top of page
Buscar
vaterevista

Tú lo querías.

MARÍA INÉS FLORES NACHÓN

Las pequeñas bolitas de nieve golpeaban el parabrisas del auto estacionado. Dentro, la calefacción estaba prendida y aún así era complicado saber quién de los dos la estaba pasando peor. Tu boca no titiritaba, pero tus labios ya estaban morados; yo, en cambio, sí temblaba y buscaba calor en tu abrazo, sin encontrarlo. Por momentos pasaba mis dedos por tus piernas intentando erizar tus vellitos, pero no lo conseguí. No entendía tu apatía, si me habías dado a entender que tú querías estar conmigo. ¿No es así? Tú me pediste que te llevara a casa, tú querías que pasara la noche contigo, tú me estuviste mirando toda la noche. Tú quisiste ¿No es así?


Me acerqué para besarte y ni te inmutaste, así que continué besándote. Resbalé mis manos por tu escote, acariciando tu pecho y no era una excepción con respecto a lo helado que estaba el resto de tu cuerpo. Mis labios se deslizaron por tu cuello y en ese momento podría jurar que dejaste escapar un gemido, un suspiro ahogado en placer. Lo tomé como una luz verde y continué, porque sabía que querías más. Tú solita provocaste todo aquello, y estabas disfrutándolo, estoy seguro.


De pronto la noche se tornó más oscura, fue entonces cuando tú y yo bajamos del auto, yo cargándote prácticamente como recién casados, tus ojitos reflejaron una lucecita que me dio permiso para subirte por las escaleras hasta mi departamento y colocarte en el sillón de la sala para continuar con la pasional acción. Tú me lo permitiste. Así que lo llevé un poco más lejos y me atreví a desabotonar tu blusa y deslizar tu pantalón de tus piernas, te enseñé lo que más me gustaba hacer. Besé tu pecho, que cada vez estaba más frío, besé tu abdomen, besé tus piernas y no dijiste nada. Me permití el camino hacia ti y ni siquiera suspiraste. Eso no me detuvo sinceramente, porque sabía que tú lo querías.


Mientras besaba tu cabello, empujaba más fuerte, para sentirte más cerca. No gritabas, no gemías, no suspirabas. Fuiste siempre muy bien portada. Mientras de forma rítmica continuaba, tú sostenías tu mirada apagada. Insisto en que no comprendía lo que te pasaba, ya que tú desde el principio buscabas lo que en ese momento pasaba. Fue tu culpa. Terminé y tú seguías tumbada. Qué forma tan irrespetuosa de tratar a la gente. Me hiciste enojar, tú lo buscaste, me retaste y fue ahí cuando te golpeé. Tu cuerpo cayó del sillón con peso muerto, seguías molestándome y por lo tanto pisé tu cara. Tu carita bonita, con nariz respingada quedó destrozada. De ella comenzó a brotar sangre de una forma lenta y oscura. Alguien tenía que enseñarte a comportarte en una casa donde eras invitada. Inmediatamente escuché como tronó tu mandíbula y, a pesar de ello, decidí dejarte dormir.


Al siguiente día te encontré aún más morada de lo que recordaba la noche anterior, tu rostro seguía empapado en sangre, los globos de tus ojos estaban sumergidos y tu nariz tenía la forma de un plato llano. Ver aquella imagen provocó náuseas y un mareo intenso en mí, dentro de mi cabeza retumbaba un zumbido, una de las peores migrañas que he sentido. ¿Qué hice? Te levanté y te coloqué en mis piernas. Acaricié tu perfil manchándome las manos de sangre y, en un impulso bestial, me llevé las manos rojas y empapadas a la boca. Probé el frío sabor metálico que provocó una especie de escalofríos escondiendo una clase de placer.


¿Desde qué momento estás muerta?


No lo pude soportar. Yo no era necrófilo. No era mi culpa, eso lo sé, porque tú me pediste que lo hiciera. Te recuerdo bien, en el bar, mirándome desde el otro lado de la barra. Yo te esperé afuera del establecimiento porque no quería parecer desesperado. Una vez que saliste te abracé por detrás y te tomé del cuello, así tal cual y como tú lo querías, ¿o no? Sostuve tu cuello hasta que cediste en mis brazos, estábamos jugando, ¿no es cierto? Tus labios morados, dentro del carro se debían a las bajas temperaturas, no a la falta de oxígeno en tu cuerpo. Y tus ojos apagados mientras yo te besaba, eran porque habías bebido tanto. Estoy seguro de que yo no te he matado. No tuve relaciones contigo así, yo no te forcé. Tú querías. Tú estabas viva cuando lo hicimos. Tú estabas viva cuando yo me fui a dormir. No ha sido mi culpa.


En ese momento todo se nubló y la respuesta de todos los problemas que se habían desenvuelto en las últimas horas, se reveló ante mí como por arte de magia. Caminé hacía la cocina para tomar un cuchillo, para después dirigirme al cuarto del baño. No hay nada mejor que una tina repleta de agua hirviendo. Así que te cargué de nuevo y te llevé hasta la ducha. Me introduje contigo y me permití sumergirme hasta tapar mi cuello. Tomé uno de los cuchillos y lo deslicé desde mi muñeca hasta mi antebrazo.


Imagina lo que se escribió de nosotros cuando nos encontraron. Una trágica historia pasional ensopada en un mar rojo, metálico y frío. Somos todo lo que el morbo en la humanidad quiere, un erotismo mortal. Fue delicioso morir con tu cadáver hundiéndose en nuestro propio mar de sangre.

90 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page