top of page
Buscar
vaterevista

L´Ange

ANDREA ZAMUDIO PALAFOX


Acto 1 de 3.


Hace tiempo me encontraba escuchando la radio, como era costumbre, cuando sonó un bolero que me recordó a mi madre. Hace años que no pensaba en ella, pero al hacerlo recordé lo poco que sabía de ella. Era gran admiradora de la música cubana. A veces su pecho olía a canela, a veces a leche agria. Se cepillaba el cabello tan fuerte que solía arrancarse mechones. La canción de la radio era de un famoso actor mexicano, a quien parecía escuchar a donde quiera que fuera. No me molestaba, pero prefería música más refinada. En fin. Escuchaba distraídamente la canción mientras veía a Victoria, y las palabras parecían coincidir con mis pensamientos. Acabó, pero yo seguía con el último verso rebotando en mi mente.

-No necesito ir al cielo tisu si alma mía, la gloria eres tú.


No me causaba ningún sentimiento. Solamente me agradó su sonido en mis labios, era un buen conjunto de palabras. Lo repetí un par de veces mientras me concentraba en mezclar el óleo blanco y amarillo. Probablemente la gente que nunca ha pintado en su vida no lo sepa, pero yo sí. Captar la luz del sol en una piel dorada no es fácil, y si no lo haces bien puedes arruinar tu trabajo. Claro, sin mencionar el hecho de que estoy pintando a Victoria. De nuevo. Si fuese cualquier otra persona, no podría importarme menos. Vaya, ni siquiera si fuera mi madre me molestaría en invertir cualquier esfuerzo, pero se trata de Victoria. Mi mundo, mi vida entera, mi gloria, mi Victoria.

Usualmente no disfruto los días soleados, pero sé que Victoria los ama. La hacen relucir. Soy buen artista, un increíble artista y, aun así, me es difícil hacer que la pintura capte la belleza que le pertenece a mis ojos. Me distraje un momento y la ceniza de mi cigarro cayó sobre mi rodilla, en mi pantalón negro de pana. Probablemente a alguien que no tenga un guardarropa de esta calidad no le importaría, pero a mí sí.


-Carlo, eres un estúpido. ¿No podías asomarte y dejar que cayera por la ventana? – me dije a mí mismo – Respira– continué – Sólo es un poco de ceniza. Un paño húmedo y nadie lo notará.


Sentía cómo tensaba inconscientemente el puño que tenía desocupado. Mis tendones seguramente estaban blancos ya, y mis uñas se enterraban en mi palma. Si seguía así comenzaría a sangrar, pero la ceniza ya era más que suficiente. No necesitaba más suciedad en mí. Me tranquilizaba pensar en esto. Paño blanco, agua oxigenada, un poco de… ¡RING! El sonido del teléfono fijo me despertó como una cachetada aguda y repetitiva. Sigo pensando que es la máquina más innecesaria creada por el hombre. Si no fuera por la maravilla del contestador automático pues…


BEEP


-Carlo... Buenas tardes, habla el doctor Ortega. Marco para confirmar tu cita de hoy, recuerda que debes seguir con el tratamiento. Por favor preséntate, es por tu bien.


BEEP


Sí, hoy es martes. Sí, iría. No, no necesitaba hablar con Álvaro, pero sí iré porque soy buen paciente. Me levanté y me dirigí a mi bella dama.


-Victoria, ¡vida mía! Debo ir a resolver un asunto. No tardo, te prometí que acabaría el cuadro hoy y así será. Oh, ¿qué te parece este saco? Es un Imran Verhoeven. Piel de alce. Y cubre la ceniza sobre el pantalón. Cerraré la ventana, pero tu imagen seguirá en mis pupilas.


No podía verla y no sonreír. Vivía por ella. Ni siquiera tener que salir a la calle me quitaría el buen humor de ver su rostro. Rápidamente me puse una bufanda y cubrí mi rostro hasta debajo de mis ojos. El consultorio está a 57 edificios de aquí. 1122 pasos. Suspiré profundamente y puse pie fuera del departamento.


Cuarto piso. 108 escalones. Prefiero esto a tomar un ascensor con más personas. Llego y noto que siguen sin arreglar la placa en el cristal de la puerta.


