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La muñeca de Gabriel.

Actualizado: 22 ago 2019

ISAURA OCAÑA

Para mi estrella.

En un pequeño pueblo había una juguetería, que durante todo el día estaba llena de felicidad y alegría. Toda la mañana y la tarde se abarrotaba de niños que entraban y miraban fascinados los juguetes a su alrededor, otros observaban por la ventana su interior con ojos anhelantes. Todos estaban deseosos de vaciar la juguetería. Por la noche, muchos adultos pasaban y, al ver la juguetería, recordaban memorias pasadas. En punto de las 10, ésta cerraba sus puertas.


Al cerrarse la juguetería todo se volvía silencio y exactamente a la media noche, todo juguete que la habitaba cobraba vida y de nuevo reinaba el júbilo dentro del lugar o casi. En un rincón alejado de todo el gozo, se veía a una muñeca de porcelana llena de polvo y descuidada, sus ropas estaban desgastadas; esa pequeña muñequita, al igual que los demás juguetes, despertaba cada noche y se paraba frente a una ventana para poder platicar con su única amiga, una estrella muy brillante que podía observarse en lo alto del cielo. Ella era su confidente, conocía todas las penas que la llenaban, los anhelos de su corazón, alegrías, recuerdos, todo. Si alguien conocía a esa muñequita, era su estrella.


Una noche, como todas las demás, la muñequita platicaba con su estrella y le decía:


- Querida amiga, me siento extraña hoy.- Dijo preocupada.- Tengo esa sensación de que todo está a punto de cambiar y tengo mucho miedo; tú, mejor que nadie, sabes todo lo que me ha pasado y me aterra la idea de que sea doloroso. Sé muy bien que nadie sabe lo que va a pasar, pero, precisamente esa es la razón de mi miedo y no sé qué hacer. Supongo que sólo me queda esperar-dijo pensativamente.


La muñequita siguió conversando con su amiga y, sin darse cuenta, su tiempo juntas se había terminado, como cada noche.


- Amiga, me tengo que ir, ya casi dan las 3 y tengo que volver a ese profundo sueño. Nos vemos mañana.- dijo, miró hacia el cielo y sonrió antes de regresar a la soledad de ese frío rincón.


Por la tarde de ese día, todos los niños buscaban al juguete perfecto para llevarlo a casa. Uno de los niños era diferente a los demás, ya que la razón de su visita era porque se aproximaba el cumpleaños de su hermana menor y buscaba un regalo para ella. No podía ser cualquier juguete. Ella merecía el mejor juguete de todos.


Buscó por todas partes, de arriba abajo, de un lado a otro, hasta que un estante llamo su atención. Al fondo se encontraba un juguete que jamás había visto en la juguetería, era una vieja muñeca de porcelana. Parecia confundido, al verla le dio la impresión de que llevaba mucho tiempo ahí y pensó que probablemente no era muy extraordinaria, por eso seguía ahí, pero, antes de devolverla a aquel lugar, hubo algo en la expresión de la muñequita que lo detuvo. ¿Tristeza? Imposible, los juguetes no podían sentir nada parecido. Sin saber muy bien porqué, la tomó y dijo:


- Ésta. Ésta es la que me llevaré.


Con la muñeca entre sus manos, se dirigió emocionado al mostrador para pagar por ella y poder llevarla a su casa. Cuando llegó con el vendedor de la juguetería, éste le preguntó:


- ¿Estás seguro de que quieres llevarte ésta?


- Sí, estoy seguro. - respondió el niño con seguridad.


- Pero es tan vieja y… fea. ¿Seguro que no prefieres algún otro juguete? - le dijo el vendedor, extrañado por su decisión.


- No, es perfecta y usted está equivocado, esta muñeca es hermosa. - dijo el niño, que parecía ofendido por haberle escuchado decir que la muñeca era fea, sólo porque estaba un poco descuidada. No era cierto. Ella no era fea.


- No puedo venderte esa muñeca. - dijo el vendedor, observando la muñeca sucia y desaliñada- Llévatela si quieres, no te puedo cobrar nada por un juguete en esas condiciones -dijo y se volteó hacia el siguiente cliente.


El pequeño no entendió la razón por la que el vendedor le regalara la muñeca, pero no iba a decir nada más y, sin pensarlo más, se llevó a la muñeca.


