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La Tierra que no vamos a heredar.

MELISSA MONTAÑO PÉREZ


Aún tengo presente en mi mente una foto que vi a mis inocentes 8 años, en ella se veía a un niño africano bañándose con la orina de lo que parecía ser una vaca desnutrida; el pequeño aparecía agachado detrás del animal, a la altura ideal para recibir sobre su cabeza la secreción líquida amarillenta y a la espera del momento en el que la vaca decidiera expulsarla; parecía que era su champú. Hubo otra foto que retrataba a los mismos protagonistas, en este caso el humano detenía a un lado la cola de la bestia y, con visible determinación, sumía su cara en el trasero del animal, esta vez esperando beber la orina. No había agua en África.


En ese entonces había muchas otras fotografías crueles de la situación de hambruna en ese continente, algunas resguardadas en una presentación de PowerPoint, adjunta a un correo electrónico enviado quién sabe de parte de quién a quien sabe quién; mamá lo recibió y me lo mostró. Entre la colección se encontraba la fotografía del reportero sudafricano Kevin Carter, en ella se mostraba como un buitre blanco africano espera la muerte de un niño sudanés. El fotógrafo ganó el premio Pulitzer en 1994 por ese retrato. El protagonista moribundo de aquella imagen no murió aquel día y el buitre no comió.


Era mera ironía sentarnos frente a la computadora, abrir un correo electrónico y con ello, abrir una ventana a la cruda realidad del continente africano en los años 90.Fuimos conmovidos. Nos asombramos cual si estuviéramos asomados al padecimiento de un ser que no era, ni lucía, ni vivía como nosotros; a esa niña de 8 años que vio la imagen le daban ganas de espantar al buitre gritándole a la pantalla de la computadora. Y pronto comenzaron las frases lastimeras: “Mientras tú desperdicias la comida, hay niños en África muriéndose de hambre”. Ah, que Dios nos perdone por servirnos del sufrimiento ajeno para motivar a nuestros hijos. Nos querían hacer reflexionar, pero ellos no reflexionaban sobre su insensibilidad.


Esos retratos hablaban de África, muy lejos de aquí. En aquel entonces no creíamos que, algún día, no íbamos a necesitar recibir una cadena electrónica que nos llevara a la reflexión sobre los recursos que acá teníamos en abundancia; no creíamos que, un día, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU nos advertiría que para 2030 se pronostica la llegada de una sequía extrema y escasez de alimentos para millones de personas, además de incendios forestales e inundaciones debido al famoso calentamiento global[1]. Ya podemos empezar a hablar en tiempo presente y aterrizar la situación aquí, en América, en México, en Veracruz o en cualquier lugar desde donde se lee esto. Nos estamos acabando la Tierra.


El pánico y la contingencia, que las afectaciones al medio ambiente producen entre la gente hoy en día, ayer sólo se vivían en las películas que hablaban del fin del mundo; decíamos “es sólo una película”, pero hoy pensamos que esa trama no estaba tan alejada de la realidad. Llegamos al 2012 con miras al fin del mundo previsto por una civilización mesoamericana, pero en el fondo sabíamos que no moriríamos aún. Lo peor es que acabando ese año, cuando vimos que no habíamos muerto, continuamos dedicándonos, sin saberlo, a hacer morir poco a poco la vida en la Tierra. Dejamos animales sin hogar, sin comida y sin naturaleza. Nosotros somos el fin de nuestro planeta.


Ayer nos dolía la hambruna que se sufría en lugares en los que jamás pensamos que algún día estaríamos; también ayer, una clase de hambruna vino a nosotros. Comenzamos a morir de hambre del recurso económico y buscamos hasta debajo de las piedras la manera de conseguirlo, esto a costa del resto de los seres vivos; explotamos su entorno natural y los torturamos a ellos. Nos enajenamos en tal propósito que le abrimos la puerta a nuestra destrucción, como el descuidado que deja abierta la puerta de su casa y un ladrón aprovecha la ocasión. Este ladrón que nos está robando aire y agua limpios, que nos está dejando animales en extinción y una buena calidad de vida a punto de expirar, cambio climático se hace llamar.


En estos momentos, comienzan los debates sobre lo que vendrá mañana para nosotros; algunos, los más trágicos, ven el fin del mundo a la vuelta de los próximos años. Otros, los que apuestan por mantener la calma, alegan que atravesamos una mala racha pero que todo mejorará algún día. Se dividen las opiniones entre los que piensan en las acciones que nos pueden salvar del final y entre los que creen que ya no hay nada que podamos hacer. Ya hemos dañado nuestra Tierra, dejémosla descansar aunque eso implique el fin de nuestra existencia. Muramos con todo aquello que nosotros mismos llevamos a la muerte.


Nos lamentaremos por no haber escuchado las advertencias; “creímos que pasaría en un futuro muy lejano”, diremos. “Pensamos que esto sólo ocurría en las películas”, y como en las películas, nos abrazaremos y lloraremos juntos, de cara con el ladrón al que nosotros mismos creamos, educamos y dejamos entrar. Padeceremos todas las hambrunas que destruyen el cuerpo del hombre así como las que destruyen su esencia, su intelecto y su alma. Moriremos. La naturaleza hallará la forma de restablecerse y nadie la heredará.

[1] EXPANSIÓN: “La ONU lanza alerta mundial por desastres a partir del año 2030”.


 

Nació en Xalapa, Veracruz el 30 de abril de 1995. Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana (UV); sus trabajos de investigación están principalmente encaminados en el área de la lingüística. Ha colaborado como reportera y correctora de estilo en el Departamento de Prensa de la UV, y como columnista para el periódico El Dictamen. Trabajó como asistente ejecutiva para Difusión Cultural UV y también ha colaborado como guionista para obras de teatro presentadas en congresos nacionales y como escritora para diversas publicaciones juveniles.

Se dedica principalmente a la corrección de estilo de manera independiente, colaborando con editoriales fuera del estado, medios impresos de divulgación artística y organizaciones gubernamentales e internacionales como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, con la que colaboró como correctora de estilo en el marco del Día Mundial contra la Trata de Personas.

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