Línea de arranque
- vaterevista
- 22 feb 2019
- 4 Min. de lectura
ARTURO GUTIÉRREZ
Seamos concisos: lo que te hace temblar es la inseguridad. Y cuando hablo de hacer temblar no me refiero a otra cosa que no sea erizar la piel, incrementar la frecuencia cardíaca y un deseo incontrolable de vomitar el estómago. La ansiedad, los nervios: todo ello nace de la estupenda naturaleza de lo desconocido. No hay más.
Les presento a David. David es un prodigioso abogado. A la edad de 5 años ya sabía leer, escribir y gritar los derechos que violaban sus padres cuando le restringían los Gerber, poniéndolos encima del refrigerador. Cuando cumplió 10 años, hizo su primera constitución. Creó un país imaginario que se regía bajo normas y estatutos impuestos por la razón, la lógica y las leyes físicas. Ni una gota de metafísica.
David trabaja en un bufete reconocido. Tiene una casa de seis cuartos, 5 baños completos, 3 lugares de estacionamiento y acabados de mármol. Tiene un auto eléctrico, algunos automóviles de colección, acciones en empresas y demás comodidades y amenidades. Sin embargo, David vive solo. Y cuando me refiero a solo, es solo. Su padre falleció cuando joven y su madre no le dirige la palabra. Sus hermanos se encuentran demandados por él mismo y no planea levantar ninguna de ellas. Él los prefiere lejos. Tuvo 3 esposas antes de darse por vencido y aceptar su homosexualidad. Nunca tuvo hijos.
“Lic. David” le dijo Karla, su asistente. Una muchacha de facciones hermosas, poco voluptuosa y de tono agradable. “Mañana tiene que ir por los papeles de divorcio” dijo sin dejar de escribir en la computadora. “¿Cuáles papeles? ¿Los de Laura o los de Romina?” preguntó David con normalidad. “Ay señor, los de Laura, obviamente. Romina nunca se los va a querer entregar. Va a ver. Ya le dije que tiene que ser más rígido como lo fue con Laura.” David se siguió de largo hacia su oficina y cerró la puerta con seguro. Es cierto, quizá fue muy suave con Romina, pero ella no estaba tan enferma como Laura. O sea, ¿quién permite que su esposa se tiña el pelo de tonos primarios cada 3er día? Laura era extravagante y necesitada. No apta para un abogado. En cambio Romina… Romina sólo era tibia. Sin chiste. Como pan sin sal. Era muy bonita, pero nada más.
Al día siguiente, después de su ardua jornada laboral, salió por los papeles que tenía Laura en la mano, mientras estaba sentada en un café de la Colonia Roma que tenía gatos por todos lados.
“David, llegas tarde, como siempre. Tú y tu bendito trabajo. Siempre primero, ¿qué nunca piensas en algo que no seas tú? ¿Qué demonios haces para…?!” Y en ese momento David dejó de escucharla. En su lugar, sus oídos apreciaban una pieza de Sakamoto, mientras ordenaba un café al lado de un gato color gris. “Lau, sólo dame los papeles” dijo al terminar de pagar. Laura, con cara impresionada, le gritó “¿LAU?, ¿De verdad? ¿Tienes el descaro de aún llamarme ‘Lau’?” seguía asombrada, y sin dudarlo, le arrojó el vaso que tenía en la mano y le empujó los papeles en el estómago. “Ten tus pinches papeles, hijo de tu puta madre” sentenció la fina damisela antes de irse. Bueno, lo cierto es que David se merecía cada una de esas palabras. Laura se teñía el pelo para ver si reaccionaba de alguna forma, pues al parecer ella era sólo un ornamento más en su casa de Bosque de Las Lomas.
David se limpió el exceso de líquido del saco sin ninguna reacción aparente. Se dirigió a su casa y se cambió. Mientras quedaba al descubierto pensaba en su vida, en su presente, pasado y futuro. Ahora lo que escuchaba en su cabeza no era nada parecido a Sakamoto, la nostalgia se convertía en tristeza y agudeza. Chopin se acercaba con golpes cada vez más fuertes. Podía escuchar los pedales del Preludio Op. 28 No. 15. Una pieza lenta que retrataba todo como si fuera un pequeño bebé aprendiendo del mundo, cayéndose una y otra vez. Así se sentía David, como un bebé que nunca aprendió a caminar. Sin saber ni qué ni cómo ni cuándo. ¿En qué momento la vida se convierte en eso? ¿En qué momento dejó de hacer? ¿En qué momento terminar desnudo en tu casa se vuelve más liberador que salir y hacer algo?
Ahí fue cuando recordó. Tenía 17 años. En las estatales de atletismo de la preparatoria. Estaba en la línea de arranque. Sentía ese palpitar en todo su cuerpo. Se sentía vivo. Con 1.95 de estatura tenía un futuro prominente. Sus muslos eran de acero y sus tobillos tan reactivos como una solución química. Le sudaban las manos y la frente. Era la última carrera del año, tenía que ganarla para pasar a los nacionales y, quizá, poderse ganar un lugar en los Juegos Olímpicos dentro de 4 años. Era aún muy pronto para decidir algo en relación con su carrera deportiva. No sabía cómo había olvidado esa sensación de querer vomitar, de ansiedad y felicidad al mismo tiempo. De nerviosismo e impulsividad. Miró a su alrededor, de lado izquierdo, Juan Luis un excelente competidor. Caos. Miró a la derecha: vacío. Sólo se encontraba la oscuridad de la noche, al mirar abajo se dio cuenta que se encontraba aún desnudo, sobre la repisa de su terraza, mirando el vacío, un acantilado. Observó al frente, a 100 metros veía la línea de meta, un listón. Sonó la pistola de arranque. Cerró los ojos.
Estudió Matemáticas Aplicadas en el ITAM con estudios parciales en la UNAM y la Universidad de Estocolmo. Ha sido profesor de Matemáticas en nivel superior y medio superior en varias instituciones públicas y privadas. Actualmente se dedica al deporte, desempeñándose como atleta profesional y entrenador de triatlón. Sin duda, reconoce el deporte, la escritura y literatura como formas intrínsecas humanas de expresión artística.
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