La juguetería quedaba a la vuelta de su casa, así que no tardó mucho en llegar. Una casa humilde y bonita, al entrar fue directamente a su cuarto. La habitación era sencilla, había una cama en medio y a cada lado de ella dos mesitas, en una de ellas se situaba una lámpara y en la otra un marco con una fotografía de su familia; el cuarto también tenía un escritorio de madera con una silla vieja en frente de él y, a un costado de él, un closet. Una vez en su cuarto, el pequeño fue directamente a su escritorio, la colocó sobre él y se dispuso a arreglar a la muñeca. La desempolvó, la limpió por completo, acomodo su cabello y lavó su ropa para volver a colocarsela. Al terminar de arreglarla contempló los resultados de su trabajo. Sólo pudo suspirar y pensar: ¡Qué bonita muñeca! ¿Cómo es posible que nadie se la llevara? Con lo hermosa que es. ¡Qué suerte haberla encontrado! A mi hermana le encantará.

Al salirse de sus pensamientos, se dio cuenta de la hora y decidió que ya era momento de dormir, así que dejo a la muñeca ya preparada en el escritorio y se puso su pijama para meterse en su cama. Ya eran las 9, demasiado tarde para él. En cuanto cerró sus ojos, quedó profundamente dormido.


Más tarde, a la media noche, la muñequita despertó. Estaba muy desconcertada debido a que se encontraba en un lugar diferente al acostumbrado y de pronto comprendió, la habían comprado. Al instante vio la ventana que se encontraba frente al escritorio y ¡vaya sorpresa! Desde ahí también se veía su estrella. Al saber esto, en ese preciso instante se acercó más al cristal de la ventana y comenzó a hablar con ella.


- Amiga, de nuevo estoy despierta. Hoy me encuentro muy feliz porque ya tengo un dueño, tengo tanto ánimo que siento muchas ganas de cantar.- dijo la muñequita entusiasmada y en ese momento brotaron notas de su boca.


La melodía que cantaba era dulce y tranquila, lo hacía con una ternura y emoción que eran de reconocerse, parecía llenar la habitación de una sensación de paz. Aunque la muñequita cantaba en voz baja, el pequeño niño despertó sorprendido por el sonido, lentamente asomó su cara entre las cobijas hasta que vio a la muñeca cantando sobre el escritorio y, procurando no hacer ruido, se levantó muy despacio. Caminó con sumo cuidado hasta su escritorio y la observo más cerca, mientras la canción seguía.


La muñequita tardó un tiempo en darse cuenta de que el pequeño se había despertado y, al percatarse de ello, se detuvo y volteó.


- ¿Por qué te detuviste?- preguntó el niño emocionado y desconcertado por el silencio de la muñeca.


La muñeca algo sorprendida dijo:


- Lo lamento, creo que te desperté.- dijo algo apenada- Si me hubiera dado cuenta de que estabas dormido no hubiera cantado, lo lamento.


- No me pidas perdón.-dijo el pequeño tranquilizándola- Cantas muy hermoso, muñequita.


La muñeca se sonrojó un poco y agachó la mirada.


- Gracias.- dijo, aún apenada- ¿Se puede saber a quién debo agradecerle?


- Mi nombre es Gabriel.- dijo sonriente- ¿Agradecer? ¿Por qué?


- Porque tú eres quien me sacó de aquel lugar lleno de tristeza y vacío- dijo la muñeca en una dulce voz llena de profundo agradecimiento.


- ¿Y tú, cómo te llamas?- preguntó Gabriel sorprendido- Eres muy hermosa ¿Sabes?- dijo observándola- ¿Tristeza? ¿Vacío?- dijo Gabriel, recordando lo dicho por la muñequita y que lo había desconcertado.


La muñeca era de tez morena, una cara delicada, con unos ojos café en forma almendrada y un brillo peculiar. Su cabello lacio y castaño caía sobre sus hombros, se veía diferente ya peinado en un moño sobre su cabeza. El vestido rosa y los zapatos blancos que llevaban parecían encajar con la dulzura que transmitía la muñequita.


- Me llamo Liz. Muchas gracias- dijo apenada y sonrojada, pero poco después su expresión pareció entristecerse.- Sí, vacío y tristeza porque nadie se fijaba en mí y no querían conversar conmigo, ni siquiera los demás juguetes. Mi única amiga es aquella estrella que se ve a lo lejos por la ventana. Mi estrella. Tú acabas de cambiar todo eso, me has dado un nuevo comienzo y te lo agradezco mucho.- dijo Liz con esperanza en sus ojos.


