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La tradición familiar

ISAURA OCAÑA

La mesa estaba puesta para dos y de la cocina salía un leve olor a quemado. Luisa, al darse cuenta, tuvo que ir a apagar las hornillas de la estufa e inspeccionó el guisado de una de las ollas. Tenía buen aspecto. Llegó justo a tiempo para evitar una tragedia mayor. Los cuchillos Victorinox estaban aún sobre la barra de la cocina acomodados en su estuche y en ese momento recordó que debía afilarlos. Empezó desde el más pequeño al más grande hasta que terminó y podía sentir el roce de la piedra con el filo de los cuchillos, los restregaba contra ella y el sonido era delicioso, quedaron del todo afilados. Los colocó en su sitio con cuidado, mientras apreciaba el filo de cada uno y cerró el estuche cuando colocó el último.


Salió de la habitación y se dirigió a inspeccionar el aspecto de su ropa, un vestido negro con una abertura a la altura del muslo y zapatilla abierta en un tono rojo. Se veía impecable, ni siquiera se notaba el encaje de la lencería que llevaba puesta debajo y lucía radiante, sus cuarenta años la hacían ver estupenda, se miraba satisfecha. ¿Quién lo diría? Después de la inspección se percató de que sus labios se miraban opacos, necesitaban labial y convino en ponerse uno rojo, por supuesto. Dio un último vistazo y fue al comedor, donde esperaban los dos servicios. Se escuchó el timbre y se dirigió a la puerta principal.


Abrió.


- Hola, te estaba esperando-. Luisa se recargó levemente en la puerta y su cabello castaño lucía más con el reflejo de la luz de afuera.

- Estaba ansioso por llegar–. El muchacho de cabello negro se acercó para besar a Luisa. Su aspecto era el de cualquier estudiante. Se detuvo un momento para oler el perfume de Luisa. Era ya una costumbre entre ellos.


- Supongo que tienes hambre–. Luisa hizo un gesto con la mano para que pasara y el muchacho sonrió como si le hubiera leído el pensamiento.- Muy bien, ya sabes hacia dónde ir.


Ambos caminaron en dirección al comedor, el muchacho dejó la mochila en el piso y se sentó frente a uno de los platos sobre la mesa. Luisa tomó la vajilla sobre la mesa y fue hacia la cocina, entonces los colocó en la barra, sirvió en los platos una ración de estofado y una de puré. Después, abrió el estuche de cuchillos y sacó el de sierra para cortar un baguette que se encontraba en una bolsa de papel, se sentía suave entre su mano, lo estrujó un poco mientras crujía cuando lo traspasaba el cuchillo, puso los trozos en una canastilla y, como pudo, llevó todo a la mesa del comedor.


Primero puso la canastilla con pan sobre la mesa y luego acomodó los platos ya servidos. Se inclinó un poco para acomodar el plato del muchacho, quien no pudo evitar ver los pechos que se asomaban por el escote del vestido y se encontraban cerca de su cara. Bajó su mano al bulto que empezaba a asomarse por su pantalón y respiró profundamente para tranquilizarse. Si Luisa lo notó, no dijo nada. Ella acomodó el otro plato que estaba en su sitio y fue por un vino, con sus respectivas copas, para colocarlo en la mesa. Regresó pronto al comedor, sirvió el vino en las copas, mientras miraba al muchacho ansioso por empezar el banquete, y en cuanto terminó, se sentó para comenzar a comer.


- Ya se está haciendo costumbre que llegues tarde, ¿no lo crees? - Luisa llevó un bocado a su boca y lamió sus labios para quitar los restos.


- Los maestros nos retienen un buen rato y mi madre anda de paranoica. Hoy me llamó al salir de la clase, parece que no ha comprendido que ya estoy en la universidad y le recordé que hoy venía para acá. Me caga que se meta en mis cosas–. Dio un sorbo al vino.


- No entiendo cómo la has soportado tanto tiempo y tampoco entiendo cómo convenció a mi jefe para que se casara con ella-. Luisa tomó un trago de vino y lo miró con oscuridad en los ojos. Sonrío.- Tu madre antes no era tan aprehensiva, pero cuando naciste cambió y dejó en el pasado muchas más cosas de las que puedas imaginar-. Siguió comiendo.


