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Educarnos no sirve de mucho

JOSÉ SANTIAGO


“Educarnos no sirve de mucho cuando la realidad sigue rebasando nuestras ganas de cambiar las cosas. Queremos eliminar el machismo de nuestra cultura, pero se sigue pidiendo a la chica de casa que le sirva la cena al hermano.”

José Santiago

..."El macho que extiende sus alas para aparearse y dejar claro su poder, ese que hoy levanta un pedazo de pan y arroja migajas a las que sutilmente llama “Día de la mujer”, tratando de sanar sus estupideces históricas y sus creencias abyectas marcadas por un grupo de antropólogos sin escrúpulos en el siglo XIX, quienes abiertamente declaraban que el hombre era cultura y la mujer biología. "...

Hablar de la mujer es abarcar un mundo infinito de posibilidades y perspectivas. Sin embargo, la sociedad en la que vivimos sigue, de manera firme y visceral, tratando de mantener la línea delgada entre caballerosidad y machismo. Se crean fantasías insulsas y vacías que consumimos por esa necesidad desgarradora de creer que podemos cambiar los patrones educativos y culturales con sólo desearlo. Pero no funciona así este circo al que hemos decidido pertenecer, al que hemos abrazado con tantas ganas que simplemente, nada camina con sensibilidad.


El macho que extiende sus alas para aparearse y dejar claro su poder, ese que hoy levanta un pedazo de pan y arroja migajas a las que sutilmente llama “Día de la mujer”, tratando de sanar sus estupideces históricas y sus creencias abyectas marcadas por un grupo de antropólogos sin escrúpulos en el siglo XIX, quienes abiertamente declaraban que el hombre era cultura y la mujer biología. Por ende, todo cuanto tuviera que ver con cuestiones históricas, empresariales, institucionales, debían ser manejadas por hombres y la procreación por obviedad era el único rol que la mujer debía y tenía derecho a desempeñar. Esto no sólo trastocó al género femenino, también a los más pequeños a quienes bajo estas premisas ideológicas llamaban: “Infantes” ( In-Fantis o In fale, “el que no habla”). Así, con su manifiesta necesidad de dominar todo, crearon miles de mitos que hasta el día de hoy se enseñan de manera primitiva en las escuelas del mundo. Uno de esos grandes ejemplos es:

“Los hombres salían a cazar y las mujeres se quedaban a recolectar”. ¿De qué otra forma, sino ésta, para condicionar a sociedades enteras?


Por ello, es menester reconocer a quienes motivados por esta represión disfrazada de lógica natural se dieron a la tarea de profundizar y dejar claras ciertas situaciones, para así aperturar el diálogo y la lucha de las mujeres por simplemente ser vistas como seres humanos, que va más allá del género.

Gayle Rubin, antropóloga cultural estadounidense, se tomó muy en serio esta necesidad y, gracias a sus múltiples estudios, podemos agradecer que se aceptara a nivel científico, antropológico y social, una nueva verdad que obliga a la reflexión y a una disculpa mayúscula. Ésta antropóloga, retoma el “arjè” o principio básico:


Hombres y mujeres vivían en hordas, en las que sexualmente, al desconocer lo que para nosotros es ya tan evidente, las orgías eran una actividad orgánica y natural, esto les impedía la conclusión real, de la proveniencia de los bebés a éstos espacios sociales; por ende, esos nuevos miembros eran cuidados por la horda entera, eran hijos de la horda. Rubin afirma en seguida que esto lograba que no hubiera división de género, por lo que, y es justo aquí donde se cae el teatro machista, salían a cazar hombres y mujeres aptos para ello.


Al paso del tiempo, las hordas, ya más organizadas, comienzan a discernir la realidad del hecho. Las mujeres son las únicas que pueden crear vida y los hombres aportan a dicha cuestión, así, los jefes de las hordas comienzan, en épocas de escasez alimentaria, a intercambiar al sexo femenino por granos o alimento con otras hordas que necesitaban ampliar su población. Desde ese momento, la mujer se vuelve un objeto de intercambio por sobrevivencia.


Estos hechos son punta de lanza y de argumento para que los hombres del siglo XVIII y XIX fundamentaran que el hombre era quien debía cargar con las cuestiones culturales y las mujeres con la simple y paradójicamente compleja biología, lo que la hacía un objeto de procreación y cuidado de los “infantis o los que no hablan”, así como de los hogares que ellos, como figura institucional, formaban.


A partir de esos pueriles argumentos se han creado y han crecido nuestras sociedades modernas, en las que se sigue manifestando que el hombre debe trabajar y la mujer tiene que mantenerse en casa educando a los hijos. Por supuesto que la lucha femenina a lo largo de la historia ha sido tan efectiva y tan honesta que ha logrado posicionarse, como debió ocurrir desde siglos atrás, en todos los elementos laborales, académicos, intelectuales, culturales, sociales, económicos, mediáticos, entre otros. Pero nada de esto parece ser real, cuando las condiciones laborales y económicas siguen manteniendo su línea desigual. Un gerente hombre sigue ganando más que una gerente que desempeña las mismas tareas. Aún se sigue ofreciendo una mejora en ciertas áreas de oportunidad, intercambiando, por parte de los jefes, “un acostón”.


La realidad es que no pareciera haber muchas ganas de cambiar estos constructos culturales; reitero, al ver madres que siguen haciendo que las hijas sean quienes tomen el rol de servidumbre, sumisión, que la humillación forme parte de su naturaleza y que la dignidad no sea contundente, lamentablemente, no vislumbro que esto dé un giro radical en un futuro cercano. Las nuevas generaciones, muchos de quienes las conforman, siguen esa tradición generacional.


Las mujeres al verse engañadas siguen prefiriendo pelear con la chica, que dejar al hombre que cometió dicho acto. Entre amigas, sigue habiendo rivalidad a pesar de la sonrisa. Se visten para partir plaza en el coliseo de mujeres, no necesariamente para gustarse así mismas o al acompañante

.

La mujer es tan única y artística, espiritual, cultural y socialmente tan excelsa, que celebrar un día al año, me parece patético. Puede sonar a cliché, pero una mujer debe ser pauta de celebración diaria y de forma natural, congruente y terminante. Ojalá en algún momento, podamos ser una de esas sociedades utópicas en las que éste ni siquiera fuera un tema a tratar.


 

José Sosa Márquez, también conocido como José Santiago, es un escritor, guionista y actor mexicano. Egresado de la Univerisdad Iberoamericana con la Licenciatura en Comunicación. Cursó talleres de dirección y producción cinematográfica en la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba y tomó talleres de fotografía con el maestro Rafael Corkidi en México D.F.

Su carrera profesional es muy extensa, fungió como académico en la Universidad Iberoamericana Santa Fe (México D.F) e Ibero Puebla, en Universidad UVM, Puebla y en el Tecnológico de Monterrey, campus Puebla. Ha sido tallerista en la Vancouver Film School de Canadá.

Es ganador de premios nacionales e internacionales de cortometraje.

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