- Liz. ¡Qué lindo nombre!- dijo Gabriel con sinceridad en la voz y en sus ojos.- Lo que pasa, Liz, es que no todos pueden ver más allá de su nariz y es por eso no ven las cosas que realmente valen la pena.- dijo.


Liz pensó en lo que su nuevo dueño le había dicho, entonces decidió preguntarle:


- ¿Entonces, tú qué viste en mí?- dijo Liz.


Gabriel pensó y dijo:


- No lo sé, Liz, pero es especial. No sé lo que es, pero un día lo sabré y cuando lo sepa te prometo que te lo diré.- prometió Gabriel a Liz.- ¿Cómo es posible que estés hablando? Eres un juguete. No lo entiendo. ¿Es magia?


No se dieron cuenta de cuánto tiempo había pasado, ya casi eran las 3 y Liz pronto volvería a quedar dormida. Hasta la siguiente media noche.


- ¡Oh no! Ya casi son las 3, lamentablemente no me queda más tiempo para hablar contigo.- dijo Liz desanimada.- No sé qué sea. No sé si es magia o algo más, pero desde que fui creada esto pasa.- Se quedó pensando un momento.- Supongo que hay algo de magia en ser un juguete.- Miró el cielo y supo que pronto no podría hablar más.- Lo siento, pero ya no tengo más tiempo.


- No te preocupes, Liz, mañana hablaremos a la misma hora, de la media noche hasta que den las 3.- Gabriel le respondió.


- ¿En serio?- preguntó Liz emocionada.


- Sí, Liz. Aquí estaré, despierto, sin falta.- Gabriel le respondió.


- Descansa, Gabriel. Te veré al despertar.- dijo Liz, a punto de quedar inmóvil de nuevo.


- Descansa, muñequita bella. Sueña feliz.- Gabriel se despidió.


Y sus últimas palabras antes de sumergirse en un profundo sueño fueron:


- Te veo al despertar, Gabriel.


En ese preciso momento a la muñeca se le dibujo una sonrisa en el rostro y ahí quedó, tiesa de nuevo. Gabriel la observó un momento, estaba maravillado con Liz, hasta que sus ojos comenzaron a pesarle de nuevo, así que se recostó en su cama y volvió a dormir. Él también cayó en un profundo sueño.


A la mañana siguiente, Gabriel se despertó un poco perturbado por lo ocurrido la noche anterior y no sabía si aquello realmente había ocurrido. Realizaba las tareas normales de cada día, mientras se preguntaba: ¿Será cierto? ¿Habrá pasado todo aquello anoche? ¿Habrá sido un sueño? El pequeño continuó todo el día haciéndose preguntas de ese tipo sin una respuesta y pensó en decirle a sus padres lo que había pasado o a su hermana, pero probablemente no le creerían. Estuvo todo el día ansioso, hasta que cayó la noche. Decidió que lo mejor era dormir un rato y despertar de nuevo a la media noche, y averiguar si aquello había sido real o sólo un producto de su imaginación. Y así lo hizo. Gabriel se despertó al 5 para las 12, se fue directamente al escritorio y esperó a que el reloj marcara la hora en punto.


Dieron las 12 y al igual que la noche anterior, la muñequita despertó del sueño y vaya sorpresa que se llevó, pues Gabriel ya estaba ahí esperándola.


- ¡Estás aquí!- dijo Liz asombrada y emocionada.


- Claro que sí, te prometí que aquí estaría.- dijo Gabriel.- No estaba seguro de que nuestra conversación de anoche había pasado realmente, pero esta noche lo compruebo.-dijo Gabriel a Liz algo aliviado, pensó que había soñado.


- Sí, Gabriel. Lo que pasó, lo que está pasando es real.- dijo Liz respaldándolo.- ¿Qué edad tienes Gabriel?- preguntó curiosa a su nuevo amigo.


- Tengo 10 años, muñequita.- contestó- ¿Y tú, Liz?- preguntó Gabriel con interés.


- Tengo 11 años,- respondió Liz- los cumplí hace poco. No sé la fecha exacta, pero sé que fue hace poco.- dijo Liz, mirando a la lejanía y parecía que fueran más años de los que dijo. Alejó sus pensamientos y le preguntó a Gabriel- ¿Tú cuándo cumples años, Gabriel?


- Yo cumplo el 8 de septiembre.- Contestó Gabriel.


