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Hojas de plátano.

MARÍA INÉS FLORES NACHÓN

Desde que tengo memoria, mi Doña Anita me prepara la mejor comida. Hay algo que hace de lo más rica su cocina, lo hace todo más delicioso, no sé si es lo suave de la masa en los tamales, el sabor del mole de Naolinco, la hoja de plátano que es tan verde y que parece de mentira, o las manitas de mi Doña Anita que envuelven los tamalitos como si fueran bebecitos.


Hace no mucho fui a sentarme con ella en lo que preparaba sus tamales y platicamos durante el proceso.


-Primero preparas la manteca, mijita. - Decía mi abuelita Anita mientras le daba vueltas en el tazón azul con su cucharón enorme. -Tienes que checar bien que no te quede muy salado. - Y seguía girando sus manos. De repente sumergía su dedito, probaba la temperatura y el sabor y continuaba dando vueltas.


-Luego, separas una hoja de plátano que ya hayas lavado y así - Tomó la hoja extendida en su mano izquierda y con una cuchara en la derecha, le disperso apenas un poquito de masa.- Le pones masa, pollito, tantito molito y lo terminas de envolver así. - Mientras hablaba hacía maniobras con sus manos, como si fuera así de sencillo preparar un tamal de mole perfecto.


- ¡Nombre, abuelita! - Mientras yo batallaba con mi primer tamal, mi Doña Anita ya había preparado por lo menos unos cinco. -Es que no termino de entender cómo es que los haces tan bien. Haces como mil para un ratito y te quedan perfectos. - Mi tamal ya estaba escurriendo por entre las hojas de plátano en donde pretendía envolverlo. - ¿Quién como tú?


Reí y ella río conmigo. ¿Quién como ella, que logra sazonar para todos los corazones de los que nos sentamos con ella a cenar? Su cocina no se queda en la cocina, válgase la redundancia. Llega más lejos, llega hasta mi dormitorio de la universidad que es a donde me llevo ese tamal congelado. Su cocina sigue siendo un hornito que calienta mi casa, como si con esas hojitas de plátano cobijara mi alma.


Creo que no hay lugar como México para comer. Creo que aquí nos queremos mucho y nuestra cocina lo demuestra. Yo creo que mi Doña Anita me ama y con sus deliciosos tamalitos me lo dice cada cumpleaños, cada quince de septiembre, cada dos de noviembre, cada dos de febrero, cada que puede con un tamalito me quiere.

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