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Venezuela; la última gran batalla del socialismo.


CRISTÓBAL HERNÁNDEZ




Cuando Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones presidenciales en 2018, el clima era esperanzador. Impulsada por las ganas de un cambio verdadero, la sociedad mexicana depositó en las urnas un mandato que meses después se haría realidad. No es objeto del presente abordar las complejas decisiones de la cuarta transformación, excepto una, aquella que nos ha colocado en el enfoque criticado de la política internacional. El respaldo del Estado mexicano al gobierno de Nicolás Maduro, tiene más connotaciones de las que la derecha ha querido y ha fallado en evidenciar, aquí las propias.


En un cajón olvidado en la política exterior mexicana, se encontraba la Doctrina Estrada, un precepto que al igual que el juicio de amparo, es de creación nacional. Esta doctrina establece que los gobiernos no deberían, para bien o para mal, juzgar los cambios en los gobiernos extranjeros, especialmente aquellos fomentados por movimientos revolucionarios. Para el simbolismo nacionalista de la cuarta transformación, la Doctrina Estrada resulta seductora en extremo.


¿Qué hay en juego? Venezuela se encuentra al borde del abismo, un agujero negro de hiperinflación, desabasto y violaciones sistematizadas a los derechos humanos. El caso de Venezuela como reivindicación de las políticas socialistas es un rotundo fracaso, al igual que Cuba y los malogrados intentos de Bolivia; el socialismo en los países latinoamericanos ha derivado en una lección a evitar, un camino sinuoso que resulta atractivo en campaña, pero deviene en un desastre gubernamental. Venezuela es la conclusión de una predicción hecha con suma precisión.


Somos testigos del devenir histórico. Juan Guaidó juró como presidente encargado del país, ante el reclamo del pueblo de una solución a la profunda crisis que enfrenta el país. Guaidó es el presidente de la Asamblea Nacional, último órgano venezolano electo democráticamente. La Asamblea fue disuelta por Nicolás Maduro y es desconocida como un poder legítimo del Estado, en su lugar se formó la Asamblea Constituyente, fundada por partidarios de Maduro y demás miembros del más recalcitrante Chavismo.


"El cambio en Venezuela es necesario, pretender otra cosa no sólo es erróneo sino cómplice"...

La suerte de Venezuela está echada desde el 23 de enero pasado, cuando Guaidó juró como presidente interino y, aquí es donde el papel de México en la historia contemporánea se define, los Estados Unidos fueron los primeros en reconocer oficialmente a Guaidó como el presidente de Venezuela, desconociendo a Maduro, lo que siguió en las horas posteriores a aquel anuncio fue la definición de bloques de ideologías al más puro estilo de la Guerra Fría.


Latinoamérica, con sus marcadas excepciones, reconoció en Guaidó al responsable de encabezar un nuevo proceso democrático que facilite la transición de poderes en Venezuela, le siguieron 19 países de la Unión Europea, quienes observan en el régimen de Maduro una dura afrenta a los valores occidentales de respeto a los derechos humanos, democracia y libre mercado. Del otro lado, México, Turquía, Rusia, China, Cuba, Bolivia y Nicaragua siguen reconociendo a Maduro como el líder legítimo de Venezuela.


Lo que observamos en Venezuela es también parte de un juego geopolítico de altos vuelos. El cambio en Venezuela es necesario, pretender otra cosa no sólo es erróneo sino cómplice. Los terribles abusos a los derechos humanos, el desabasto generalizado, que, de acuerdo con la Encuesta de Condiciones de Vida en Venezuela, ocasionó que los habitantes perdieran en promedio 11 kilogramos en el último año (2017), la escasez de medicamentos, la hiperinflación y el aislacionismo que impide la llegada de ayuda humanitaria, y la represión y persecución de opositores políticos como el caso de Leopoldo López, hacen del régimen de Maduro una imposibilidad legal.


La izquierda socialista de los países que respaldan al régimen acusa a Estados Unidos de un intento de golpe de estado, basándose en las supuestas intenciones de apoderarse del petróleo venezolano. De acuerdo con el Departamento de Energía de Estados Unidos, las importaciones de crudo provenientes de Venezuela contabilizan un 9% del total en 2016 y se redujo para 2017 a un 7%, siendo Canadá, Arabia Saudita y México los principales proveedores de Estados Unidos, los números no cuadran.

El argumento de quienes siguen defendiendo el régimen de Maduro, parece escudarse en un tecnicismo legal, Maduro ganó las elecciones, por lo tanto, interferir en su régimen es una clara violación de los principios internacionales que llaman a la no intervención. La reducción de la situación en Venezuela a una simple cuestión legal se asemeja a las explicaciones que los jerarcas nazis daban en los Juicios de Nuremberg, sólo porque aquello sea legal, no implica que sea justo.


El trasfondo del apoyo a Maduro, poco o nada tiene que ver con Venezuela y su situación legal, sino con una justificación interna de las propias medidas populistas de los gobiernos en cuestión; el fracaso del régimen de Maduro pondría de manifiesto las terribles deficiencias de las políticas populistas, que a corto plazo devienen en el grave deterioro económico de un país.


El caso de Venezuela supone la última gran batalla de las políticas públicas de corte socialista. La inminente caída del régimen de Maduro será la última gran advertencia a los regímenes nacidos del populismo en pleno siglo XXI, recomponer el camino o acompañarlos al abismo.



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