Como la noche anterior, conversaron toda la madrugada, pero con el propósito de conocer más el uno sobre el otro y, de nuevo, la plática duró hasta las 3 de la madrugada. La hora en la que la magia, o lo que fuera, desaparecía.


Fueron pasando los días hasta que llegó el cumpleaños de la hermana de Gabriel. Él originalmente se llevó a Liz como un regalo de cumpleaños para su hermana y no podía creer que el tiempo hubiera pasado tan rápido. Había planeado comprar con anticipación el regalo y cuando fue todavía faltaba casi un mes, ¿cómo es que el tiempo había pasado tan rápido? El día siguiente era el cumpleaños y esa noche tuvo que tomar una decisión.


- Liz, no voy a obsequiarte con mi hermana.- dijo Gabriel decidido.


- ¿Por qué no?- preguntó Liz, sorprendida por el repentino cambio en su decisión.


- Me he encariñado mucho contigo y no quiero regalarte a mi hermana,- dijo Gabriel con sinceridad y su voz se volvió un poco más animada- le he comprado otro juguete y tú te quedarás conmigo. Yo te conservaré y te cuidaré.


Esa decisión lo cambió todo. Desde ese momento creció cada día más su hermosa amistad, como pocas lo son. Cada noche, sin falta, ambos hablaban durante el tiempo que Liz tenía de vida y se fueron conociendo más y más. Fueron pasando los días, esos días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y los meses en años. Habían pasado ya 8 años desde la primera conversación y Gabriel ya no era un niño.


Gabriel ahora era alto, su cara era de rasgos masculinos y su cabello ondulado, color castaño obscuro estaba un poco más rebelde que antes. Su piel blanca resaltaba sus ojos color miel y sus brazos eran más fuertes que 8 años atrás.


Todo había cambiado desde aquella primera conversación, ninguno de los dos era el mismo de aquel entonces, el tiempo los había convertido en grandes amigos y tal vez en algo más. Gabriel se había enamorado de Liz y Liz de él, pero su relación no podía ser, no podían estar juntos porque ella era una muñeca y él un muchacho. Las muñecas y los muchachos no pueden estar juntos.


Una noche mientras hablaban:


- Gabriel, ya ha pasado tiempo desde la primera vez que hablamos.- le dijo Liz y lo observó desde su escritorio.


- Ya lo sé, Lizzy, ya han pasado 8 años desde entonces.- dijo Gabriel, sonriente y recordando los bellos momentos.


Liz parecía querer decir algo, pero no podía decirlo sin más. No era tan fácil expresar todo lo que sentía y no sabía cómo reaccionaría Gabriel. De pronto, empezaron a brotar poco a poco las palabras.


- Hoy eres mi mejor amigo, tú y mi estrella lo son. - dijo Liz sonriendo con suficiencia.- Pero mis sentimientos por ti han cambiado, ahora no sólo te veo como un amigo, te veo como algo más.- dijo Liz sonrojándose y mirando a través de la ventana.

Gabriel, quien la había observado desde hacía varios días un poco extraña, parecía aliviado de escuchar aquellas palabras y una sonrisa amplia apareció en su rostro.

- ¡Ay, Lizzy! Mi Lizzy. Yo siento lo mismo que tú,- dijo Gabriel, alegre por la noticia.- pero ambos sabemos que estar juntos no es posible. Hay una razón que lo impide y es que tú eres un juguete, mi muñequita hermosa. Si no fuera así, todo sería diferente.- dijo con tristeza y añoranza. La sonrisa que tenía se desdibujó de su rostro y miró a Liz con tristeza. Había un poco de añoranza en aquellos ojos color miel, pero parecía desvanecerse con aquellas palabras.


Liz sabía perfectamente que su amor no era posible y era consciente de que Gabriel también lo estaba pasando mal, pero no pudo contener el dolor que le provocó escucharlo decir lo que ambos sabían. Cada vez que pensaba en ello, su mente se llenaba de imágenes de Gabriel con alguien que no era ella y de ella, que siempre sería una muñeca, observándolo ser feliz. Alegrándose por él y envidiándolo al mismo tiempo. Él tendría la vida que ella nunca podría vivir, por mucho que la quisiera.


- Tienes razón, Gabriel. Creo que ya es hora de dormir.- dijo con la voz un poco cortada.- Descansa.- dijo Liz un poco apesadumbrada por lo que acababa de pasar.


