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La noche del Divino

VLADIMIR ACOSTA PROM


Lo que pasó aquella noche en El Divino sigue sin tener explicación. Ni la policía, ni la seguridad del antro pudieron hacer nada para resolverlo o, en su defecto, dar pista alguna; no fue sólo por su incompetencia, sino por lo paranormal de los hechos.


He escuchado de cosas parecidas -igual de extrañas y abominables- que han sucedido en lugares tanto cercanos como remotos desde épocas lejanas y donde al final nadie sabe qué pasó y lo resumen como “un acto de brujería”.


Han pasado diez años desde ese día y estoy seguro que, al igual que yo, debe haber gente que aún se le pone la piel de gallina y se estremece cuando se acuerda de aquella noche. Inclusive me ha pasado, a veces, que se me aparece en sueños, me pide un whisky y me da una propina de mil pesos; entonces despierto sudoroso y jadeante, pálido y muerto de frío. Después de eso es imposible volver a conciliar el sueño y me dedico solamente a intentar olvidar su rostro macabro, que poco a poco se va desvaneciendo, junto con el terror que indefectiblemente acompaña su recuerdo.


Cuando llegué a trabajar parecía que iba a ser una noche normal, atiborrada de gente como era costumbre en quincena. Todas las mesas estaban reservadas, y desde antes de que abriera el lugar ya había fila para entrar.


Era el antro de moda en la ciudad, estaba al final de la avenida Paseo del puerto, que es la calle de los bares y las discotecas, y donde se reúne toda la gente que busca pasarla bien hasta muy tarde.

El lugar era un degenere, siempre sucedían calamidades y desfigures que tenían razón de ser en el alcohol: peleas, empujones, descalabros, exhibicionismos, robos, excesos, vómito, droga, más droga, enredos con el narcotráfico, problemas con la policía y, de vez en cuando, uno que otro balazo, pero nunca nada como lo que pasó aquella noche.


El lugar estaba repleto cuando él llegó. No cabía ni un alma más. Ya no se estaba permitiendo el acceso y había gente afuera que esperaba que salieran unos para poder entrar. Pero él llegó tan bien vestido, tan seguro de sí mismo y con una reservación, que no se le pudo negar el paso.


Todos lo vieron desde que entró al estacionamiento en su auto despampanante; un Porsche Cayman negro con un motor que rugía gallardamente y hacia donde los curiosos dirigían sus miradas. Venía solo. Dejó el auto en el estacionamiento y cuando bajó pudimos apreciar la elegancia y el lujo que envolvía a este ser; llevaba un traje oscuro y una camisa color vino, sin corbata, con unos mocasines que resplandecían y las manos repletas de sortijas doradas.


Cuando se acercó a la puerta, la fila de individuos que esperaban se abrió para permitirle el paso, y cuando llegó con el cadenero sólo dijo una palabra: “Belcebú” y el cadenero entendió que se refería al nombre de la reservación y lo dejó pasar enseguida.


Una vez dentro, se encontró de frente con Nohemí, que verificó su reservación y se encargó de llevarlo hasta su mesa, en el área VIP, a un costado de la pista de baile. Justamente esa noche a mí me tocaba ser mesero en esa zona y fue justo cuando llegó a su mesa que lo conocí.


Me pidió un whisky y varias botellas caras, parecía no importarle lo que pedía ni cuanto costaba. A pesar del ruido que inundaba el lugar, pude distinguir en su voz un tono ronco y demoniaco que me causó escalofríos. Era una persona magnética y tenía un halo de misterio; mientras ordenaba las botellas pude sentir como todas las miradas a nuestro alrededor se dirigían a nosotros.


Anoté todo lo que me pidió y cuando le pregunté si era todo, fue cuando alcancé a ver sus ojos por vez primera; eran negros y profundos, los más negros que he visto jamás y, si los mirabas fijamente, te perdías en el abismo de sus pupilas. Así me pasó, me empecé a adentrar en su mirada y a sentirme hipnotizado, cuando interrumpió mi trance y me dijo: “Apúrate, que ya van a ser las doce”, y me extendió en su mano llena de sortijas y uñas largas un billete de mil pesos de propina.


Regresar a la mesa con todo su pedido no fue fácil, el lugar estaba atascado y era difícil caminar entre la gente con una charola tan llena. Para poder llevar toda la orden a su mesa, se necesitaron dos meseros más.


Mientras acomodábamos las botellas y el hielo, empezaron a llegar mujeres a su mesa, que se sentían atraídas por su porte y su billetera. Yo conocía a algunas de ellas porque frecuentaban el lugar; todas eran esbeltas, altas, hermosas e interesadas; unas eran cazafortunas, otras buscaban alguien que les pagara la borrachera y las demás sólo disfrutaban la putería.


Aquel hombre bailaba con ellas frenéticamente, con todas al mismo tiempo; se subían en los sillones, en la mesa y gritaban. Era una mesa de locos. Aquel hombre agarraba a las mujeres como si le pertenecieran, no en el sentido de que fueran sus mujeres, si no más bien, como si él fuera el dueño de sus almas; las tomaba de la cintura, las besaba en el cuello, las zarandeaba, las besaba violenta y grotescamente, y pronunciaba, viéndolas de frente, palabras en una lengua desconocida, que más bien parecían conjuros que daban miedo.


Era un espectáculo aquel hombre con sus recién adquiridas concubinas, todas las miradas se posaban en él y causaban envidia y repulsión. Parecían poseídos por el alcohol y la lujuria, como si una fuerza más grande tuviera el control de sus actos y sus movimientos.


El baile siguió su curso frenéticamente, el hombre con la reservación de Belcebú empezó a desgarrar los vestidos de las mujeres mientras bailaban, y en un climax orgiástico, tomó a tres de ellas y haciendo una ronda, empezaron a levitar bailando. Todos en aquel lugar estábamos anonadados viendo como se iban elevando las tres mujeres y Belcebú. Parecía que ellos estaban absortos en su baile y no se percataban de la elevación, cuando de pronto hubo un apagón. El lugar quedó oscuro y en silencio, después se empezó a dispersar por el lugar un fétido e intenso olor a azufre.


El sitio se volvió un caos, la gente gritaba y se empujaban unos a otros muertos de miedo, pero nadie podía ver lo que pasaba. Un minuto después, regresó la luz. Las siete mujeres que estaban en aquella demoniaca mesa aparecieron desmayadas; a cuatro de ellas las pudimos reanimar cuando llegó la ambulancia, pero las tres que bailaban con Belcebú en los aires, no volvieron a abrir sus ojos jamás.


De aquel hombre no quedó rastro. Cuando la luz regreso ya nadie lo vio ahí. También su Porsche había desaparecido, y en las cámaras de seguridad del estacionamiento no aparece ni cuando llegó ni cuando se fue. Incluso en las cámaras internas del antro jamás aparece él. Solamente se ven siete mujeres, bailando como poseídas, un baile lésbico alrededor de una mesa repleta de pomos; se ve también como tres de ellas se empiezan a elevar suavemente, cuando de pronto, se viene la oscuridad.


 

Nacido en Xalapa,Veracruz en 1989. Libra de signo zodiacal y de equilibrado talante. Amante de la naturaleza, ejercedor de la justicia, practicante de la pintura y la música, enamorado de las musas que rigen el arte. Artista libre que insiste en fluir. Escritor de cuentos, poemas, canciones y plegarias. Influenciado notablemente en su forma de escribir y de percibir el mundo por escritores como Lovecraft, Herman Hesse y García Márquez.

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