- ¿A qué cosas te refieres, tía Luisa? –Parecía desconcertado por la afirmación.– No entiendo.


- No necesitas entender nada, mejor no pienses en eso-. Luisa frotó uno de sus pies por la pierna del muchacho e inspeccionó el escote de su vestido, el muchacho se tensó y puso nuevamente su mano sobre el pantalón. - Sigo hambrienta, mejor coma…


Luisa no pudo terminar la frase porque sus labios fueron ocupados por los de su sobrino, quien se había lanzado encima de ella, sosteniendo la cara entre sus manos y poco a poco recorría su cuerpo hasta sus piernas. Subió la falda del vestido, quedando al descubierto los gruesos muslos de Luisa, la cargó entre sus brazos para colocarla sobre la mesa y sus manos se apretaban alrededor de sus piernas, mientras los besos aumentaban su intensidad. Las copas de vino cayeron sobre el mantel blanco, dejando a su paso un camino rojo; los platos sobre la mesa se corrieron y, al ver que estorbaban, Luisa los arrojó al suelo.


Sus cuerpos transpiraban deseo. Luisa forcejeaba con el pantalón de su sobrino, mientras éste se deshacía de su playera y, cuando su tía desabrochó el pantalón, se liberó de él, así como de su bóxer. Luisa bajó la parte superior de su vestido, dejando al descubierto un fino y firme pecho, lo que logró excitar más a su sobrino; quien con una de sus manos masajeaba de manera constante su miembro y con la otra frotaba el pecho de Luisa.


Luisa tomó la mano que se posaba sobre su pecho y comenzó a chupar los dedos uno por uno, los succionaba lentamente, la mirada que dirigía al muchacho era intensa. Esa acción enloqueció de placer a su sobrino, que dejó de masajear su miembro y sacó la mano de la boca de Luisa, entonces la sujetó firme del cabello con una y, con la otra, se deshizo de la tanga de encaje negro para luego introducir su mano en su sexo. Luisa estaba tan mojada que los dedos de su sobrino resbalaban fácilmente, su cara se enrojecía con cada roce y su respiración se iba pareciendo más a pequeños gemidos.


Su sobrino sacó la mano, tomó a Luisa por la cintura y la penetró fuertemente, mientras Luisa se sujetaba al borde de la mesa para no caerse. A veces olvidaba que su sobrino ya era todo un hombre y la impresionaba la fuerza que tenía a pesar de su aspecto desgarbado, pero cuando estaba dentro de ella recordaba que ya no era ese niño de secundaria al que había enseñado a masturbar a las mujeres.


- Eres…. Aaah… increíble…- dijo Luisa entre gemidos y su sobrino la besó apasionadamente.


- ¿Te gusta?- dijo contra su boca y mordió su labio. Comenzaban a resbalar gotas de sudor sobre su pecho.- Ven.


Cesó de penetrar a Luisa y la bajó de la mesa. La tomó de la mano y la condujo hacia la sala, era una habitación espaciosa, que se veía oscura debido a que las cortinas cubrían la ventana. Sentó a Luisa en el sofá más grande de la sala y puso su miembro frente a ella.


- Come–. Le dijo.


Luisa lo tomó entre sus manos y se lo metió lentamente a la boca. Dentro, fuera, dentro, fuera. La velocidad iba incrementando y él se esforzaba por contener los gemidos que amenazaban con salir de su boca, su respiración se entrecortaba. De pronto, y sin previo aviso, la apartó y jaló su cabello hacia atrás, la reacción de Luisa fue lamer sus labios para quitar los restos del saborcito salado que conocía desde años atrás.


- Voltéate–. Al escuchar esas palabras, Luisa sonrió y su mirada se tornó más oscura. Ya sabía lo que le esperaba. - Voltéate, dije.


Él la volteó bruscamente y la sujetó con un brazo por los hombros. “¿Eso te gusta?” le susurraba al oído y, antes de que pudiera contestar nada, la penetró con ímpetu. PAM, PAM, PAM. Luisa gemía y por más que trataba de voltear, él la inmovilizaba contra el sofá. La poseía como amo y señor de su cuerpo. Luisa disfrutaba del forcejeo, le excitaba sentirlo tan hombre y comenzó a moverse más rápido, sentía el clímax cerca, en ese instante se detuvo.