Gabriel pensó que era demasiado pronto para darse las buenas noches, pero él tampoco estaba de ánimo para seguir conversando y tal vez la siguiente noche podrían hablar sin que la tristeza los consumiera, pero ¿hasta cuándo?


- Descansa, Liz- dijo Gabriel, se escuchaba el desconsuelo en su voz y, con un susurro, agregó- Te quiero.


Gabriel se acostó sobre su cama. Cubrió su cuerpo con la colcha y posó uno de sus brazos sobre su rostro, estuvo pensando un rato hasta que se quedó dormido. Un tiempo después de que Gabriel se quedara dormido, la muñequita volteó la cara hacia el cielo que se dibujaba a través de la ventana, miró a su estrella y le dijo:


- Amiga, no puedo deshacerme de mis sentimientos por Gabriel. No sé qué hacer. Por favor, ayúdame. Si hay algo que puedas hacer para que no me sienta así, hazlo. Por favor.- suplicó Liz a su estrella.-Si es cierto que las estrellas conceden deseos, te lo suplico, conviérteme en humana para poder estar con él. Te suplico que lo hagas. Sólo quiero eso, no te pido nada más que eso.


La muñeca se dio cuenta que faltaban 5 minutos para las 3 y esperó hasta que faltaba sólo 1 minuto, pero nada pasó. Resignada, dijo:


-Bueno, de todos modos, tal vez no es posible hacer eso y fui ingenua al pensar que podía estar con Gabriel.-dijo a su estrella con tristeza.- Hasta mañana. Descansa, querida amiga.- la voz de Liz se escuchaba desganada.


En ese instante volvió a quedar tiesa. Un instante después algo ocurrió en la habitación, la muñequita se elevó en la habitación, que se llenó de un resplandor blanco y la luz enceguecedora despertó a Gabriel, que se cubrió los ojos con los brazos y se acercó, gritando el nombre de Liz. Trataba de buscarla, pero no lograba ver nada con aquel brillo.


Tan repentinamente como llegó la luz brillante, se fue. La muñeca de Gabriel ya no estaba más y su lugar lo ocupaba una joven con una ropa muy parecida a la de Liz, pero parecía diferente. Gabriel estaba desconcertado. ¿Era realmente diferente? No, no era diferente, la única diferencia entre ella y la muñeca era que esta joven era real y la muñeca había desaparecido.


Gabriel observaba receloso a la joven frente a él, pero algo en sus ojos le resultó familiar y dijo:


-¿Liz? ¿Eres tú?- Su voz sonó insegura.


La joven frente a él sonrió y su rostro se iluminó al instante. Sin duda era muy hermosa cuando sonreía.


-Sí. Soy yo, Gabriel- dijo Liz y su voz reflejaba el asombro que también tenía la expresión de Gabriel.


En el instante en el que Liz se lo confirmó, Gabriel no dudó más y se acercó hasta el lugar donde estaba, se abrazaron fuertemente el uno al otro. Como si hubieran pasado toda una vida separados y como si tuvieran toda una vida por delante juntos, las dos cosas al mismo tiempo.


-¿Cómo es posible?- preguntó Gabriel.


-Fue gracias a ella.- le dijo Liz señalando a su estrella en lo alto del cielo y mientras la miraba, dijo- Gracias, amiga, recordaré esto por el resto de mi vida.


Esta historia es única, pues no ha habido amor más puro y verdadero que el de estos dos jóvenes. La historia completa sólo la sabe una estrella, que todos los días se pone en lo alto del cielo. Si un día ves una estrella por la ventana, no dudes en preguntarle la historia de Gabriel y su muñeca, ella sabrá contarte toda la verdad de lo sucedido y ten los ojos abiertos, pues nunca se sabe lo que puede llegar pasar.


 

Estudiante de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Veracruzana y cuenta con carrera técnica en Contabilidad. Es originaria de Xalapa, Veracruz; vive en la ciudad desde su nacimiento. Protagonizó la obra de teatro “Ciahuameztli Nenequi Icihuca” (“La Señora Luna sigue caminando”), monólogo escrito por Ana Iris Nolasco, el cual se presentó el 08 de marzo de 2016. Escribió guion para TeleUV y participó en la realización del Spot de la FILU 2018.

Es apasionada por las artes; la lectura y la escritura la han acompañado a lo largo de su vida. Escribe teatro, cuento y ensayo.

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