Trino
- vaterevista
- 21 jun 2019
- 6 Min. de lectura
CARLOS JACOME
No entiendo en qué punto todo se distorsionó, y no estoy empeñado en ver resuelto aquello… Sólo encuentro consuelo en que el sabor a azufre en mi boca distraiga a mi cuerpo de la sensación de quemadura que su roce me provoca. El áspero sentir de las cuerdas se plasma en mis muñecas con la misma fuerza que la incertidumbre que desde hace días me invade. Supongo que en este punto es cuando la gente comienza a rememorar.
Sostenía una vida promedio justo antes de que todo ocurriera y me enfrentaba a los típicos problemas que todo joven debe pasar en algún momento; mi madre se casó con un sujeto que encuentro insoportable, uno que desea incluirme en toda actividad familiar - cosa que me enferma - , y que vino a poner patas arriba el orden y tranquilidad que teníamos mi madre y yo. Es cierto que el dinero escaseaba, pero estaba dispuesto a buscar algo de medio tiempo si eso aligeraba su carga.
En la escuela me desempeñaba como un alumno regular - más por decisión que por capacidades -, tenía amigos y enemigos, cómo un típico chico de mi edad. Era todo tan pacífico, hasta que ella apareció.
Lucía Ferreira; con un nombre tan exuberante y cliché, uno sólo se podía inferir la alcurnia que lo acompañaba. Era la alumna nueva, transferida por un incidente en su escuela anterior - un colegio para señoritas en extremo costoso, cabe añadir -. Parecía que la princesa tenía a todo el mundo en bandeja de plata, cómo ostras que babean antes de ser servidas, por lo que mi desdén se volvió en desconcierto cuando apoyó ambas manos sobre mi mesa y, destilando una segura y casi lasciva sonrisa, exclamó;
- Vamos a tener una cita, a las 4… Te veo en el estacionamiento. Ponte algo cómodo.
Mi primer signo de que algo andaba mal fue el rostro de incredulidad de mis compañeros, que veían atónitos al “inepto” del grupo ser invitado a salir por la nueva consentida de los chicos. Incluso me plantee que se trataba de una broma - una particularmente excéntrica -, pero una broma a todas luces.
En retrospectiva, mi segunda alarma debió ser cuando deliberadamente tomé parte de mis ahorros para asistir a la dichosa reunión.
Tomé una de las camisas del viejo… A Mamá le traían malos recuerdos sus cosas, por lo que las guardaba en mi armario. Me puse de esa colonia suave de la que tanto presumía, y asistí.
Mi primera reacción - seguramente - fue abrir mis ojos como platos; frente a mi se hallaba aquella belleza de 15, portando un vestido blanco con encaje rosa. Mi mirada se balanceaba en fracciones de segundo entre su torneada figura, lo traslúcido de sus prendas y su angelical rostro
-Gracias por venir… no esperaba que asistieras- musitó con cierto nerviosismo.
-Antes de seguir, debo saberlo… ¿Por qué yo?- inquirí, bastante renuente.
-Fuiste el primer chico que no me notó al llegar; exclamó. Que no me veía como si fuese un pedazo de carne… ¿No consideras tu respeto discreto y el herir mi orgullo, motivo suficiente para buscar una retribución?
La observé por un par de segundos. Mi mirada no se despegó de aquellas fosas celestes que buscaban arrastrarme dentro suyo, desentrañar mi ser con cada parpadeo. Luego de un rato una sonrisa se dibujó en mi rostro y ambos reímos. Me tomó de la mano y caminamos por la larga avenida que hoy estaba casi desierta. Los detalles engorrosos de la cita están de más, me niego a rememorar momentos tan cínicamente felices. Lo único que permanece en mi mente fue ese momento… Ese maldito instante dónde ella aparcó su auto entre unos árboles, subió su vestido, e imploró que hiciera de ella lo que fuera mi deseo.
No me arrepiento de haberme precipitado y de acceder a su deseo, ni de cumplir cada súplica y cada capricho que su estremecido ser me pedía. No, lo que me hace lamentarme es haber inferido que ese calor en mi boca que dejó tras besarme y mi cansancio eran obra del agotamiento físico. De que esas inhumanas uñas hirieran de más mis costillas y laceraran mi espalda con tanta saña. Y créanlo o no, aquella sensación era aún placentera si se compara con la que siento, comparada con la ansiedad que me genera no saber en qué momento acabará o comenzará de nuevo.
