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Yo también habría llorado.

Actualizado: 2 ago 2019

MELISSA MONTAÑO PÉREZ


Hace tiempo que protesto desde la butaca del cine en contra del género de terror del siglo XXI. Esta fascinación que han desarrollado algunos cineastas por saturar las películas con escenas terroríficas dentro de una trama hueca y sin sentido, me parece absurda e inconcebible. Bien dijo Lovecraft que lo macabro exigía de su lector -en el caso del cine, de su espectador- un nivel de imaginación elevada y un escape de la vida cotidiana para ser comprendido. No obstante, el cine de terror actual no nos exige nada; todo está dicho. El horror es más palpable que nunca a través de los aterradores rostros y formas de los entes malignos que acechan a nuestros protagonistas.


Por otro lado, siempre he creído que el cine es un reflejo fiel de la realidad en la que es producido, y es que precisamente el universo cinematográfico se debe en toda su plenitud a las diversas sociedades en las que se desenvuelven quienes lo crean y quienes lo consumen. Me atrevo a incluir en este argumento aquellas películas de terror y de otros géneros donde la abstracción juega un papel importantísimo, como la película Mother! (2017) de Darren Aronofsky, la cual fue calificada como una de las peores obras del director, por espectadores que no pudieron entender la metáfora religiosa inmersa en la trama de esta obra maestra.


En palabras llanas, haciendo una apología arriesgada en favor del séptimo arte, me he prohibido a mí misma la frase que se ha utilizado hasta el cansancio para justificar la supuesta inverosimilitud de las películas, principalmente las de corte fantástico: “Es sólo una película”. ¿Es sólo una película? Me queda claro qué tipo de producción artística tengo frente a mí pero también me queda claro que no es sólo eso. Aun aquellas obras cinematográficas que nos muestran universos mágicos y totalmente irreales, como la saga de The Lord of the Rings, conservan aspectos de nuestra realidad que nos permiten acercarnos sin queja a la película. Los orcos son un ejemplo clarísimo de seres fantásticos que, al mantener una apariencia física semejante a la del cuerpo humano, adquieren su calidad de seres reales para nosotros.


En mi rol como defensora del cine, que me he otorgado a mí misma, me he enfrentado a espectadores con alegatos como que una película les pareció aburrida porque no incluía ni una escena terrorífica, ni una que los hiciera brincar del asiento. En estos casos, siempre me remito al argumento de que el mejor terror no es el terror visible, sino aquel que nunca se deja ver pero se deja sentir. Aquel que permea la película de un ambiente turbio y logra incomodar al espectador sensible sin tener que manifestarse en un rostro deforme o un cuerpo inhumano. Hablo del terror psicológico.


Tal género no es apto para cualquiera porque no se trata solamente del juego que hace con nuestras mentes, sino del mensaje oculto, subliminal, que trae consigo una producción cinematográfica de este corte. Los buenos directores, aquellos que saben manejar la psicología y el terror en conjunto, nos han traído grandes películas que, más adelante, se convierten en clásicos. Y ya que he llegado hasta este punto, no podría continuar hablando de terror psicológico sin hablar de Sixth Sense (1999), de M. Night Shyamalan. Algo que reconozco de este director es su inclinación a inmiscuir su filosofía “Todo pasa por algo” en varias de sus películas.


"¿Qué pasaría si Malcolm Crowe nos representara a todos nosotros y el oxímoron de vivir sin saber que está muerto representara nuestro estilo de vida?"

Sixth Sense, no obstante, contiene un mensaje más oscuro que reflexivo; no es la típica película de fantasmas donde Malcolm Crowe (Bruce Willis) vive un año sin saber que está muerto -ese oxímoron es otra razón para colocar esta película en la cúspide de las mejores películas de terror psicológico-. Por mucho tiempo me pregunté cómo podría Shyamalan justificar el hecho de que un muerto vagara por el mundo de los vivos sin darse cuenta e ignorando que todo el mundo lo ignoraba; cómo justificar que siempre estuvo en los lugares adecuados en los momentos más oportunos y que no se quejó demasiado cuando notó que su sombra no existía. Luego de pensarlo un rato, un buen rato, concluí que me estaba concentrando en el detalle incorrecto y que por eso no podía comprender muchos aspectos de la película.


Algunas charlas con amigos y volver a mirar la película unas dos veces más, me permitieron encontrar el detalle que perdía de vista, y es que en la limitación de mi mente no había alcanzado a comprender que la historia del hombre muerto que anda como un vivo entre los vivos es apenas una excusa para disfrazar el mensaje subliminal con el traje de una historia de fantasmas. Alguna vez escuché la anécdota de un chico amante de la filosofía existencialista que lloró cuando miró a Malcolm en el momento en el que descubría estar muerto.


Ese chico, a quien aún hoy no conozco, me dio la clave para entender el mensaje que Shyamalan había escondido entre las líneas de su trama; retomo el argumento que planteé al principio de este ensayo: El cine es un reflejo de nuestra realidad. ¿Qué pasaría si Malcolm Crowe nos representara a todos nosotros y el oxímoron de vivir sin saber que está muerto representara nuestro estilo de vida? Ahora lo entiendo todo y percibo el mensaje de la película de diferente manera. Qué tremenda llega a ser la rutina que, aún después de muerto, no se puede abandonar. En el espejo de Sixth Sense, el ser humano adquiere la esencia de un fantasma, uno que procura continuar su vida de manera normal sin darse cuenta de que la vida la perdió hace mucho.


Yo también habría llorado si desde el principio hubiera notado que Malcolm Crowe no es solamente un fantasma, es un ser humano común, el cual cree vivir porque realiza sus actividades diarias sin ningún percance, pero que en realidad lleva muerto más tiempo del que piensa. Yo también habría llorado después, cuando me diera cuenta de que ese ser humano que vive engañado y muerto puedo ser yo, inmersa en una rutina miserable que me tiene tan ocupada y no me permite notar cuando he perdido la vida. Vaya ingenio el de Shyamalan al producir una obra existencialista y cruda y mostrarla al mundo como una “inocente” película de terror. Yo también habría llorado al descubrir que llevo muerta bastante tiempo y que la vida se quedó esperándome al inicio de una infeliz rutina.


 

Nació en Xalapa, Veracruz el 30 de abril de 1995. Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana (UV); sus trabajos de investigación están principalmente encaminados en el área de la lingüística. Ha colaborado como reportera y correctora de estilo en el Departamento de Prensa de la UV, y como columnista para el periódico El Dictamen. Trabajó como asistente ejecutiva para Difusión Cultural UV y también ha colaborado como guionista para obras de teatro presentadas en congresos nacionales y como escritora para diversas publicaciones juveniles.

Se dedica principalmente a la corrección de estilo de manera independiente, colaborando con editoriales fuera del estado, medios impresos de divulgación artística y organizaciones gubernamentales e internacionales como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, con la que colaboró como correctora de estilo en el marco del Día Mundial contra la Trata de Personas.


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