez más y esas palabras abruman mi mente.


Es posible que la problemática de la existencia radique en la inutilidad de la acción humana, carente de propósito e incierta en todo momento. Estamos plagados de impulsividad y la más mínima duda desata caos en la mente. Nuestras acciones definen la relevancia de nuestra estancia en la materialidad, pero la falta de buen juicio muchas veces nos lleva por senderos circulares que nos regresan al punto de salida. ¿En realidad avanzamos? ¿Somos capaces de hacer algo a nuestro favor? Conscientes o inconscientes, esperamos que el entorno defina nuestra propia presencia en el mundo terrenal y lo hace, pero ¿hasta qué punto somos dependientes? ¿Tenemos autonomía?


En el entendido de que la sociedad espera algo de nosotros y teniendo en cuenta el peso que adquieren los miembros más cercanos, que se encuentran inmersos en ella, ¿alguna vez elegimos algo a voluntad y sin tomar en cuenta lo que los miembros sociales, cercanos o lejanos, opinan sobre nosotros?


No sé si alguna vez lo he hecho.


No puedo pensar más. La visión se me nubla y me recuesto sobre la cama. Llevo la ropa del diario puesta, impregnada de sudor y de los residuos de cigarrillos que he fumado en el transcurso del día, los restos del cansancio que provoca salir cada mañana y fingir que soy un miembro de la sociedad como cualquier otro, fingir que llevo una vida. Cubro mi cara con el brazo, es abrumador quedarme sola entre pensamientos tan absurdos, tan sin sentido, y saber que nuevamente comenzarán a invadir mi mente.


Regresan otra vez.

En todo caso, si el entorno define parte de lo que somos, ¿seríamos auténticos? ¿Qué pasa si no lo somos? Probablemente el tiempo pase y siga sin importar lo que somos o dejamos de ser, nada cambiaría en el mundo la falta de existencia de una persona, pero…


Bla, bla, bla…


Debo levantarme y ocupar mi mente en otra cosa. Me siento sobre la cama y comienzo a olfatear mi ropa, el olor me provoca dolor de cabeza. Decido tomar una ducha caliente, así que me levanto y camino al closet, donde encuentro entre la ropa amontonada un short y una playera ligera, lo tomo. Me dirijo al baño, escojo una toalla y coloco mi ropa sobre un estante de madera. Cuelgo la toalla.


¡Oh no! No de nuevo…


La falta de existencia (considerándola vida), puede encontrarse en la cotidianidad. No podría llamarse vida la trayectoria de una persona que persigue el mismo patrón cada día y la manera robótica de realizar cada tarea, automática, vacía. ¿Cuál es la razón de existir y cómo se existe?


No hay respuestas suficientes para tantas preguntas. Shhht…


Comienzo a desvestirme lentamente, salgo del vestido ajustado, bajo cuidadosamente las medias negras, primero una pierna y luego la otra, me deshago de la ropa interior. Todo termina en el suelo y me miro al espejo. Desmaquillo mi cara. Desnuda como estoy, puedo notar toda clase de marcas y siento la monotonía de una tarea que he efectuado tantas veces anteriores; poco a poco, se desvanece mi rostro y no distingo la cara de la persona parada frente al espejo. Dejo de existir.


Me retiro y haber visto al sin rostro del espejo pierde completo significado. Con mi mano tanteo la temperatura del agua y está tibia. Me adentro en el chorro que sale de aquella regadera, siento el agua caer sobre mis hombros y pasar por mis pechos, recorriendo mi cintura, mis piernas. Me lavo el cabello y lo enjuago hasta asegurarme de no tener residuos. Tomo el jabón y lo paso por mis brazos, mis pechos, mi vientre, mi sexo y ahí me detengo. Se resbala el jabón de mis manos y comienzo a frotar suavemente, el agua sigue cayendo mientras los movimientos se hacen más constantes, la mano que queda libre recorre mi cuerpo y aprieta mis pechos. El calor se intensifica, lo siento venir desde el fondo y explota en lo que parece un tiempo detenido acompañado de un grito de placer. Continúo y termino la ducha.

Sigue esa pequeña voz en mi cabeza.


Los pocos placeres resultan tan insensatos y nos vanagloriamos de lo común. Perdemos el tiempo que no ocupamos en algo productivo, dormimos —¿para qué?—, fingimos amarnos en nuestra desesperación por sentir algo que parece ser un intento por sabernos diferentes de los animales o incluso de las máquinas. Lo salvaje y lo mecánico. Creemos vivir lo que no entendemos y creemos entender lo que en apariencia podemos llamar vida: ese conjunto de cosas que se realizan para cumplir expectativas creadas por el hombre.


Supongo.


Ya cambiada me dirijo de nuevo a la habitación y observo las cartas sobre el buró que está a un costado de la cama, siguen estorbando, ocupando un lugar desde hace meses, igual que yo ocupo un lugar desde hace años. Las ignoro y me siento de nuevo en la cama. Todo parece tan lejano a mí en ese momento, mientras se va difuminando cada mueble, cada cosa, la puerta y parezco estar a oscuras en aquel lugar, lo único que alcanzo a ver a la lejanía es un espejo. Me llama y camino en su dirección, cada paso es más lento que el anterior hasta que llego frente a él.


Estoy de cara a un sin cara, lleva la misma ropa que yo, levanto mi mano para inspeccionar mi rostro y no logro sentir rasgo alguno, de pronto no logro ver nada. Camino a tientas por la habitación hasta que logro sentir la cama, me recuesto y, poco a poco, me hago menos que nada. Siento como voy desapareciendo.


Si el final de todo lo concebido es la muerte, ¿podemos entender a la muerte como la vida? ¿Podemos pensar en la inexistencia como un tipo de muerte? La inmaterialidad puede ser la clave para la verdadera vida y el pensamiento, tal vez, sea propio al prescindir de la materialidad o puede ser el resultado de la desaparición de un mundo.


El entorno vuelve a la normalidad, pero del cuerpo sobre la cama no queda rastro. Sólo queda una habitación vacía.



 

Estudiante de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Veracruzana y cuenta con carrera técnica en Contabilidad. Es originaria de Xalapa, Veracruz; vive en la ciudad desde su nacimiento. Protagonizó la obra de teatro “Ciahuameztli Nenequi Icihuca” (“La Señora Luna sigue caminando”), monólogo escrito por Ana Iris Nolasco, el cual se presentó el 08 de marzo de 2016. Escribió guion para TeleUV y participó en la realización del Spot de la FILU 2018.

Es apasionada por las artes; la lectura y la escritura la han acompañado a lo largo de su vida. Escribe teatro, cuento y ensayo.

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