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Una mujer mutilada

ISAURA OCAÑA

Desde que tengo uso de razón la tía Ingrid ha sido irreverente, hermosa y rebelde, como una fuerte brisa de otoño revolviendo todo a su paso. De pequeño solía pasar mucho tiempo con ella, era apenas una joven en su adolescencia cuando la vi por primera vez -yo tenía apenas 4 años- y me parecía como un ángel, aunque, con el tiempo, noté que la familia la veía como una hija ingrata. Mi madre y la tía Ingrid han tenido una relación tensa desde entonces, no recuerdo un momento en el que la tía Ingrid no la fulminara con la mirada. A mis 13 años fui consciente de las riñas entre la familia y la tía Ingrid, que para ese momento ya era una mujer casada; el ambiente de la sala se tensaba cuando la tía llegaba a la casa y ni siquiera los abuelos aguantaban sus comentarios, que parecían hostiles. Me resultaba gracioso presenciar la escena y siempre pensé que no la comprendían, yo no la veía de esa manera, siempre fue buena conmigo. Ahora, ya no lo sé.


Ella solía cuidarme en su casa y contarme cuentos para dormir. Aún recuerdo que el tío Luis entraba a la habitación principal con ella y se escuchaban sonidos extraños dentro. Luego de irse el tío Luis, yo solía pasar a la habitación y encontraba a la tía Ingrid recogiendo las sabanas de la cama matrimonial, manchadas de sangre: ella sólo se limitaba a decir: No pasa nada. Tú tía no deja de sangrar. No comprendí lo que ocurría hasta que llegué a la edad adulta, fue entonces cuando supe que ambos intentaban tener hijos, el gran deseo del tío Luis y todavía me acuerdo del día en que la tía Ingrid hizo del conocimiento de la familia que el tío Luis era estéril. Ese día el tío Luis salió de la casa, dejando a la tía Ingrid atrás y los abuelos la corrieron del lugar; no supimos a dónde fue al salir de ahí. Si fue por eso o por otra cosa, no lo sabemos, pero la insatisfacción de ambos se notaba más en las reuniones posteriores. Al paso del tiempo fueron perdiendo la chispa de pasión y se distanciaron con la excusa de los viajes de trabajo del tío Luis.


De vez en cuando visitaba a la tía Ingrid -que ya rondaba los 40 años-, ella se conservaba hermosa, en su figura esbelta parecían no pasar los años, se veía como siempre, fuerte e irreverente; yo era apenas un adolescente con una vida por delante, ansioso por empezar a vivirla. Poco a poco las visitas a casa de mi tía se hicieron menos frecuentes y yo, que comenzaba a experimentar con la vida, vagaba por las calles y me rodeaba de mujeres, siempre recordando sus consejos para complacerlas: No seas como tu tío Luis. A las mujeres nos gusta la diversión y nos gusta sentir placer, eso es lo principal en una relación. Me guiñaba el ojo en gesto de complicidad y yo nunca dije nada, pero siempre me pareció un secreto compartido. Éramos confidentes; yo, de sus quejas disfrazadas de consejos o comentarios graciosos; ella, de mis aventuras como un joven disfrutando de su recién adquirida “independencia”.


Con el paso del tiempo conocí a una mujer hermosa, llena de energía, y salimos algunos años hasta que decidimos casarnos. La tía Ingrid, hermosa, con su cabello castaño recogido y el tío Luis, esbelto y con los rasgos duros de su cara marcados por las arrugas, asistieron como por protocolo. Ese día se veían más distantes que en la última reunión, pero hubo un breve instante, en el que los miré de reojo, los ojos miel de la tía Ingrid se clavaron en los marrones del tío Luis, parecían estar en un lugar desconocido. Duró poco y después regresaron a la frialdad de una habitación repleta de invitados, la tía Ingrid volvió a la dura expresión que la caracterizaba.


Ahora que mamá está enferma, me sorprendió que la tía Ingrid decidiera cuidar de ella y mantenerla cómoda. La vejez había inhabilitado a mamá y no podía hacer nada por su cuenta, aunque aún era consciente de quién era y dónde estaba. Por eso, he decidido visitarla y también porque necesito aclarar un asunto con la tía Ingrid… No sé si es buena idea, pero tengo que saber por qué.


