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Aún le temo a la oscuridad.

MELISSA MONTAÑO PÉREZ


Por la noche, debajo de la cama y a un lado, debajo de las escaleras, adentro del clóset y bajo las sábanas viven los miedos de una pequeña de 8 años, los cuales aparecen de noche y sólo ella los ve. Duerme con mamá porque le aterra dormir sola, y es que una de las pocas veces que logró quedarse en su cama, sola, hasta el siguiente día, recuerda haber abierto los ojos antes de la madrugada y ver que alguien la arropaba para cubrirla del fresco del amanecer. Su madre no ha sido, se lo ha dicho. Entonces, ¿quién fue? No lo sabe y no desea averiguarlo ni que aquella persona desconocida vuelva a visitarla. Tampoco desea ni está dispuesta a enfrentarse a los seres que viven de noche y la atormentan desde los rincones de su hogar, donde la luz no entra. Le intriga saber por qué mamá no tiene miedo por las noches ni necesita tener encendido, a su lado, mientras duerme, un pequeño foco que evite que la habitación se llene de oscuridad. “Cuando crezcas, entenderás que no hay nada de qué temer”, me explicó mamá cuando le expuse mi curiosidad.


"Me aterra que Dios vea que no llevo la vida que Él quisiera para mí. Lo he dejado atrás, no porque no crea en Él, sino porque me siento apenada. Ya no sé cómo volver al camino de paz que me habías enseñado."

Mamá mintió en aquel entonces porque ahora que he crecido, tengo más miedo que nunca, más miedo que cuando era pequeña y le temía a la oscuridad porque en ella habitaban los seres macabros de las películas y la literatura que miraba y leía. Mamá, me mentiste. Lo peor es que no tengo miedo sólo de noche, sino también de día; la sugestión en mi cabeza es tan poderosa que ha vuelto tangibles mis más grandes terrores. Mamá, cuando me dijiste que había peores cosas a las cuales tenerle miedo, no me dijiste que los seres bajo la cama se convertirían en fracaso, ansiedad, angustia, paranoia e histeria. No me dijiste que le tendría miedo al sentimiento de insuficiencia e inseguridad. Tampoco me advertiste que, por la noche, diariamente, me visitarían todos éstos y que nada podría hacer contra ellos para defenderme. Mamá, no te había querido decir que, ahora que tengo mi propio cuarto, mi propia cama, todas las noches esos seres me visitan y asustan mis sueños, y me hacen amanecer cansada al día siguiente.


Y últimamente he desarrollado un miedo nuevo, uno que no debería existir en mí porque mamá me ha educado en un camino de fe, en el camino de Dios, donde no hay razones para temer porque, idealmente, sé que nunca estoy sola. Pero mamá, eso es lo que más me aterra. Este nuevo miedo del que no te he hablado es el miedo a mí misma, a la persona en la que me convierto por las noches, mientras tú duermes del otro lado del muro que separa nuestras habitaciones. Tengo miedo de la joven triste y angustiada que aparece cuando las luces están apagadas; de la que llora cuando mira una foto del amor que ha perdido y piensa “Jamás fui ni seré suficiente para ti. Te dejo ir”. Y me aterra pensar que nunca estoy sola, que Dios siempre está ahí porque me avergüenzo frente a Él mientras lloro, mientras pido morir, mientras me siento vacía y desesperanzada. Me aterra que Dios vea que no llevo la vida que Él quisiera para mí. Lo he dejado atrás, no porque no crea en Él, sino porque me siento apenada. Ya no sé cómo volver al camino de paz que me habías enseñado.


Cada noche es una batalla contra esos miedos que tengo desde que crecí y de los que no me advirtió nadie; mamá, ¿por qué no le tienes miedo a estos seres? Dime cuánto más debo crecer para dejar de tener miedo a no alcanzar ningún tipo de estabilidad jamás. Siempre dije que casarme no era mi mayor sueño pero ahora sé que sí quiero, mas ahora me aterra nunca encontrar a alguien que pueda quererme siendo como soy. ¿Y te acuerdas cuando te dije que, cuando fuera grande, tú ibas a depender de mí? Aún deseo hacerlo pero tengo miedo de no obtener el trabajo que me permita darte lo que siempre quise. Durante el día pienso en todas las cosas que planeamos para mi futuro mientras estaba pequeña; ahora que ese futuro se ha convertido en presente y que he cumplido sólo algunos de esos planes, ahora que no tengo nada ni soy el adulto que esperaba, le tengo miedo a decepcionarte. A que llegues a sentir lástima por mí y pienses que no cumpliré con lo que alguna vez te dije que haría.


Por las noches, todos esos pensamientos se escandalizan en mi mente y acaban con mis ganas. Tallo mis ojos con fuerza por la desesperación y la frustración, miro al techo y procuro recuperar la calma; escucho música e imagino una realidad alterna en la que no me siento como ahora. Desde pequeña, he tenido esa costumbre de soñar despierta, y ojalá mantuviera los mismos miedos de cuando era una niña porque hoy, preferiría tenerle miedo a los seres oscuros y terribles que miraba en las películas, que a los seres que hoy me atormentan cuando anochece. No me gusta llegar a la fatalidad de las situaciones, me irrita rondar en los campos del pesimismo y mucho menos pretendo volverme existencialista; no alego padecer depresión ni ansiedad. Tan sólo necesito un impulso que me eche hacia adelante.


Por las noches, mamá, tengo miedo del rato que paso despierta desde que apago las luces hasta que me quedo dormida, porque tengo tiempo de pensar en todos mis fracasos y en todo lo que no he logrado. Recuerdo a las personas que se han alejado y me pregunto si me habré convertido en una mala persona, una que sólo sabe herir a los demás. Me avergüenza decir que me repruebo a mí misma pero al mismo tiempo, me compadezco porque sé que muchas de mis actitudes no son más que el reflejo confuso de lo que hay dentro de mí; estos miedos que se me presentan de noche y me dejan muerta al comenzar el día. De la oscuridad que aterraba a esa niña de 8 años no queda casi nada; aquellos miedos se han ido para dejar espacio a los nuevos. Por diferentes razones, la situación sigue siendo la misma: aún le temo a la oscuridad.


 

Nació en Xalapa, Veracruz el 30 de abril de 1995. Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana (UV); sus trabajos de investigación están principalmente encaminados en el área de la lingüística. Ha colaborado como reportera y correctora de estilo en el Departamento de Prensa de la UV, y como columnista para el periódico El Dictamen. Trabajó como asistente ejecutiva para Difusión Cultural UV y también ha colaborado como guionista para obras de teatro presentadas en congresos nacionales y como escritora para diversas publicaciones juveniles.

Se dedica principalmente a la corrección de estilo de manera independiente, colaborando con editoriales fuera del estado, medios impresos de divulgación artística y organizaciones gubernamentales e internacionales como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, con la que colaboró como correctora de estilo en el marco del Día Mundial contra la Trata de Personas.

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