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No censuren mis ojos a la verdad.

MELISSA MONTAÑO PÉREZ


I


Hoy miro mi fotografía impresa en un papel gris, reciclado, rodeada por cinco párrafos extensos y cada uno tiene una excusa para hablar de Mujer N’, apellido extraño, de una sola letra, que se me ha dado desde que me encontraron. El primer párrafo dice que fui hallada, el segundo dice quién era yo antes de ser hallada, el tercero explica cómo fui hallada, el cuarto informa que ahora buscan a quien me dejó para ser hallada en un terreno baldío y el quinto párrafo informa: “Es la cuarta mujer encontrada sin vida en lo que va del mes en nuestra ciudad”.


Hay una cinta negra sobre mis ojos y dice Hombre N,’ eso es lo que le ponen a los muertos sobre la cara para ocultar su identidad a los vivos; lo encontraron tirado a unos metros de la carretera, envuelto en sábanas y bolsas negras para basura. La cinta negra no está puesta sobre mis ojos sino sobre mi fotografía, dejando ver sólo la nariz y los labios morados y rotos, no sé si por los días que llevan muertos o por la tortura previa a la muerte. No recuerdo cuántos días me mantuvieron viva sin agua; sólo esperaba que mi madre, algún día, supiera lo que me hicieron.


Mi asesino aún vive y es libre, sabe y recuerda quién era yo. Mis padres también lo saben y lo recuerdan. Entre nosotros hay muertos a los que nuestra ciudad reconoce porque sus familias tuvieron tiempo de mostrar sus fotos sin censura, con la vida reflejada en los ojos, en la sonrisa, y abajo una leyenda que informaba que estaban perdidos. A Hombre N’ y a mí nos encontraron antes de que nuestros padres pudieran pedir ayuda con fotos similares. Nadie nos va a reconocer por nuestros verdaderos nombres. La muerte no sólo se llevó nuestras vidas, también se llevó nuestras identidades.


II


Censuraron nuestros rostros de la realidad de los vivos, impidieron que pudiéramos ser reconocidos por algún lector del periódico; destruyeron nuestras identidades cuando se olvidaron de mencionar nuestros apellidos y nos clasificaron como Hombre y Mujer N’. “¡No somos amarillistas!”, dijeron. Y creyeron que ocultando nuestros ojos tras una cinta negra o una imagen borrosa, los vivos no verían sus sensibilidades heridas. Entonces, ¿para qué nos dedican un espacio entre sus páginas? Los vivos ahora saben que estamos muertos pero nunca sabrán quiénes éramos antes de morir.


Me perturba pensar que seré recordada por mi ciudad como la mujer que fue encontrada la madrugada del lunes, desnuda, con los labios rotos y morados, dando señales de que morí a causa del dolor por las laceraciones en todo mi cuerpo dejándome vacía de sangre y aliento. Poco ruido hicieron mis logros académicos frente a la noticia de que me encontraron unos niños mientras jugaban en donde no debían; no me parece justo que mencionen que era una joven aplicada y dedicada a la escuela poco antes de mencionar que la tortura a la que me sometieron, “es casi inenarrable”.


III


Señor periodista, no censure mis ojos a la realidad. Deje que el mundo me conozca aunque ya esté muerta; porque usted no sabe, señor periodista, todos los esfuerzos que hice “por ser alguien en la vida”. Nunca me imaginé que, algún día, iba a pelear por ser alguien en la muerte, cuando viniera usted a ocultar mi mirada perdida tras una cinta negra puesta con sus aparatos de edición, procurando no rozar en los tintes amarillistas hastiados del rojo de la sangre. Sé que su periódico no pretende exhibir imágenes que perturben a la sociedad, pero a mí me perturba que me recuerden sin ojos. Fueron ellos quienes lo vieron todo, son mis únicos testigos. Si mis ojos hablaran, darían mi coartada de aquella noche en la que fui raptada.


Señor periodista, no olvide mencionar mis apellidos. Deje que el mundo le ponga un nombre al cadáver que se encontraron esos niños, porque en mis apellidos están mis padres y mis hermanos, la familia a la que me obligaron a abandonar; están mis raíces, mis orígenes, en mis apellidos estoy yo. Si usted, señor periodista, no menciona mi nombre completo, entonces yo no estoy completa. Soy una mujer extraña, desconocida, mas no quiero que me recuerden como Mujer N’; quiero que me recuerden como la hija de mi padre y de mi madre.


No censuren mis ojos a la verdad de aquellos que aún respiran y leen mi muerte lamentando una pérdida más. No me interesa ya haber sido la tercera, la cuarta o la quinta joven encontrada muerta en lo que va del año en nuestra ciudad; aquella noche no fue masacrado un cuerpo solamente. Fueron olvidados 20 años de vida, omitidos miles de experiencias, momentos, recuerdos, aspiraciones, sueños, miedos y frustraciones. Esa noche me quitaron la vida que tenía ahorrada para el porvenir. Señor periodista, me lo han quitado todo. No me quite usted lo que queda de mí. No silencie a mis testigos fieles tras una cinta negra, ni eche mi persona a la arbitrariedad de las identidades.


 

Nació en Xalapa, Veracruz el 30 de abril de 1995. Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana (UV); sus trabajos de investigación están principalmente encaminados en el área de la lingüística. Ha colaborado como reportera y correctora de estilo en el Departamento de Prensa de la UV, y como columnista para el periódico El Dictamen. Trabajó como asistente ejecutiva para Difusión Cultural UV y también ha colaborado como guionista para obras de teatro presentadas en congresos nacionales y como escritora para diversas publicaciones juveniles.

Se dedica principalmente a la corrección de estilo de manera independiente, colaborando con editoriales fuera del estado, medios impresos de divulgación artística y organizaciones gubernamentales e internacionales como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, con la que colaboró como correctora de estilo en el marco del Día Mundial contra la Trata de Personas.

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