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Reseña de "Un episodio en la vida del pintor viajero" de César Aira.

PABLO RODRÍGUEZ


Nuestro deber no es solo con nuestro tiempo, querido pintor, es con la posteridad.

Debemos de hablar de la crueldad a la que hemos descendido los hombres.

Pablo Montoya

Agamben (2008), uno de los intelectuales más esclarecedores de nuestro tiempo, nos advertía: “ser contemporáneos es, ante todo, una cuestión de valor”; una cuestión que, si queremos vivir en nuestro presente, tenemos el deber de trastocar, corromper y ampliar. El ser contemporáneo, raro y con la dicha de poder ver y suspenderse a sí mismo, es uno capaz de percibir ya no la luz de su tiempo, sino su oscuridad para moldearnos en una tiniebla que es, ante todo, esclarecedora. Revelador de lo inefable, oráculo que no sólo ve para adelante y para atrás sino su ahora mismo, el contemporáneo se aventura a condensar y reformular nuestra historia e intimidad, pero también nuestro devenir artístico y literario.

Ser contemporáneamente literarios, entonces, es obligarnos a una intervención en distintos niveles: la obra ya no le pertenece a nadie, pero todos la construyen; la obra es todo menos eso, es una serie de procesos, un cúmulo de transgeneracidad, un espacio de engaño, un intento de asir, pese a todo, el movimiento: nuestro tiempo nos obliga a dejar la pasividad para así desarrollar conexiones literarias. Nuestra labor, ahora, es cuestionar cómo representamos y nos (des)apropiamos del sistema literario que creíamos completo. Tales incitaciones –porque la invitación sería un término en exceso cordial para quien abraza a la oscuridad- están presentes en Un episodio en la vida de un pintor viajero de César Aira. Nos acercamos a una novela que, antes de ser novela, es una apertura hacia lo contemporáneo mediante la metáfora de la pintura en movimiento.


"No leemos una biografía escuálida de fechas y lugares, sino que acompañamos en carne y hueso al viajero..."

Hablemos un poco de la anécdota de la obra. Aira nos presenta el viaje del pintor alemán Johan Mortiz Rugendas por la América del siglo XIX y cómo, en su traslado, captó y representó los paisajes más emblemáticos de estas latitudes desde la estética naturalista –entendida, en ese momento, como parte crucial de la ciencia- hasta que, al llegar a la Pampa, es partido por un rayo durante una fuerte tormenta y con ello, adquiere una nueva inquietud estética: dejar de pintar paisajes para captar ese algo más, una búsqueda artística que la representación de la naturaleza no basta y es necesario trascender hacia el movimiento y lo inasible no sólo para el ojo y sus proporciones, sino para el mismo artista.


Lo que sobresalta en las primeras líneas de la novela es su aparente afán biográfico. Vemos, a la manera de un exhaustivo estudio de archivo histórico, una narración enfocada en ser un estudio verosímil de la vida del pintor: aparecen figuras como la de Humboldt, de quien Rugendas aprendió a asir el mundo en su totalidad mediante la fisionomía de la naturaleza. Sin embargo, si llegamos a decir que el lenguaje roza en lo científico es, justamente, por ser éste su pretexto: la máscara de novela histórica se convierte en espacio para experimentar cómo la imaginación y la apropiación profundizan y dan individualidad a la figura de este pintor. En una vuelta de tuerca a la construcción objetiva de la historia, Aira se apropia del pintor viajero y lo presenta como uno bendecido por lo que Lorca llamó “la gracia de Dios y de la técnica” y con ello abre una nueva brecha para la novela. No leemos una biografía escuálida de fechas y lugares, sino que acompañamos en carne y hueso al viajero, como lo haría su mano derecha y pintor menor Krause, en constantes dudas artísticas y pensamientos del Humboldt de América. Como se puede suponer, el discurso es mutante; la novela, ahora, pasa a ser una íntima crónica de viaje que, en tanto, retratará no sólo el traslado físico del pintor, sino el de la pintura mimética –la que presenta a la naturaleza- a una pintura en movimiento, una analogía de una actividad artística que, en su afán de representar el presente, se nutre de más de un género para su desarrollo.


"Si el pintor ya puede trasladar todo al arte ahora es su deber plasmar la nada, lo inasible, el residuo que queda cuando hay movimiento; la tiniebla llama al sujeto a crear."