Cuando mamá enfermó fui a recoger sus pertenecías, pasé por su casa y llevé lo necesario a la casa de la tía Ingrid; pero conforme la situación empeoraba, mamá comenzó a pedir sus pertenencias de la infancia, parecía desesperada por recuperar los recuerdos lejanos. Su insistencia y las constantes quejas de la tía Ingrid me condujeron a la casa de mis abuelos, que ya llevaban unos años muertos. Al estar tanto tiempo abandonada estaba llena de polvo, pero todo conservaba el orden que la abuela siempre mantenía en su casa. Me dirigí al cuarto de mamá a recoger sus cosas; casi no había objetos, lo más destacado era un pequeño escritorio al fondo. Revisé los cajones y estaban llenos de cartas, fotos y pequeños cachivaches; hice una selección para llevar lo necesario y tirar lo demás, lo que me llevó a una carta médica de la tía Ingrid, en ella se le diagnosticaba infertilidad. Esa revelación explotó en mi cabeza. Todo este tiempo nos estuvo mintiendo a todos y lo que era peor, me mintió. Yo era la única persona que la visitaba, que la apreciaba y me había mentido. Le mintió a su confidente. En ese momento supe que era tiempo de visitar a mamá y aclarar las cosas de una vez por todas.


Ahora que estoy frente a su casa, ya no hay manera de retroceder. Bajé del auto con mi esposa, mi hija de 5 años y mi hijo de 8, ellos eran ajenos a todo lo que nos esperaba en el departamento del segundo piso de aquel edificio gris. Subimos los escalones despacio y caminamos por el pasillo que conducía al apartamento 24-C; al llegar a la puerta, acompañado de mi familia, me armé de valor para tocar y esperé a que la puerta se abriera. No estaba preparado para ver a la tía Ingrid. Los años se reflejaban en su cara, pero en sus ojos seguía el rastro de su juventud, y, al igual que yo, parecía sorprendida de verme a pesar de haberle avisado con anticipación de mi visita.


-Hola -dijo- Adelante.


Se hizo a un lado para dejarnos pasar y entramos uno por uno al pequeño departamento. Mi esposa y yo inclinamos la cabeza a modo de agradecimiento, mis hijos, por otra parte, depositaron un beso cada uno en la mejilla de la tía Ingrid. Ella cerró la puerta y se dirigió a la mesa del comedor donde se encontraba mi madre esperando para seguir comiendo la papilla frente a ella y, en un rincón alejado, en un sillón de la pequeña sala, estaba el tío Luis, que saludó con una leve inclinación de cabeza. Me sorprendió verlo ahí, pensé que a esas alturas ya estarían separados.


-Bueno, Leonardo, después de tanto tiempo, me sorprende verte por aquí y a tu linda familia-dijo, mientras depositaba otra cucharada de papilla en la boca de mi madre. – Como ves, estamos en medio de la hora de la comida, ¿no es así?


Entonces, abofeteó levemente a mi madre con una delicada servilleta. La miraba con irritación, aunque parecía consciente de su necesidad y se notaba levemente su compasión. Podría decirse que la quería y la odiaba al mismo tiempo. Eso fue lo último que pude soportar antes de explotar. Ver a mi madre indefensa fue lo que detonó la bomba.


- ¿Tienes que tratarla de esa manera? Por Dios, ni estando enferma puedes hacer el esfuerzo por ser menos imbécil. –Ya no podía controlarme, la verdad amenazaba con salir. Ella me miró fijamente al pronunciar las palabras. Me volví hacia los niños. - Niños, vayan con su madre a jugar al parque. Yo tengo que hablar con su tía un momento.


Asintieron con la cabeza y se reunieron con mi esposa, que ya estaba frente a la puerta. Se retiraron, cerrando la puerta tras de sí, dejándonos solos. Mi tía limpió la boca de mi madre con la servilleta, frotando con más fuerza de la necesaria.


-Entiendo que te sorprenda verme aquí, pero he venido a ver a mi madre y asegurarme de que todo está bien. -Su miraba fija me punzaba.- Es mi madre y puedo venir a verla cuando se me pegue la gana.

Ella me miró con perspicacia.


-Es verdad, pero si de eso se trata, debo señalar que ni siquiera te has acercado a saludarla. -le dio otra cucharada de papilla a mi madre.- Dejemos de mentirnos y dime por lo que has venido en realidad.


Con su mirada fija en mí, estallaron las palabras que había guardado y saqué la carta que llevaba en uno de los bolsillos de mi abrigo.


