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vaterevista

Minificciones de la cotidianidad

QUETZALLI DOMÍNGUEZ S.

I.

El indígena chiapaneco y su nariz maya sigue siendo el mismo de hace quinientos años. Lo observo en cada vuelta de rueda del autobús en el que voy, ocho horas atravesando la sierra; viendo como casi se desgajan los cerros donde sus comunidades viven sin luz, sin escuelas, mucho menos internet o televisiones con cable. ¿Quién los mira a ellos? Se acerca a mí y me ofrece sus artesanías, me parece lejano, su voz, su mirada. Me aleja de él, ambos somos mexicanos pero no me mira bien, para él no soy su igual, ¿para mí lo es?


Dicen que conocí a un tal Santiago Villalobos en los callejones de Guanajuato hace un año. El tipo ya tenía nombre de escritor desde su concepción; tiene como veinticinco años y la obligación de escribir buena poesía chiapaneca. Quedó de compartirme unos versos al calor de unas cervezas Tzotzil. Vine aquí a verlo. Estoy sentada frente a la corona de Chiapa de Corzo, símbolo de la conquista; esta estructura que confundí con un castillo (¡qué vergüenza!) me encanta.


De mientras lo espero, se me antoja mirar, mirarlos a todos y adivinar sus vidas; quiénes fueron sus antepasados, a dónde han viajado, por qué hablan así, qué tan felices son, qué tanto cogen. Me gustan todos estos estímulos que el mundo hoy me regala para poder llevar hasta aquí estas palabras, que el aire caliente no me deja plasmar en la libreta.


II.

Solo en la cama de la soledad el cuerpo es capaz de mirar su propia carne, pelos, estrías y miserias. Ahí uno cubre con la sábana de la vergüenza el dolor; o uno destapa el rencor que se cree olvidado por quien rompió una parte de nosotros.


III.

(Escrito a lápiz sobre la novela Tengo miedo torero de Pedro Levemel, a finales de mayo del 2019, en el parque de los Sauces, Xalapa, Ver).

Te sientas en el monumento a los Niños Héroes. Estás sola. No quieres que ningún otro hombre de quien te enamoraste se muera antes que tú. Se consume un cigarro, ¿cuándo comenzaste a fumar? Tienes entre tus dedos un café quemado del Bola de Oro. Asqueroso. Pones samba, la música maravillosa de los brasileños cae bien al estómago. Días de mierda, de puritita mierda. Pasa un hombre vendiendo santos, vírgenes y cristos, ¿cómo le explicas lo mucho que estás molesta con todos ellos? Al final sí, estamos solos, la puta existencia individual no importa nada: nos seguimos desoyendo y matando.


Unos vagabundos te miran, ¿no te has bañado en qué… tres días? Te ven fumar y escribir como desquiciada. Quieren ver lo que haces. Te dan ganas de ir y abrazarlos. Por un momento sólo te sostienen estas palabras. Quisieras estar en Ipanema olvidándote de todo… O estar ahí para parar esas balas que atravesaron tu cuerpo.

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