DR. ÁLV RO ORTEG

P SIQ U ATRA


La falta de vocales y espaciado asimilar me ha molestado desde mi primera visita. Lo único más desagradable es esta sucia perilla y la obesa secretaria detrás de ella. Mi reloj va perfectamente sincronizado.


4:55

4:56

4:57

4:58

4:59


Y…


Entro.

Álvaro no está. Su obesa secretaria está. Limándose las uñas como siempre. Crsh crsh crsh crsh. Pausa, y sigue. Crsh crsh crsh crsh. Pausa, y sigue. Crsh crsh crsh…


Cállate, pensé. Por favor, cállate.


Crsh crsh crsh crsh.

Cállate.


CRSH CRSH CRSH…!


-¡Carlo!


Mi doctor estaba parado detrás de mí, en una mano su bastón y en la otra mano un grueso puro cubano. (Madre. Bolero. Leche agria)


-Por favor pasa, no sabes qué gusto me da verte. Por un momento creí que no vendrías. Ven, ven. Tenemos mucho de qué hablar.


Lo seguí hacia la puerta de roble que daba a su oficina. Me sonrió casi paternalmente. No me sentí cómodo. Entramos y antes de que la cerrara, di un último vistazo a la recepción. Crsh.


Me senté frente a la ventana, como siempre. Podía ver a Victoria desde aquí. Álvaro tomó su libreta y sus gruesas gafas de carey y se sentó enfrente. Sentía su mirada.


-Así que… ¿Ya llevas siete? No, no, ocho, ¿cierto? Ocho meses adaptándote a esta nueva vida. La Ciudad de México es bellísima, pero no para todos. Dime, ¿cómo te has sentido con este cambio?


No pienso responder eso. Pienso en Victoria. Sus piernas se ven más largas desde aquí.


-Acaban de abrir la biblioteca de la UNAM. Deberías ir, creo que te agradaría.


-No. Tengo mis propios libros – le respondí, fríamente.


Comenzaba la hora en la que Victoria se veía más reluciente, y yo aquí con un anciano doctor quien no parecía callarse. Vi cómo un rayo de sol se asomó por detrás de su cabello, y no pude mantenerme en silencio.


-Es hermosa.


Por fin dejó de hablar. ¿Tan sólo necesitaba una palabra mía para detenerse? Bien.


-¿Quién, Carlo?


Maldita sea. Creía haber logrado algo. Si ya estoy aquí, qué más da seguir hablando.


-Ella. Es verdaderamente hermosa. La vi desde que me mudé hace unos meses. Pero nunca le he hablado.


Señalé hacia la ventana hacia donde se encontraba. Vi de reojo cómo la sonrisa de Álvaro se desvanecía.


-Carlo, ¿sabes quién es?


-No. Sé que se llama Victoria, no sé si quiero saber más. La veo todos los días, pero ella no lo sabe. Le hablo y le dedico cada segundo de mi existencia. Tampoco lo sabe.


Escucho que Álvaro suspira, triste, casi lastimoso.


-Mira, te aprecio mucho. Llevas siendo mi paciente meses y estoy orgulloso de tu esfuerzo. Pero debes saber que hay cosas que…que simplemente no pueden ser. No creo que esa mujer, esta situación en la que te estás poniendo a ti mismo te haga bien.

No vine a un psiquiatra a ser entendido, mucho menos a ser juzgado. No tenía por qué seguir escuchando a este viejo. Me paré y rápidamente me fui para evitar que una lagrima rodara por mi rostro. Abrí la puerta con la sucia placa, y volteé a ver a la obesa secretaria. Salí y en cuanto cerré la puerta…


Crsh.


 

Artista autodidacta originaria de la Ciudad de México, actualmente residente en Puebla como estudiante de Diseño de Interacción y Animación en la Universidad Iberoamericana.

2015 - 2017 – Estudiante voluntaria en el INECOL, Instituto de Ecología (dependiente del Conacyt) en proyecto de química biocomputacional a través de arte y gráficos computarizados.

2017 - Graduada de curso de ingeniería en gráficos computacionales y modelado tridimensional en la Universidad de Pensilvania.

2015 – 2018 Diseñadora de ilustraciones y programadora de back end para proyecto Build It Yourself – programa lidereado por John Galinato, Universidad de Cornell.

Programadora y diseñadora de páginas web y logotipos para instituciones privadas y clientes independientes.

16 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page