La pintura en movimiento, por su parte, es un elemento que provoca que la novela, en su totalidad, sea realmente contemporánea. En Un episodio se realizan múltiples reflexiones artísticas acerca de qué es lo que un verdadero pintor, como Rugendas, debe de plasmar en su arte. Ante las dificultades climáticas y la brevedad del tiempo en la travesía, Rugendas, con tal de captar la luz, las profundidades y las texturas empieza a escribir en sus bocetos, junto a la acción de dibujar. Ahora la pintura no sólo es pintura, también es escritura como lo es, hoy en día, el cine, la fotografía o las instalaciones cuando entran en un diálogo con otras artes. A partir de esta premisa -lo que se mueve, es decir lo contemporáneo- requiere de una hibridación -pintar y escribir- nos acercamos a una historia de la evolución del arte. Rugendas, dentro de su calidad de paisajista humboldtiano, instaura las bases del impresionismo y, a lo largo de sus reflexiones, vemos cómo busca acercarse a nuevas expresiones artísticas que satisfagan sus crecientes y cada vez más enigmáticas necesidades.


En segundo lugar, esta pintura del movimiento, representa las conexiones entre el caos y el orden. El orden establecido durante la forma de pintar de Rugendas se ve transgredido, por completo, después de su accidente. Cuando el rayo impacta al pintor, ésta emprende una (de)construcción de sí mismo; no sólo su rostro permanece tapado, en la oscuridad –lo cual, nos parece una analogía bellísima del ser contemporáneo, un ser que su rostro también está hecho de oscuridad-, sino que supera sus propias condiciones artísticas con tal de captar la desidia, lo oculto, el caos en el rostro de los indios. Es así que Rugendas, para la personificación e imaginación de Aira, representa la imagen del ser contemporáneo que, al llegar a la oscuridad, a esta nada como la imagen de la Pampa, se tiene que representar a sí mismo –como se puede advertir en las descripciones paisajistas de ciertas pinturas- pero también a una nueva forma de entender al entorno y al sujeto mismo. Si el pintor ya puede trasladar todo al arte ahora es su deber plasmar la nada, lo inasible, el residuo que queda cuando hay movimiento; la tiniebla llama al sujeto a crear. Hay un traslado, por lo consiguiente, a diferentes profundidades: uno de percepciones, de corporalidad, de un sujeto frente a la construcción de la realidad y la historia. El movimiento permite al sujeto contemporáneo dejar de ser inmutable para ser y estar en el momento donde logre suprimirse a sí mismo mediante su exigencia y necesidad creativa. El contemporáneo accede a su tiempo, a un más allá que no vemos pero que es, en esencia, el tiempo actual, uno donde “Las escenas sucedían, pero al imprimirse en el papel preparaban otras sucesiones, que revertían sobre la original. El paisaje, por su parte, seguía inmutable. La catástrofe se limitaba a meterse en él por un extremo y salir por el otro, sin alterarlo.”


Mucho más podría hablarse de esta gran novela de Aira; por ejemplo, su interesante reflexión de cómo leer, simultáneamente, la novela junto con sus cambios en narración. A lo largo de la novela existen diferentes fragmentos que incitan al lector a adentrarse a la oscuridad junto con el escritor con tal de ser parte, también, de la naturaleza al ser pintada. Se busca, igualmente, (de)construir cómo sucede el papel crucial de la (re)presentación y cómo configuramos nuestra propia realidad e historia o qué tan relativa puede ser, o no, porque “La realidad se [hace] inmediata, como una novela”. Aira, en tanto, nos incita a llenar nuestros ojos y mente de lo oscuro. Bienvenido sea su valor y sus tinieblas.




Libro: Aira, César (2001). Un episodio en la vida del pintor viajero. Era: México.


 

Estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Veracruzana. Editor y diseñador de Revista Literaria Tintero Blanco. Ha participado en diferentes encuentros de creación literaria como el Festival Cultural Interfaz ISSSTE-Cultura / Los Signos en Rotación 2016 y el décimo curso de la Fundación para las Letras Mexicanas, ambos en área de poesía. Ha publicado poemas en diferentes medios, como Círculo de Poesía, Bistró, Revista Literaria Taller Ígitur y Sangre ediciones, entre otros.

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