- Sigue, no te detengas-. suplicaba Luisa, mientras su sobrino la miraba con un leve rastro de malicia en los ojos.- ¡Métemelo, carajo! Estaba a punto de llegar.


Él hizo caso omiso a los reclamos de Luisa y la jaló del brazo para guiarla al comedor, ella se resistía, pero era mayor la fuerza de su sobrino. Tomó la botella de vino y dio un trago a lo que quedaba, mientras miraba a Luisa desesperada por un final feliz. Colocó la botella en el suelo y subió a Luisa a la mesa, en cuanto la sentó, metió su mano en su sexo. Luisa gritaba, ya no se distinguía si por placer, por dolor o un poco de ambas, pero eso no lo detuvo.


Los ojos de Luisa estaban tan grandes y brillantes de excitación, que parecían farolas café. Una vez más, se detuvo cuando estaba a punto de llegar y fue entonces cuando Luisa comenzó a tocarse, pero tampoco lo permitió. La recostó, agarró sus manos y las puso contra la mesa.


- Dime que me quieres dentro. Pídeme que te haga mía-. Se restregó levemente contra su sexo.


Luisa respiraba trabajosamente.


- Te quiero dentro, ahora-. Suplicaba. - ¡Hazme tuya!


La soltó y, antes de que pudiera incorporarse, la penetró. No dejó de hacerlo hasta que se escuchó el gemido estridente de Luisa, incluso momentos después, siguió penetrándola hasta que él llegó a su culminación y ambos cayeron rendidos ante el placer. Él se desplomó en una silla y ella yacía sobre la mesa, sus cuerpos sudorosos aún se sentían calientes, sus cabellos despeinados y el cansancio después de un encuentro sexual placentero, quedaron como restos del incendio que se había disuelto en el último grito de placer.


Sonó el celular de la mochila del sobrino de Luisa y ambos se levantaron de sus respectivos lugares. Él se dirigió a la mochila, que aún se situaba en el piso del comedor, sacó el celular y atendió. Era su madre.


- ¿Qué onda, ma? – Miraba a Luisa recoger las prendas del suelo y colocarlas sobre la silla.- Ah, sí. Ya estamos terminando la clase de inglés. Mi tía es una excelente maestra. -Ambos se miraron con complicidad-. Sale. Nos vemos en un rato. Bye.


Colgó y guardó el celular en la mochila. Se volvió hacia Luisa, la besó y dijo

:

- Ya debo irme. Fue una clase estupenda hoy, estuvo mejor que la del jueves pasado-. Sonrió y empezó a ponerse la ropa que Luisa había dejado sobre la silla.


La tanga de encaje negro seguía en el suelo y Luisa la recogió, se acomodó el vestido, que se había quedado enrollado a mitad de su cuerpo. Aquel momento trajo a su mente el recuerdo de la primera vez que su hermana y ella intercambiaron a sus hijos, así como lo habían hecho sus respectivos tíos cuando ellas eran apenas unas adolescentes. Ya se acercaba el momento de hablarle a la nueva generación sobre la tradición familiar, pero aún quedaba tiempo y podían seguir disfrutando el anonimato, eso hacía más interesante el ritual.


Cuando su sobrino se fue, Luisa se dedicó a limpiar el desorden y se preparó para la llegada de su hijo, quien regresaría de su “clase de francés” con su querida hermana. La mesa quedó reluciente, nadie imaginaría que no sólo el vino se corrió sobre ella.


 

Estudiante de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Veracruzana y cuenta con carrera técnica en Contabilidad. Es originaria de Xalapa, Veracruz; vive en la ciudad desde su nacimiento. Protagonizó la obra de teatro “Ciahuameztli Nenequi Icihuca” (“La Señora Luna sigue caminando”), monólogo escrito por Ana Iris Nolasco, el cual se presentó el 08 de marzo de 2016. Escribió guion para TeleUV y participó en la realización del Spot de la FILU 2018.

Es apasionada por las artes; la lectura y la escritura la han acompañado a lo largo de su vida. Escribe teatro, cuento y ensayo.

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