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Xóchitl.

ISAURA OCAÑA

Para Zihuatzin


No sé cuántos días han pasado desde que entré a este infierno, no recuerdo la última vez que vi pasar a una persona por el camino y cada vez es más difícil seguir adelante. Mis pies pesan como ladrillos, mis labios están tan secos y rotos como la tierra que nos arrebataron, esa que alguna vez fue fresca, húmeda y viva; el dolor sube por mi pecho transformándose en la angustia de no llegar a tiempo. Tengo que seguir caminando, me repito una y otra vez.


La sonrisa en los rostros que habitan mi corazón y la risa cantarina de aquellos momentos entre la naturaleza viva, en los que olvidábamos por completo la miseria y éramos felices, son los que me dan la esperanza para seguir adelante en el sinuoso camino lejos de mi hogar. Extraño el verde y la humedad del café bajo mis pies, anhelo ver de nuevo los colores vivos de las flores adornando el espacio por el que camino en casa. Ahora mis pies caminan entre sombras brillantes y se ahogan en la luz reflejante del sol, que se pierde en el frío ocaso y aquellas sombras se hacen oscuras; escucho el silencio que me hiela la sangre, el sonido de la naturaleza viva me mantiene atenta y alivia mi inquietud. Es mejor que sea la naturaleza y no ellos.


Al caminar recuerdo el frío arroyo mojando mis pies y aún puedo sentir las piedras lisas debajo de ellos, en mis oídos el canto del agua que corre, que alivia las penas y purifica el cuerpo con su frescura. Luego regreso a la luminosa desolación de la tierra seca que cruzan mis pies, ya resecos por el calor, y saco el bote de agua, que me avisa del peligro de vaciarse pronto, humedezco mis labios agrietados y siento el alivio momentáneo de la humedad. Tienes que seguir, Xóchitl. No te detengas ahora, tus hijos esperan por ti. Vamos, otro poquito más. Mis pensamientos me ayudan a mover mis extremidades ya cansadas, masajeo levemente mis piernas y mis hombros abarrotados, después, sigo el camino de siluetas vibrantes.


Me detengo brevemente para agarrar fuerzas y seguir, en cada descanso recuerdo mi hogar, a mi gente llena de vida cosechando, cantando a nuestros niños, admirando el campo extenso de vegetación y el bordado de nuestra ropa, con los colores vivos de nuestro lugar. Ahora se va perdiendo la esencia de nuestro ser, se pierden los colores, se pierden los cantos, se pierde nuestra lengua y nos vemos obligados a abandonar la frescura del campo. Vendemos lo que podemos para sobrevivir, los niños ya no sonríen como antes y miramos un paisaje lleno de personas que no nos ven, los ojos no se posan en nosotros a menos que intenten negociar el precio de nuestro trabajo. Lejos estamos de vivir, nuestro pan de cada día es la supervivencia y nos perdemos en la invisibilidad.


Hoy camino a paso cansado, en medio de los recuerdos lejanos y la escabrosa realidad, intentando mantener la cordura en medio de la nada. Se escuchan ruidos, a veces lejanos, otras veces cercanos, que me llenan de terror y no hay dónde esconderse, es cuando tomo la mochila que cargo para ocultarme tras ella. Siempre espero que no sea la migra, que no me deporten o peor aún… Diosito, por favor, necesito llegar. No permitas que le pase nada a mis hijos o a mí, no quiero terminar… Tirada, en medio la luz cegadora. No me dejes aquí. Tengo que llegar. Cuando todo pasa, continúo el camino, cada vez más pesado; me muevo como puedo. El viento casi no sopla y cuando sopla, huele a muerte, susurra en mi oído algo parecido a un suspiro agónico, a una exhalación de sangre y frialdad.


Paso a paso me acerco al final. Camino porque es lo único que puedo hacer y las imágenes se agolpan en mi pensamiento, veo la lluvia fina, siento el viento fresco con olor a tierra mojada, escucho el canto de los pájaros anunciando el inicio de un nuevo día y la risa de los niños mientras corren libres. Las imágenes se quiebran cuando tropiezo sobre el piso duro y marchito, caigo sobre el polvo, que se pega a mi piel morena cubierta de sudor; mis ojos se abren por completo al darme cuenta de que ahora soy una con el polvo y tal vez siempre lo he sido.


Las promesas de un futuro mejor enunciadas en propuestas a cambio de un voto, esas palabras vacías nos orillaron al destierro y nos despojaron de una tierra que por derecho nos pertenece. Nos arrebataron la esperanza de una vida tranquila en la tierra que nos vio nacer. Por eso estoy aquí. Por eso tuve que dejar atrás a mis hijos y escucharlos preguntarme cuándo volvería o escuchar el yo voy contigo, mientras yo los tranquilizaba con un: cuando llegue al norte, mandaré dinero para que ya no pasen hambre y luego vendré por ustedes. Pórtense bien y hagan caso a su tía. Los miré contener el llanto porque había que ser fuertes y aguantar, mientras me alejaba para emprender el camino.


Estando entre el polvo, siento cómo se desvanece mi cuerpo y veo pasar una brujita, rebotando por el suelo, mi mirada se pierde en el rastro que dejó. Miro al horizonte que se extiende ante mis ojos, aún luminoso y ardiente, en pleno desvanecimiento, intento levantarme para seguir. Figuras conocidas caminan a lo lejos, en medio del intenso calor, hacen señas mientras se alejan e intento levantarme de nuevo para seguirlas, pero me inunda la oscuridad y lo último que pienso es: ya falta poco, Xóchitl. Tienes que seguir.


 

Estudiante de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Veracruzana y cuenta con carrera técnica en Contabilidad. Es originaria de Xalapa, Veracruz; vive en la ciudad desde su nacimiento. Protagonizó la obra de teatro “Ciahuameztli Nenequi Icihuca” (“La Señora Luna sigue caminando”), monólogo escrito por Ana Iris Nolasco, el cual se presentó el 08 de marzo de 2016. Escribió guion para TeleUV y participó en la realización del Spot de la FILU 2018.

Es apasionada por las artes; la lectura y la escritura la han acompañado a lo largo de su vida. Escribe teatro, cuento y ensayo.

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