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Los hijos nos estorban.

MELISSA MONTAÑO PÉREZ

La idea más recurrente que viene a la mente de la sociedad cuando una joven se embaraza a temprana edad sin planearlo, sin estar casada, “sin nada que ofrecerle” al bebé, es que la joven ha arruinado su vida. Como si un ser que ni siquiera ha nacido, que aún no tiene pulso, tuviera la gran y malévola capacidad de echar a perder la existencia de otro ser humano con muchos años de vida y experiencia. Me siento mal por los pobres bebés que llegan al mundo y al segundo de nacer ya enfrentan la condena por haberse “atrevido” a nacer, pisoteando los planes y metas de sus padres.


En estos tiempos en los que se lucha por la libertad de la mujer, los hijos se han convertido en un tema tabú; nos gritan que no por ser mujeres estamos obligadas a ser mamás, argumento con el que estoy totalmente de acuerdo y sin embargo, me atrevo a decir que engendrar es uno de mis mayores sueños. En un intento por rescatarnos de las presiones impuestas por la sociedad machista que, hasta hace poco, nos dominaba al cien por ciento y nos limitaba a ser una máquina de bebés y una máquina de limpieza para la casa, nos fuimos al otro lado olvidando que el lado en el que estábamos también era un buen sitio para las mujeres y que lo que era necesario cambiar no eran las acciones, sino las razones por las que llevábamos a cabo tales acciones. Quiero decir que no es malo ser ama de casa, pero sí es malo ser ama de casa porque tengo qué.


En mi familia, la idea de que yo o alguno de mis primos nos relacionemos con una persona que ya sea padre o madre, no sólo es impensable, también llega a ser dolorosa. Cuando conocí a la novia de uno de mis primos no tuve ninguna reacción de rechazo hacia ella al enterarme que es madre de dos pequeños, cada uno de diferente papá. Fue un acercamiento sincero para presentarnos; su maternidad fue un tema intrascendente para mí. Días después de aquel encuentro, me enteré de que mi familia no aprobaba esa relación y la razón eran los pequeños. Como individuo sumiso y como si careciera de la capacidad de raciocinio, apoyé la postura de mi familia sin cuestionarla primero. De eso ya hace cinco años.


"Para dos personas que se aman, un hijo significa su mayor regalo, pero para una persona sola, un hijo significa un estorbo."

Hace tres meses, luego de ignorar los mensajes de uno de mis contactos en una de mis redes sociales por más de medio año, me animé a contestar uno de éstos. Terminé conociendo a un hombre maravilloso, inteligente, simpático y amable, con quien llegué a rozar las actitudes del coqueteo. Cuando me enteré que tenía una hija, todo cambió. Cualquier interés y atención que antes le tuve, si bien no se desvaneció, se fue volviendo tenue. Actualmente somos buenos amigos y me agrada que comparta conmigo los recuerdos de los días que pasa con su pequeña. Nuestra relación se ha establecido, nuestra amistad se mantiene, pero no olvido que me alejé de un buen hombre sólo por ser papá.


Hace algunas semanas, mi madre comenzó a bromear con sus amigos y dijo que ya quería tener un nieto. Admito que algo en el fondo de mí se revolvió al escucharla decir eso, como si me estuviera dando el permiso de embarazarme, aunque pronto pude calmar mi emoción con la realidad que impediría que le diera gusto a mamá: “Pero no hay con quien”, respondí muy casualmente. Hoy bromeamos con la idea de una inseminación artificial y para el momento en el que escribo esto, ya he reflexionado sobre la idea de ser madre soltera. ¿Qué explicación le daré al hombre del que me enamore después, cuando éste sepa que ya soy mamá? Me daría miedo ser rechazada por su familia. También me dolería que él decidiera ser sólo mi amigo cuando se enterara que hay un pequeño o pequeña en mi vida.

Alguna vez, alguien me dijo “Espero que mis hijos no sean un motivo para que quieras dejar de platicar conmigo, pero si ese es el caso, lo entiendo”. Desconozco las implicaciones de relacionarme cercanamente con alguien que tiene hijos y que no está casado; en esa ocasión, muy comprensiva, respondí que no tenía ningún problema con ello y que jamás renunciaría a conocer a alguien sólo porque ya es padre. Ahora puedo mantener esa idea, pero me intriga conocer de dónde viene este prejuicio de que los padres o madres solteros no son “un buen partido”. Los hijos nos estorban. Le estorban a la madre que quiere ser aceptada en nuestra familia; le estorban al hombre que quiso conocer a una chica pero no pudo porque ella tuvo miedo de relacionarse con un papá. Los hijos nos quitan oportunidades, nos repelen y sufren un interesante cambio de significado. Para dos personas que se aman, un hijo significa su mayor regalo, pero para una persona sola, un hijo significa un estorbo.


 

Nació en Xalapa, Veracruz el 30 de abril de 1995. Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana (UV); sus trabajos de investigación están principalmente encaminados en el área de la lingüística. Ha colaborado como reportera y correctora de estilo en el Departamento de Prensa de la UV, y como columnista para el periódico El Dictamen. Trabajó como asistente ejecutiva para Difusión Cultural UV y también ha colaborado como guionista para obras de teatro presentadas en congresos nacionales y como escritora para diversas publicaciones juveniles.

Se dedica principalmente a la corrección de estilo de manera independiente, colaborando con editoriales fuera del estado, medios impresos de divulgación artística y organizaciones gubernamentales e internacionales como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, con la que colaboró como correctora de estilo en el marco del Día Mundial contra la Trata de Personas.

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