-Vengo a que me expliques esto.- Lancé la carta en medio de la mesa.


-¿Qué es eso?- preguntó un poco indiferente y observó la carta en medio de la mesa.


- Es una carta en la que se declara que eres estéril. - La miré con enojo y ella me miró aún más fijamente.- Nos hiciste creer que el tío Luis era el del problema y todo este tiempo el problema eras tú. Te desquitaste con toda la familia por tu fracaso al tratar de ser madre y has estado castigando a mi madre todo este tiempo con comentarios hirientes. No sé qué es peor, si esto o tú. ¿Cómo te atreviste?


Al decir esas palabras, ella dejó la papilla sobre la mesa y habló.


-Es cierto, no lo negaré. ¿Quieres que te diga lo que pasó? ¿Quieres saber lo que tu madre me hizo?- dijo y mi madre volteó levemente a mirarla, parecía negar con la cabeza, emitiendo leves susurros que sonaban a negación.- Basta, quiere saber lo que en realidad pasó y eso es lo que haré. Te diré lo que me hizo tu madre.


Se volteó hacia mí, alejándose un poco de mi madre. Su mirada me escaldaba y yo no sabía si había cometido un error, pero sentí esa mirada de reprobación, aquella que te señalaba que llevaba razón. Todos la conocíamos y en el fondo sabíamos que era cierto, la tía Ingrid nunca se equivocaba.


-Cuando tenía 14 años, tenía una buena amiga, éramos muy unidas y pasaba mucho tiempo con ella en su casa; era la única persona con la que convivía aparte de la familia. Siempre que llegaba nos recibía su padre, un hombre alto y robusto. Él solía mirarme de una manera extraña, aunque no lo tomaba mucho en cuenta, tenía algo de atractivo... No entendía por qué, pero me hacía sentir abrumada estar cerca de él y no podía dejar de mirarlo cuando estaba cerca. Después de un tiempo sin darme cuenta me enamoré de él y se aprovechó de eso – suspiró.- Al ganar mi confianza, me llevó a un cuarto cerca de la cocina de la casa, donde había un catre. Es ahí donde me tomó. Yo estaba dispuesta y, aunque pareciera increíble, habría hecho lo que fuera por él. De hecho, lo hice.


“No fue la única vez que pasó y tampoco fue el único. Una de las veces en las que me llamaron para ir, llevó a 8 de sus amigos y todos pasaron conmigo, todos pasaron por el catre y por mí. Yo lo hacía por él. Todo fue por él. Fue después de esas sesiones cuando comencé a sentir malestares, fue una situación desesperante y aterradora. La única a la que podía contarle era tu madre, eso hice. Le conté que no había llegado mi periodo, ella era consciente de lo que eso implicaba y me llevó a hacerme los exámenes con el médico. Dieron positivo a embarazo. Era una pesadilla para una chica de 14 años, pero debía conservar la calma y pensar qué hacer. Tu madre preguntó al doctor la posibilidad de practicarme un aborto, pero contestó que como el hospital era cristiano, aunque supiera no podía decirnos donde hacerlo y, además, era muy costoso. El doctor nos aconsejó decirles a nuestros padres y dejar de lado al señor responsable, porque era peor ser una rompehogares. Puede darlo en adopción, dijo. Ambas sabíamos que con nuestros padres esa no era una opción. Si se enteraban de esto, yo dejaría de ser su hija y me quedaría sin nada. Sola.”


“Yo estaba cansada, sólo esperaba tenerlo y hacer una familia con él. No me importaba ser una rompehogares. Tu madre no se dio por vencida y decidió conseguir el dinero para el aborto, así que se propuso confrontar al padre de mi amiga. Me dijo que podíamos decirle a su mujer, pero ella ya lo sabía; ella era quien me llamaba cuando su marido tenía ganas. Intentamos pedirle dinero, pero hizo caso omiso a nuestra petición y amenazó con negar todo, dijo que nadie creería en mi palabra. Tenía razón, la culpa me la echarían a mí y, aun así, lo que más dolía era saber que no me amaba. Sus últimas palabras me calaron la piel: Deshazte del problema y no me metas en tus asuntos.


Por un momento, la voz se le quebró y sus ojos vidriosos miraban un punto lejano, probablemente al recuerdo de algo. Continuó.


