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Lo inevitable

ISAURA OCAÑA


El eco de los lamentos de cada madre penetra hondo en la mente de quien escucha el sufrimiento y el sonido vibra en cada rincón, es difícil deshacerse de la sensación de pena que transmite. La pérdida es algo que ninguna persona puede evitar y la mayoría de quienes la sufren, la llevan a cuestas por mucho tiempo; especialmente, las madres, ellas nunca olvidan y lloran en silencio la impotencia de eventos desafortunados fuera del control humano, justos o injustos, el suplicio no cede.


Recuerdo haber vivido algo parecido, una noche llamaron a la casa para decir que te habían secuestrado y la cara de tu madre se descompuso en dolor, un dolor tan fuerte que arde en los ojos de quienes lo observan. Los ruegos no se hicieron esperar, vi a la familia movilizarse para traerte de regreso con vida y así calmar la pena del arrebato, pero todo parecía insuficiente, el tiempo era escaso y la historia de tu vida se difuminaba conforme avanzaban los segundos para convertirse en minutos, en horas, en días. Vi a tu madre aferrarse a la pequeña esperanza de tenerte de nuevo con ella y a tu mujer abatida por encontrar tu rastro, movilizando a todo el que fuera posible para verte de nuevo, y la vi tratando de mantener la tranquilidad ante tus hijas, que empezaban a caer en una inquietante desesperación.


Cada día la familia se reunía en la casa de tu madre para realizar plegarias a Dios, el único consuelo que aceptaba tu madre, los escuché tanto que hoy aborrezco los rosarios, no puedo soportar el recuerdo de aquellos días en los que se respiraba la tensión de la incertidumbre. Quienes lo vivieron saben el suplicio de dejar todo en manos de Dios y lo cansado que es mantenerse positivo, mantener la esperanza en momentos de abandono, lo difícil que es no perecer ante el desconsuelo de lo inevitable. Todos los días durante una semana los vi hacer el mismo ritual, una y otra vez.


Enviaron a papá como representante de la familia en la brigada de tu búsqueda, mamá estaba preocupada por ti, es normal siendo tu hermana, y cada vez se le apretaba más el corazón de la angustia de tener a ambos lejos. Tu madre seguía en el trance de la oración, constantemente la vi con la mirada perdida en el horizonte y en la espera de la llamada que anunciaba la conclusión de una misión exitosa, el regreso del hijo pródigo. Tus hermanos se mantenían al tanto de la situación y tampoco podían ocultar su preocupación, aunque se esforzaron mucho por no mostrarla frente a tu madre. Todos tenían dudas sobre la posible conclusión de este evento tan desafortunado, se enfocaban en pensar en que no ocurriera lo inevitable.


Fueron cinco días que se sintieron eternos, hasta que una noche llegó la llamada que todos ansiaban, pero no esperaban que anunciara que lo inevitable había sucedido y el final todo era un camino sin retorno a la vida terrenal. Después de esa llamada vi a tu madre caer en el abismo de un dolor que sienten las madres cuando ven morir al fruto de su vientre y jamás olvidaré el sonido de su voz o sus palabras, que susurraban: “No puede ser mi hijo. No puede ser él.” Las lágrimas caían y no podían parar de rodar por sus mejillas. Vi cuando tu padre se acercó a tu madre y le dijo: “Así son las cosas, vieja. Dios nos lo prestó por un tiempo y hoy lo ha reclamado, no podemos hacer algo para cambiarlo”, y ella negaba con la cabeza, mientras le contestaba: “No así. No puede ser de esta forma.” Ambos lloraron el trago amargo de tu repentina partida.


Tu madre y tu esposa se consolaron mutuamente, tus hijas parecían golpeadas por la orfandad, nadie sabía con certeza el tamaño de su dolor. Tu esposa mil veces pidió perdón por no haber impedido lo inevitable, aunque todos sabíamos que no era su culpa, y vi su cabello encanecido en un instante, como si los años aún no vividos cobraran factura por adelantado. Lo único que pudimos hacer, fue decir “Todo va a estar bien”, la frase común que escuchaban de tus labios y que se convirtió en un mantra para la supervivencia a la desgracia.


Después del trago amargo de realidad que tu familia soportó durante los días de tu involuntario sacrificio, se buscó hacer justicia a tu nombre y al arrebato de tu vitalidad, a la que le fue asignada una valía monetaria insignificante, pues cualquier monto es incomparable a una vida. Se logró el cometido de encarcelar a los responsables del crimen y la condena no fue lo suficientemente severa para mantenerlos tras las rejas, ya que poco tiempo después de ingresar pagaron su liberación. En la actualidad protegen más al victimario que a la víctima, así lo vivió tu familia.


Vi a tu madre sumida en la más profunda depresión y le costó salir de aquella oscuridad que tenía tu nombre en letras rojas, un nombre manchado de sangre. Tu esposa e hijas tardaron más, pero el tiempo sirvió para dejar atrás el pasado doloroso y continuar con un nuevo estilo de vida. La esperanza y el consuelo siguen recobrándolo en Dios, su salvador y el consuelo de un dolor permanente.

Siguen los titulares en la prensa con nombres que no son el tuyo, pero que sufrieron el mismo destino, y tu madre, al leerlos, empaña sus ojos en lágrimas que reviven el recuerdo de tu muerte. Cada año la veo acordarse religiosamente de esa semana, el mismo día que se cumple otro año más y todos los días vive con el temor de perder a otro más, como dijo una vez “Las madres no deberían ver morir a sus hijos antes que ellas.” Ella, como muchas más, se quedó esperando justicia para ti y sigue con la esperanza de que esto acabe en algún momento, pues no desea ver a otra madre con el alma fragmentada por la muerte de la persona a la que dieron una parte de su vida. Ella espera que no vuelva a ocurrir lo inevitable.


 

Estudiante de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Veracruzana y cuenta con carrera técnica en Contabilidad. Es originaria de Xalapa, Veracruz; vive en la ciudad desde su nacimiento. Protagonizó la obra de teatro “Ciahuameztli Nenequi Icihuca” (“La Señora Luna sigue caminando”), monólogo escrito por Ana Iris Nolasco, el cual se presentó el 08 de marzo de 2016. Escribió guion para TeleUV y participó en la realización del Spot de la FILU 2018.

Es apasionada por las artes; la lectura y la escritura la han acompañado a lo largo de su vida. Escribe teatro, cuento y ensayo.

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