Pasaron unos meses, cuatro para ser precisos. Lucía era impecable, recta, un ejemplo para todo aquel que tuviera la dicha de interactuar con ella en la escuela. Para mi, por otro lado, me recordaba cada vez más a un halcón; un depredador que aprovechaba la mínima - sin importar el lugar - para casi devorarme, para hacerme tanto daño en vida le fuera posible, y que prefería reservarme para otro festín posterior.
Quería entenderlo. Jamás había tenido una pareja, jamás había conocido una forma de relación que no supusiera dominar o ser dominado. La televisión, mis padres… Tanta insensibilización sólo me prepararon para regresar a casa y desinfectar la carne abierta de mi torso, qué convenientemente sangraba hasta que me encontraba a solas.
Intentaba que nuestra “relación” fuera por otros rumbos. Le hablé de mi familia, mi padre y su depresión, de lo solitario que me sentía. Aún con eso, ahí estábamos: encerrados en el baño del piso más alto, ese al que nadie iba.
Pensé en mi siguiente movimiento como algo desesperado, pero me atreví.
-Dijiste que hubo un accidente en tu anterior escuela, ¿Qué ocurrió?
Ella volteó a mirarme con cierta ferocidad, noté de inmediato una hostilidad diferente a la que tenía cuando teníamos sexo.
-Mi compañera de cuarto, la encontraron muerta por inanición. Pobre… tenía unos padres amorosos que gastaron una fortuna en ella, y una gran salud, era perfecta.
-¿Perfecta?- Aquella palabra me molestaba, por algún motivo. -Acaso... ¿No comía? ¿Vomitaba acaso?
Lucía se encogió de hombros y se acurrucó en mi pecho. Esa debió ser otra alarma en mi mente, pero de algún modo no quise indagar más en ese momento.
Los días pasaban y mi salud se deterioraba. Comenzaba a sentir un agotamiento bestial y sufría de hemorragias nasales cada vez con más frecuencia. No quería relacionar lo evidente; me negaba a pensar que ella fuera la causa de mi decadencia, quería asociarlo a un mal congénito o a mi inestabilidad emocional más que apuntar que Lucía era la causa.
A quién engaño… En ese punto fue cuando más entendí a mi madre, y por qué se ocultaba durante los arranques de papá. Comprendí su miedo. Quisiera al menos haberme despedido de ella.
Fue hace unos días - desconozco cuántos - que Lucía me citó en el lugar de nuestra primera cita. Junto a ella venían Daniel y Evan, atletas de la escuela, que me miraban cómo un gato observa a su objeto predilecto. No tardaron mucho en someterme, y mientras me esforzaba por respirar podía distinguir la misma sonrisa que tenía mi chica el día que la conocí. Justo ahí pude entender qué era aquello que confundí con deseos impuros la primera vez… Era malicia.
No estoy seguro de quién se encargó de noquearme y de aquello sólo recuerdo recobrar la consciencia por ratos para escuchar una serie de gemidos y, ¿llantos de dolor?
Y aquí estoy. Tras dos días vendado me acostumbré a la oscuridad involuntaria que ofrece este pedazo de tela, mis manos dejaron de sangrar por el forcejeo ya un tiempo atrás. Sé que me encuentro cerca de aquel bosque, podría jurarlo, los sonidos de la naturaleza me resultan inconfundibles y relajantes. De pronto, el sonido de pisadas me sacaron de mi trance: era ella, estaba seguro.
El ruido tan pesado que generaba su caminar me hacía pensar en las pisadas del ganado, o de un ave de corral.
-Solo quiero preguntarte algo… ¿Por qué yo?- Musité al comenzar a respirar de forma pesada.
-Eras el más puro, el más hermoso de todos… Y debía corromper eso.
-Me encontrarán. El lugar no es tan grande y todo apuntará a mi novia…
Una risotada de su parte me cayó como balde de agua fría.
-No, lo único que encontrarán es un cadáver, despojado de su vitalidad y abandonado a su suerte. Eso distraerá a todos mientras tu madre, tu padrastro y yo nos vamos del pueblo, después de que quisieran proteger a su única hija de tu incidente.
Tras esas palabras lo entendí todo. Esa chica, esa criatura, sea lo que sea, llevaba haciendo esto durante mucho tiempo y era una profesional. Lo último que pude escuchar, precedido por un beso en mi frente que ardía más que la peor de las quemaduras fue…
-Es una gran noche para terminar con esto, mi dulce Gio…
Comments