-Debíamos resolver la situación y le pregunté a tu madre si ella podía pagarlo, pero dijo que podíamos buscar una opción más barata. No estaba segura de que eso fuera posible o de que fuera seguro, pero tenía que confiar en mi hermana, ella haría lo mejor para mí. O eso pensé. Poco después de haberlo hablado, se enteró de un lugar cerca de la zona de las pescaderías en donde practicaban abortos a bajo precio, en una de esas casas. Te pago la mitad y tú pones el resto, dijo. Ahí empezó a salirse todo de control.


“No sabía lo que me esperaba, pero fuimos. Aún puedo sentir las manos de ese hombre metiéndose por mi cuerpo y sus uñas arrancando al feto de mi matriz. Al salir, tu madre miró mi cara pálida y me preguntó cómo me sentía. Me lo arrancó con las uñas, dije, no usó ningún instrumento. Dolió más de lo que imaginas, pero pesaba más la desilusión. – Al decirlo bajó una mano a su pecho, como algo la estrujara por dentro. Su cara se descompuso en una mueca de dolor y luego volvió a ser neutral, aunque la mirada en sus ojos delataba su tristeza. - Cuando llegamos a la casa, me pidió que me ocultara en mi cuarto y que no dijera nada, pero desde entonces no dejé de sangrar. Mis padres me reñían y no me permitían hacer nada, estaba siempre enferma. Desde entonces me convertí en lo que soy ahora, un amargo recuerdo de los sueños de juventud.”


“Era joven e inocente y no nos explicaron cómo pasaban esas cosas. No me arrepiento de haber abortado, pero ojalá hubiera pagado más dinero; ojalá no me hubieran metido esas garras dentro; ojalá pudiera dejar de recordar cómo se sentía. ¡Tu madre no quiso pagar más dinero y por eso soy una mujer mutilada!”


Se detuvo un momento. Agachó la cabeza y por un instante me pareció verla acariciar su vientre, pero fue tan rápido que no estoy seguro de que ocurriera.


-Si tan solo dejara de sangrar...- dijo antes de guardar silencio.


En ese momento volvieron a mi mente los recuerdos de las disputas familiares. Los ataques constantes de la tía Ingrid a su hermana, mi madre, quien los aceptaba en silencio y parecía culpable, afligida. Ahora todo tenía sentido, su desdén por toda la familia y la manera rencorosa e irrespetuosa en la que se dirigía a todos. Todo. La miré, con los ojos vidriosos y por una fracción de segundo parecieron pasar por su rostro los años de dolor.


-¿Después de todos los años de matrimonio y apenas me entero de esto?- preguntó asombrado y dolido el tío Luis.


La tía Ingrid lo miró implacable y sus ojos se posaron en los suyos.


-¿De haberlo sabido, te hubieras quedado conmigo?- dijo.


La pregunta quedó en el aire y ninguno se atrevió a responder, aunque todos sabíamos la respuesta.


El silencio se apoderó de la habitación y podía ver la culpa en los ojos ancianos de mi madre. La tía Ingrid se volvió a mi madre para seguir alimentándola y pude ver una diminuta lágrima resbalar por su mejilla. El tío Luis se veía distante desde el sofá y yo sólo podía pensar en que amo tanto a mi hija que, si se embarazara a temprana edad, iría yo mismo con ella a practicarle el aborto y gastaría lo necesario para que sufriera el menor daño posible; o aceptaría a ese bebé si quisiera tenerlo, con padre o sin él.

Ella volteó su cara hacia mí y dijo:


-De todas las personas de las que esperaba algo así, tú eras la última en la lista. Pensaba que alguien en la familia me entendía. Me equivoqué. - su voz se escuchaba dolida y, más que eso, decepcionada. Me dio la espalda y no volvió a mirarme.


Bajé la cabeza y no dije nada. Supe que le había fallado.


 

Estudiante de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Veracruzana y cuenta con carrera técnica en Contabilidad. Es originaria de Xalapa, Veracruz; vive en la ciudad desde su nacimiento. Protagonizó la obra de teatro “Ciahuameztli Nenequi Icihuca” (“La Señora Luna sigue caminando”), monólogo escrito por Ana Iris Nolasco, el cual se presentó el 08 de marzo de 2016. Escribió guion para TeleUV y participó en la realización del Spot de la FILU 2018.

Es apasionada por las artes; la lectura y la escritura la han acompañado a lo largo de su vida. Escribe teatro, cuento y ensayo.

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