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Mamá, cuéntame una historia.

MELISSA MONTAÑO PÉREZ

Había una vez, tres hermanas adolescentes que vivían en el centro de la ciudad, en una casa poco antigua pero bastante desgastada por todas las personas que en ella habitaban, la abuela, los tíos, los sobrinos y las mujeres de los tíos que no eran sus esposas, además de los extraños que llegaban por la noche pidiendo asilo a la abuela de estas tres jovencitas. La madre de las tres hermanas trabajaba en otra ciudad, huyendo de su ex esposo que no la dejaba emplearse y al mismo tiempo que no la ayudaba con la manutención de sus hijas. Desde pequeña, la hermana de en medio se había acostumbrado a despertar a media noche y ver entre la oscuridad uno o dos bultos tirados en el piso, pero no se preocupaba ni se espantaba. Sabía que se trataba de los huéspedes que habrían llegado a aquel domicilio mientras ella y sus hermanas dormían. Al amanecer, se irían.


Estas tres hermanas tenían un grupo de amigas con las que se reunían todos los días a jugar; una de las chicas las invitaba a su casa y reunidas alrededor de un juego de mesa, pasaban la tarde entera haciéndole preguntas a una tabla, obteniendo respuestas que el tablero deletreaba con ayuda de un triángulo de madera con una especie de lupa en la punta. La tabla respondía las preguntas de todas, excepto las de la hermana de en medio. Cuando alguna de las chicas le preguntaba “¿Por qué no le respondes a ella?”, la tabla respondía: “Porque ella no cree”. Muchas veces, estas jovencitas pidieron ver en persona a quien les respondía a través del juego; la primera vez, les indicó que fueran a las vías del tren y que allí, él se aparecería frente a ellas y las saludaría. Así lo hicieron y luego de esperar un rato, un ropavejero apareció en lo más lejano de las vías. Caminó hacia las jovencitas, dijo “Buenas tardes” y desapareció en las mismas vías.


La segunda vez que pidieron ver al ente que respondía a través de la tabla, ésta les indicó que fueran a una casa que estaba en construcción cerca de la casa de la dueña del juego; así lo hicieron y entraron en aquel domicilio. Todas se quedaron paradas en la puerta esperando ver algo cuando, de repente, comenzaron a escuchar lo que parecían pasos con chanclas que venían del segundo piso. Los pasos comenzaron a sonar más rápido y pronto comenzaron a sonar por las escaleras, muy rápido, como si alguien bajara a toda velocidad al primer piso. Las hermanas y sus amigas se dieron cuenta de que esos pasos se estaban aproximando hacia ellas. Sin acordarlo, todas comenzaron a correr y la hermana de en medio, a la que la tabla nunca le respondía, se cayó.


En otra ocasión, las jovencitas jugaban con el tablero, como siempre, en la casa de la dueña del juego, Martha. La tabla les dio un número y les dijo que marcaran a ese teléfono. Martha se dio cuenta de que era el número de su casa pero el juego insistió en que llamaran. Así lo hicieron y lo que ocurrió después las dejó a todas sin habla. Estando en casa de Martha, llamaron por teléfono al número que la Ouija les había dado. Alguien del otro lado de la línea respondió: “¿Bueno?”. Una de las chicas pregunto: “¿Quién habla?” y la voz, con total tranquilidad y sin titubeos, respondió: “Martha”. Poco después de eso, las cosas comenzaron a ponerse turbias. Martha tenía la piel clara y era fácil notar cuando su cara se ruborizaba o, al contrario, cuando estaba enferma.


Un tiempo después de haber jugado con la Ouija, todas comenzamos a notar que Martha comenzaba a verse diferente. Tenía un semblante que daba miedo; se le veía cansada y asustada. La tabla comenzaba a decirnos que Martha le gustaba y que algún día se la llevaría con “él”. Pronto ella nos confesó a todas que, por las noches, podía sentir que alguien estaba en su cuarto y se acostaba con ella. Esta situación la espantaba al grado de que su cara había perdido su color natural para adoptar un tono verdoso, que la hacía ver como un muerto viviente. Luego de aquella situación, decidimos dejar de jugar, o mejor dicho, tus tías dejaron de jugar ya que, como sabes, conmigo jamás habló la tabla. Nunca más volvimos a jugar, pero me aterra pensar que lo que dicen algunas personas sea verdad. Que en aquel tiempo abrimos una puerta que no se cierra fácilmente y que nuestros hijos también van a conocer.


 

Nació en Xalapa, Veracruz el 30 de abril de 1995. Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana (UV); sus trabajos de investigación están principalmente encaminados en el área de la lingüística. Ha colaborado como reportera y correctora de estilo en el Departamento de Prensa de la UV, y como columnista para el periódico El Dictamen. Trabajó como asistente ejecutiva para Difusión Cultural UV y también ha colaborado como guionista para obras de teatro presentadas en congresos nacionales y como escritora para diversas publicaciones juveniles.

Se dedica principalmente a la corrección de estilo de manera independiente, colaborando con editoriales fuera del estado, medios impresos de divulgación artística y organizaciones gubernamentales e internacionales como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, con la que colaboró como correctora de estilo en el marco del Día Mundial contra la Trata de Personas.

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